23/04/1821

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Manuel. Lucía ya casi no pensaba en él, solo esporádicamente y así como llega, él se va de su pensamiento.

Después de todo, Lucía siguió viviendo y creciendo como persona y como escritora; tanto que decidió dejar el anonimato y una editorial reconocida decidió contratarla. Antes de aceptar el puesto, se lo pensó, apenas estaba terminando de recuperarse de todo lo que había vivido en el internado pero decidió arriesgarse y se mudó para estar cerca de su nuevo trabajo que estaba ubicado más al centro de la ciudad.

Antes de su primer día decidió darse una vuelta por las tiendas del centro para comprar nuevos vestidos para su nueva aventura. A nuestra distinguida señorita siempre le ha gustado vestir colores oscuros y llevar diseños que destaquen, nunca le ha gustado verse igual a los demás.

En sus primeras semanas le mostraron el lugar y le explicaron lo qué iba a hacer. Todo iba bien hasta que un día, mientras estaba sentada conversando con unos colegas, llegaron a presentarle a uno de los editores sénior.

-Lucía, te presento a Miguel, él es uno de nuestros mejores editores sénior.

-Mucho gusto, Lucía. Estoy a su disposición, cualquier consulta será un placer ayudarle.- se presentó Miguel.

Nuestra estoica Lucía, casi se atraganta con el té cuando escuchó a Miguel hablar y casi se desmaya cuando se volteó a verlo porque por un momento sus sentidos la engañaron.

-¿Manuel?- dijo con duda y rostro pálido

-Miguel, disculpe... mi nombre es Miguel.

Lucía, con la vista más enfocada, lo miró directamente a los ojos y volvió a la realidad. Le tendió la mano, un poco avergonzada, para devolverle el saludo por pura cortesía. Él sonrió muy lleno de sí. Y ahí Lucía encontró la segunda razón para odiarlo.

-Mucho gusto, disculpe si lo ofendí, creí haber escuchado algo distinto.

-No se preocupe, espero lleguemos a trabajar juntos alguna vez- dijo sin borrar su pretenciosa sonrisa.

-Yo también lo espero- mentira. –Mucho gusto en conocerlo, nuevamente – otra mentira. –Ahora con su permiso, debo retirarme.

Después de despedirse de la manera más educada posible, Lucía encontró una oficina vacía y cerrando la puerta al entrar, se desplomó. Odiaba a Miguel, lo aborrecía, le recordaba demasiado a Manuel (siendo esa su primera razón para odiarlo), tanto en lo físico como en su forma de hablar y en su personalidad. Se juró nunca trabajar con él y evitarlo a toda costa, no quería ser su amiga, ni su colega, ni su pupila, ni nada.

Pero a nuestra determinada Lucía se le olvidó el pequeño detalle de que trabajaban en el mismo piso y era inevitable encontrárselo en cada pasillo; cada vez que se lo topaba él le hacía esa sonrisa que tanto le recordaba a Manuel y ella sentía que se le revolvía el estómago. Rápido decidió dejar de fingir amabilidad y demostrarle a Miguel que no lo soportaba, con miradas y gestos; y él entendió pero eso solo ayudó a crear una especie de tensión entre ellos.

Pasó el tiempo y Lucía era una de las mejores editoras y escritoras de la editorial, tan buena que nunca llegó a necesitar la ayuda de Miguel y el susodicho no la volvió a saludar pero cada vez que se encontraban, en un pasillo o en un área común, entre ellos se sentía una especie de tensión, una chispa que Lucía prefería ignorar y asociaba con las náuseas que el ver a Miguel le provocaba.

Un día, el editor en jefe de toda la casa editorial, el señor García, mandó a llamar a nuestra eficiente señorita. Cuando llegó a la oficina de su jefe lo encontró enfrascado en una conversación con una persona que ocupaba una de las dos sillas que estaban puestas frente a su escritorio, cuyo ocupante era nada más ni nada menos que Miguel, el cuál a pesar de notar su presencia en la oficina por el sonido de la puerta, ni se molestó en volver a verla y mantener la mirada fija a su locutor. Sin embargo el señor García al percatarse de su presencia interrumpió la conversación con Miguel y la saludó:

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⏰ Última actualización: Feb 19, 2022 ⏰

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