Capítulo 15

26 5 16
                                    

—Te llamas Ekaterina, ¿verdad? —preguntó Steven, sentado en el banco de trabajo del laboratorio.

La rusa, sentada en el suelo y con la espalda apoyada en una de las pardes reforzadas que la mantenían presa allí, asintió despacio.

—Tu hermano lo gritaba cuando iba a rescatarte —explicó Steven.

La rusa suspiró.

—Por qué poco —rememoró, recordando a su hermano quitándole la mordaza justo antes de que la increíble fuerza de Steven tirase de ella hacia atrás.

Steven miró al suelo.

—Lo siento —se disculpó, para sorpresa de la morena—. Sé que temes por su vida, y él por la tuya. Ojalá todo fuese distinto.

Ella le observó con curiosidad. El silencio hizo acto de presencia. Ekaterina reunió el valor para arrancar.

—Se llama Igor Vasiliev —inició, retomando el tema de su hermano—. Somos mellizos. Llevamos juntos toda la vida.

Steven elevó la vista para mirar a la joven.

—¿Cómo habéis acabado aquí? —se interesó.

Ekaterina se encogió de hombros.

—Este trabajo es mi vida desde que tengo uso de razón —explicó—. Nuestros padres fueron mercenarios antes que nosotros. Mi hermano y yo simplemente hemos seguido sus pasos.

—¿Por voluntad propia? —preguntó entonces Steven, curioso.

La rusa dejó escapar una corta carcajada.

—No teníamos muchas alternativas —espetó—. Asesinaron a nuestros padres cuando Igor y yo teníamos tan solo doce años.

Steven enmudeció.

—Lo lamento —articuló, tratando de sonar respetuoso.

—No teníamos dinero ni lugar al que ir —prosiguió ella, ignorando el pésame del hombre—. Y entonces los mismos que contrataron a nuestros padres se hicieron cargo de nosotros.

Steven se fijó en la expresión de la joven, que parecía estar rememorando una vida traumática.

—No, no tuvimos alternativa. Años de entrenamiento para convertirnos en armas humanas —sentenció—. He sido asesina a sueldo, mercenaria, soldado, ladrona y terrorista. He matado a tantos que ya ni siquiera puedo contarlos.

Hubo una pausa que se antojó eterna. Ekaterina levantó la vista para encontrarse con los ojos ambarinos de Steven.

—No soy mejor que tú —finalizó—. Puede que por tu aspecto creas ser un monstruo. Pero en realidad tú y yo no somos tan distintos.

Steven permaneció mudo, reflexionando acerca de las palabras de la rusa.

—¿Y por qué no abandonas todo esto? —preguntó entonces el hombre.

Ekaterina sonrió y negó con la cabeza.

—Este oficio no se puede dejar —apuntó, con su peculiar seseo—. O sigues matando o te matan. No hay alternativas. Y yo no quiero acabar como mis padres.

Steven se sorprendió ante la dureza de aquellas palabras. Por primera vez era capaz de comprender a aquella despiadada asesina que había tratado de acabar con él en numerosas ocasiones. Y tenía razón. Ambos estaban atrapados en una vida de la que difícilmente podrían escapar.

—¿Nunca has disfrutado matando? —prosiguió Steven con el interrogatorio, aprovechando que la rusa se había abierto con él.

—Volverse insensible es la evolución más lógica en este trabajo —explicó—. De hecho, creo que Igor está en ese punto. Yo no disfruto, ni creo que lo haga jamás —supuso—. Simplemente lo hago de forma rutinaria, como comer o dormir.

DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora