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—Un psicólogo es mucho más barato.

—Nada de psicólogos, no estás loco. Aquí estarás mejor. Se te dió la oportunidad y fue como si no hicieras caso. Además, fue por recomendación que estás aquí. Pudo haber sido peor... la escuela militar.

Aquel muchacho en el asiento trasero alzó ambos cejos por la suerte que tuvo. ¿Creía de verdad que su madre lo llevara a una escuela militar? Tantas cosas en el mundo y lo peor era meterlo en una institución donde tratarían de convertirlo en un patriota. Todo menos eso. En este país no había nada que defender, mucho menos salvar. ¿Sería por eso la pregunta de la semana pasada de que si quisiera cortarse el cabello casi rapado? Nah.

El vehículo seguía un camino pavimentado en medio del bosque hacia una clase de campamento donde le enseñarían modales como si se tratase de un castigo... un extraño castigo. Las hojas secas revolotearon tras el recorrido del coche mientras que los verdes arbustos en la orilla del camino se agitaron leve con su pasar.

Los ojos del muchacho sólo se posaban en la verde naturaleza allí arriba siendo sostenida por grandes troncos en la base. Se estaban alejando de la ciudad, demasiado diría él, casi dos horas de camino llevaban. Tal vez más tiempo. No esperaba nada bueno allí a donde iban. Si se trataba de un plan vacacional o similar entonces sería cómo las otras en que un grupo de persona se alejaba con lo suyo. Él suspiró.

La cabellera castaña del joven se distinguía de la rubia de su madre, quien conducía como si nada le molestara durante esas horas de viaje. Estaba entusiasmada porque su hijo tomara un buen camino en la vida y no golpear tanto a quienes les molestasen, sin importar si se los mereciera o no.

—Allí está. Creí que me había perdido —anunció ella—. ¿Estás listo, Héctor?

—Sí, sí —se colocó unos audífonos, mas no escuchó canción alguna—. ¿Por cuánto tiempo será?

—El que sea necesario. No te preocupes por eso.

Era una cabaña de dos plantas la que se asomaba en la distancia, obviamente hecha de madera, no obstante, qué tan grande era no se podría decir. El bosque se había hecho tan denso en esta parte del camino que muchos árboles y frondosos arbustos no dejaban ver que tan lejos llegaba la edificación. Como una gran pared verde hecha de madera y hojas.

Al frente de dicha edificación había un estacionamiento pequeño de tierra sin ningún letrero de bienvenida en la calle para indicarle a alguien que estaban allí. La madre se estacionó cerca de la cabaña, revisó su cartera de cuero que estaba en el asiento del pasajero para sacar una carta abierta, dentro había una foto pequeña y comparó. El frente se veía igual, sólo unas diferencias en la vegetación. Ella suspiró aliviada.

—Bien, a bajarse.

Sonó el seguro del coche desactivarse y ambos bajaron, el muchacho con una mochila en la espalda y una maleta más grande en la mano, los dos de color negro. Hubo una leve brisa fría al salir acompañado de una sensación de soledad. Las ramas de los árboles se mecían, provocando ruido al frotase las hojas unas con otras, y las ruedas de la maleta traquetearon por la tierra hasta la puerta, sin embargo, es como si estuviese todo vacío.

Héctor negó leve con la cabeza, aún sin creer que lo habían metido en un plan vacacional para "gente mala". Volvió a creer que, si aquella persona no lo hubiera insultado y arrojado la lata, esto fuera distinto.

—Con tal que no sean evangélicos...

—No son evangélicos. No hay ninguna cruz.

—Que tú veas.

—Ya no te quejes. Entra.

Ambos se acercaron a la puerta doble de entrada, también de madera, pero con un cristal rectangular cada una que no dejaba ver muy bien hacia adentro. Héctor miró otra vez a su madre, esperando que con sus ojos la hiciera cambiar de parecer, pero esa cicatriz en su cejo izquierdo acabó con el efecto cariñoso que esa mirada tenía cuando niño.

ClearwaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora