Introducción

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Diría que todo era normal, pero resaltaba a la vista que no. Claramente todo era tan divertido. Una chica ocupada en su teléfono, tumbada a la bartola en los asientos traseros del coche esperando a que sus padres salieran del Mercadona. Aunque de hecho no era una situación del todo rutinaria para nuestra adolescente aburrida, ese día se habían encaminado a una ciudad costera andaluza, Marbella, el centro del lujo, con la única motivación de pasar Navidad en la casa de la playa de la familia.

Apenas eran las siete de la tarde del 18 de diciembre, pero el sol ya estaba escondido y las frías calles de Málaga parecían, de alguna forma, más vivas que nunca. Claro que para Érica era mucho más interesante estar viendo cualquier cosa que estuviera generando una polémica en Twitter, como el debate sobre el aborto que se estaba desarrollando esos últimos meses por la puesta en escena de la ley del aborto en Argentina, había una discusión abierta en línea, incluso se crearon un par de canciones, pero ya estaba cansada de ese tipo de conversaciones puesto que las había tratado mil y una veces en clase de filosofía. Sintiéndose agotada por la espera se incorporó quedando sentada en el asiento aún con su teléfono en la mano, viéndolo como si se tratara de su más preciado bien, cosa que ella creía cierto en sus pensamientos al estar tan separada de sus amistades.

Dirigió su mirada al exterior del vehículo, tuvo que apartarse un mechón de su pelo castaño como las hojas de otoño que caían al pasar de la brisa que traía esa no tan helada estación. Más allá del cristal, vigilaba la puerta del supermercado, ansiosa por llegar de una vez a la casa y poder cambiarse de ropa, después de varias horas de viaje se sentía fatigada y continuar en el coche no era una de las opciones que barajaba, pero para su mala suerte, debía de seguir esperando.

Ojeaba su móvil constantemente esperando algún mensaje que la distrajera. Sentía los minutos pasar eternamente y lentamente sus huesos se calaban por tener la cabeza pegada al cristal, la calefacción estaba apagada y no llevaba ropa de abrigo. Dibujó una carita triste en la ventana con ayuda del vaho que producía al exhalar. Rindiéndose por culpa de la nula conexión a internet que tenía desde allí decidió simplemente escuchar algo de música, Michael Jackson estaba bien, si ponía Heal the world en bucle podría dormir un rato así que dejó que Morfeo le hallara aquella solitaria tarde.

Entre los murmullos somnolientos de Érica sonó un golpecito en el cristal rompiendo la atmósfera acogedora y haciendo que la corta siesta de la adolescente se acabara. Abrió los ojos lentamente y pudo ver a su padre al otro lado del cristal, enseñándole un café de Starbucks humeante antes de desbloquear el coche y dárselo a la joven.

—Toma, bella durmiente.— susurró el hombre mientras se lo entregaba.

Ella solamente asintió y le dio un sorbo corto intentando evitar quemarse la lengua.

Poco después de cargar el coche con todas las bolsas de la compra la familia se dirigió a su hogar en aquella ciudad de alguna forma desconocida. Pasaban largas avenidas repletas de luces y amigos que buscaban algún bar donde pasar el rato, Érica admiraba las calles, melancólica, esperando poder ver a sus amigas malagueñas durante su estancia y salir juntas casi todos los días. Sus pensamientos se balanceaban entre ensoñaciones, buscando por las aceras algún rostro conocido, pero sabiendo que quizás tardaría en encontrarse con sus amigas ya que algunas no eran de la ciudad. Soltó un suspiro desanimado y siguió analizando la calle, deseando llegar a la casa.

Debido a la cercanía de Navidad, las calles parecían árboles de Navidad por la decoración tan presente y llamativa, eso era algo típico, el sonido del mar y las luces con forma de motivos navideños recorriendo el cielo de la ciudad sin importar el destino, aunque al ver como estas se desvanecían en una de las calles más alejadas del centro se acordó de la mentira en la que vivía; si quería un ambiente festivo tendría que bajar miles de cuestas y llegar a esos lugares tan concurridos, donde el aire olía a mazapán y polvorones. Solo pensarlo hacía que su corazón se calentase.

—Bienvenida a casa, Érica.

La voz constipada de una mujer inundó el interior del coche el cual se había detenido delante de una casa, la dueña; una señora de avanzada edad con pelo cano y sonrisa imperturbable que tenía la nariz enrojecida por culpa de un pequeño resfriado.

La nombrada asintió levemente con la cabeza y salió el coche estirándose al segundo de tocar el suelo, por fin en tierra firme. Apoyada en su escasa energía ayudó a sus padres a descargar el coche y llevar todas las bolsas al interior de la vivienda. Al abrir la puerta miles de recuerdos insulsos llenaron la mente de la joven, había pasado muchos veranos en aquella casa, pero nunca había llegado a tener mucho apego a la misma, prefería pasar tiempo fuera con sus amistades, aunque ahora lo único que quería era ponerse el pijama, cenar y dormir.

La mujer adulta llamó a Érica, en realidad ya eran casi las nueve de la noche así que podía descansar tranquila mientras sus padres trabajaban en organizar la casa. No llegaba a comprender por qué sus padres eran tan amables con ella, pero agradecía poder ir a dormir después de un largo día de viaje en el coche.

—No olvides que mañana tenemos que visitar a los nuevos vecinos.— mencionó su padre una vez la chica empezó a subir las escaleras hacia su habitación.

Claro, los vecinos nuevos, había escuchado algo por parte de sus amigas, pero no pensaba que tendría que presentarse a saludar.

Desganada por la situación apagó su teléfono y cruzó el pasillo superior hasta llegar a su habitación y agradeciendo a la limpiadora que había organizado todo desde la semana antes, se tumbó en su cama con la ropa de calle, cayendo al instante en un profundo sueño. Sin saber lo que se encontraría al despertar.

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⏰ Última actualización: Feb 06, 2022 ⏰

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