A Conejo siempre le pareció interesante la forma en la que los seres humanos medían su tiempo, organizando su corta vida de acuerdo con los ciclos de día y la noche, parecía un sistema funcional para esas criaturas mortales. Incluso ellos siendo guardianes obedecían a ese tiempo, pues sus actividades eran parte importante de las fechas.
Pero ese día era algo especial y le parecía curioso, pues el ligero aroma a chocolate inundaba el mundo entero. Los pequeños humanos entregaban confites a otros niños, incluso los adultos se sumaban a dicha actividad, agregando al dulce ramos de flores e incluso muñecos de felpa.
"Qué extraños son los humanos." Se repetía año con año el guardián de la pascua. Los humanos le parecían una raza inferior en muchos sentidos, pero no negaba que también le parecían criaturas bastante interesantes, sobretodo para demostrar afecto, con detalles mínimos que desataban reacciones curiosas, aunque exageradas, en los demás.
No fue hasta que redescubrió su propósito como guardián que comenzó a apreciar aún más la sonrisa de los infantes durante su festividad. Encontrando además, que la sonrisa de su más reciente compañero guardián le provocaba una sensación diferente en su pecho. Para él, el afecto era un sentimiento innecesario, o al menos era lo que pensaba siglos atrás, pues con la llegada de aquel muchacho con inocente alegría, sus ideas sobre aquel sentimiento cambiaron un poco.
A pesar de su pasada enemistad, el viejo guardián aprendió mucho del joven helado, despertando en él una curiosidad extraña. Le gustaba ver la felicidad que había en los ojos de su compañero al jugar con los pequeños, veía en el otro la esencia de lo que significaba proteger a los niños, él era la felicidad de su deber como protectores.
Por momentos, no encontraba explicación lógica a lo que el joven guardián le hacía sentir, apreciaba ver aquella sonrisa infantil que iluminaba el rostro de su compañero, su contagiosa risa e incluso su singular sentido de libertad. Aquellas cosas eran contrarias a él. En busca de lógica, llegó a una conclusión: "es porque Jack antes era humano". Esa era una respuesta que podía explicar todo lo que sentía, quizás la antigua mortalidad del más joven era lo que despertaba aquel extraño interés que superaba la típica curiosidad.
Sin embargo, su hipótesis se contradecía, pues el sentimiento no era el mismo por su compañero Norte, quien una vez también había sido humano. Fue así que empezó a mirar con mayor detenimiento el comportamiento humano, descubriendo que no solo los niños eran interesantes, sino que los adultos parecían más enigmáticos y complicados, pero que seguían siendo igual de agresivos e ilógicos como siglos atrás.
Tras una extenuante observación, pudo reconocer esa peculiar tradición humana que prevalecía en el mes de febrero. A pesar de que aborrecía el chocolate creado por los humanos, podía ver que esos seres disfrutaban de aquel dulce y se mostraban maravillados. Con esta idea, buscó la manera de despertar el lado humano del joven guardián y ver qué tipo de sonrisa colocaría al comer uno de sus chocolates, recordando a la joven pequeña que siglos atrás había comido su creación.
De imaginar aquella reacción con la sonrisa de Frost, se puso manos a la obra y regresó a su viejo pasatiempo: preparar chocolate. Después de todo, él hacía el mejor chocolate de toda la galaxia. Dio la forma perfecta al dulce, lo pintó con delicadeza y marchó a buscar el lugar donde se hallaba Jack.
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Ya que el menor frecuentaba lugares con bajas temperaturas y donde hubiese niños, el guardián no tuvo problemas al encontrarlo. El joven se encontraba con un grupo de pequeños niños que jugaban con la nieve acumulada. Desde la lejanía pudo apreciar el ambiente divertido, por lo que no se acercó a interrumpir y mejor esperó mientras se dedicaba a observarlos.
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Chocolatero
Short StoryConejo posee una extraña sensación al ver la sonrisa de su nuevo compañero, por lo que decide ocupar el chocolate para acercarse un poco. Especial San Valentín