Parte IV: Sacrificio

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"Hazme inmortal con un beso."

El jodido hilo rojo del destino, finalmente estaba ahí, frente a sus ojos, como una señal irrefutable que la maldición era real, que todos estos años que él había vivido... no habían sido en vano.

No era un estúpido sueño.

Su persona predestinada estaba con él, en su cuarto, en su cama.

Wang Yibo lleno de curiosidad, volvió a tocar el delgado material rojizo envuelto como una fina cadena alrededor del níveo cuello del hombre, aquél que había rescatado del terrible ataque de la jauría de lobos en la profundidad del bosque.

A pesar que el hilo rojo se veía frágil e indefenso, éste volvió a quemar las yemas de sus dedos, haciéndole gruñir maldiciones por lo bajo.

Aunque sus heridas lograban cicatrizar rápido producto de la maldición, Wang Yibo sentía o percibía cualquier estímulo externo como si su cuerpo aún fuera el de un humano normal.

Aquél que una vez fué.

A esta altura de su vida, el conde Wang no se consideraba un ser común, pero tampoco sabía en qué demonios se había convertido más allá de las fantasiosas historias creadas entorno a su existencia.

La experiencia del segundo intento por tocar la delgada cuerda, le dió a entender a Wang Yibo que no podía hacer nada por quitarlo o romperlo con el hombre aún inconsciente, recostado cómodamente en su rústica cama.

-Jódete, maldita bruja-. Wang Yibo volvió a maldecir recordando a la única loca responsable de la maldición que ahora ambos portaban.

Aunque debía admitir que él también era un tanto culpable.

Resignado, miró una vez más por la ventana, un manto luminoso de color carmín aún bañaba los jardines de su castillo.

¿Cuánto tiempo le quedaba antes de volver a caer inconsciente una vez más?

Al despertar, él joven de cabellera larga jadeó y captó nuevamente la atención de Wang Yibo hacia el interior de su cuarto

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Al despertar, él joven de cabellera larga jadeó y captó nuevamente la atención de Wang Yibo hacia el interior de su cuarto.

Xiao Zhan se removió sobre la cama, su espalda se arqueó por el entumecimiento y la sábana que cubría su pecho semidesnudo, ahora cubierto por un vendaje improvisado, se deslizó por debajo de su plano vientre, dejando el torso y cuello del pelinegro, expuestos a merced de los ojos del castaño.

En ese mismo instante, el hilo en su cuello comenzó a resplandecer, a brillar con más fuerza, como si fuese una brasa caliente entre las llamas de la vieja chimenea ubicada en la sala del castillo.

Los ojos del conde se tornaron rojos una vez más, sus colmillos amenazaron por salir mientras su encía picaba, salivando descaradamente.

Era la misma sensación de comezón que asaltó su boca en la profundidad del bosque, la cuál, Wang Yibo asumió, lograría disipar una vez que sus afiliados dientes quedaran incrustados en el apetitoso y esbelto cuello de Xiao Zhan.

Inmortal [YiZhan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora