Que me quedes tú.

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Trish sabía bien que Giorno odiaba repetir lo que decía, que según él, decir lo mismo dos veces era inútil. Giorno odiaba lo inútil, eso lo sabía.
Ella no sabía cuál era la respuesta correcta a la pregunta del rubio, por lo que no hubieron más palabras desde esa pregunta.

No se habían visto en semanas, casi tres meses.
Y Trish ya no lo podía soportar.

La vida había vuelto a ser monótona, aburrida y triste, soñando con ver en su ventana una paloma con alguna carta que viniera de Giorno. Pero nada, no había nada.

Se comenzó a quedar encerrada en su habitación, aburrida, dibujando con carbón sobre papel animales que recordaba que Giorno alguna vez le había mostrado al convertir algún objeto por unos momentos en aquellas criaturas tan curiosas. Dibujó camaleones, gatos salvajes, cerdos, canarios, todo animal que recordara. Y principalmente: Mariquitas. Aquel hermoso insecto que llevaba aquel joven rubio en su atuendo como broches, era un vivo recuerdo de él.

No importaba cuánto la llamaran para que saliera, no lo hacía, comía encerrada y dejaba el plato afuera de la puerta, no pedía ayuda para vestirse o bañarse y el pequeño balcón le daba toda la vista que necesitaba.

Giorno, por su lado, se sentía confundido, porque se sentía herido. ¿Él era solo un amigo con quién la joven experimentaba? ¿O realmente se sentía como él con ella? Y más importante, ¿Por qué, de todas las personas, tenía que sentirse así por ella? Era inexplicable, pero a ese punto le parecía inútil pedir una explicación de aquel fenómeno.

Su vida se volvió más ajetreada, las clases y las prácticas jamás se habían sentido tan intensas, las escapadas para verse con algunos amigos jamás se habían sentido tan necesarias. Pero por más que pasara tiempo con sus primos y sus amigos, gozara y tratara de enfocarse en su vida allí, la pelirrosa lo perseguía en sus sueños.

Coquetear con cualquier señorita para olvidar a la princesa que rodeaba sus pensamientos era inútil, y pronto se asqueó de sí mismo por intentar aquello. No, no era correcto. Su padre no lo crió así. Y era totalmente inservible.

Su madre se veía contenta con que él no volviera a ir a Passione y, ocasionalmente, lo mencionaba con una sonrisa triunfal. Eso solo le enfurecía, pero tenía que tragarse esa molestia y continuar.

Quizá y, solo quizá, era lo mejor.

O al menos eso creyó hasta una noche.

- El amor es bello y sencillo, somos nosotros quienes lo hacemos doloroso y complicado.- comentó Mista antes de beber de su copa de vino. ¿Quién diría que semi-ebrio decía cosas tan profundas?

- Amén.- asintió Bruno, el mayor del grupo, alzando un momento su copa antes de beber un sorbo.- Sin amor la vida no tendría sentido.- agregó, volteando a ver a su amada Leonette, dándole un beso en la mejilla.

La pálida mujer solo sonrió un poco y dejó caer su cabeza en el hombro de su marido, sintiendo cómo este le sobaba el vientre.

Entre tanta conversación, de alguna forma todos comenzaron a hablar de amor, y eso era para Giorno alguna especie de señal.

- Amor es cuando, apenas te despides de esa persona, quieres volver a verla aunque no hayan pasado ni cinco minutos.-dijo confiado Narancia, con una enorme sonrisa.

- Amor es cuando no te enoja que haga cosas que no te gusta que nadie haga por nada del mundo, y así, te parezca un ser maravilloso.- murmuró Fugo, cerrando los ojos y poniendo una boba sonrisa que no podía expresar sobrio.

- Amor es cuando escuchas tu canción favorita y te imaginas inmediatamente bailándola con esa persona.- mencionó Leonette tomando la mano de Bruno.

- ¡Amor es arriesgarse sin garantía a qué algo salga bien! Con tal de estar con esa persona...- exclamó un poco más ebrio Mista.

Toda la noche fue así hasta que tuvo que regresar al castillo, Giorno había quedado pensativo por completo y reflexionando. Simplemente, no podía dejar las cosas con la joven Una tal y cómo estaban, debía ser claro y directo, no sólo con ella, sino también consigo mismo.

Estaba enamorado.

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- Trish...- musitó, quedándose sin habla mientras observaba la figura al pie de la ventana de su habitación.

Esa piel clara, el cuerpo delgado y esa pequeña cintura que podía abarcar con todo su brazo. Y lo más importante, aquel corto cabello rosa alborotado y esas esmeraldas por ojos que brillaban en esa oscuridad cómo un par de faroles anunciando sus gruesos labios dulces de durazno.

- Shh.- lo mandó a callar. Aproximándose a la cama mientras dejaba caer la túnica con capucha que había usado para ocultarse en el exterior.

- ¿Cómo llegaste aquí?- preguntó, frunciendo ligeramente el ceño mientras su mandíbula caía por la impresión y su boca quedaba semiabierta.

La pelirrosa se sentó sobre la cama, se quitó los zapatos y luego colocó ambas manos en los hombros del rubio.

- Te contaré mañana... ¿Sí? Justo ahora...-La muchacha murmuraba, hasta dar un bostezo. Progresivamente se acurrucó junto a él en la cama, sin pedir permiso. De todas maneras, eso no enojó a Giorno.- Tengo mucho sueño...- dijo finalmente, antes de caer dormida cerca del rubio.

El descendiente de Joestar tenía muchas preguntas, un sinfín de incógnitas. Pero ahora, de forma no verbal, tenía la respuesta a la interrogante que lo había estado asediando: Trish sin duda sentía algo por él.

"Colgando en tus manos"|| GioTrish.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora