Tomás.
El colectivo me deja a apenas unas cuadras del lugar en donde vivo. La Villa 1-11-14. Un lugar desagradable para algunos, y el hogar de toda una vida para otros. Como por ejemplo, la mía. Me crié en esas calles, entre esas casas, entre esa gente. Ya todo lo que pasa ahí es costumbre. Cuando uno vive en lugares como esos, no a cualquier cosa le tenés miedo. Y te acostumbras a casi todo lo que pasa.
Cuando pongo mi primer pie ahí, la señora Mariana me mira con una sonrisa. —¡A ver cuando pasas a visitarme, eh!— me dice al pasar por su lado.
—Enseguida, espereme.
Se ríe y continúo mi camino. Ella es la mamá de Lucas y Troca, mis mejores amigos. Hace rato que no voy a su casa, porque H anda medio desaparecido. No nos peleamos, aunque esas cosas de que se desaparezca por ranchear con otra gente, a mi mucho no me gusta. Y me dirán celoso, pero es así.
Voy en mi mundo hasta escuchar una dulce voz cantar una canción de cuna. Sé la hora que es por eso. Siempre sale a la misma hora. Las cinco y media de la tarde. Vaya a saber uno a donde va, nunca me lo dice. No entiendo porque no confía en mí. Somos amigos desde que tengo uso de razón. O lo éramos, porque con el tiempo, nos alejamos. Mejor dicho, ella se alejó.
—Julieta.— digo mirándola, miro hacia abajo, y su fiel compañero está ahí; Observando el mundo a su alrededor.
—Hola, Enzo.—Es Lorenzo.— corrige. —Hola, Tomás.
Suelta un suspiro. No entiendo porque siempre parece que le molesta mi presencia. —Ya lo sé, es mi apodo para él.
Acaricio su pequeña mano. Este mismo, sonríe levemente. Subo mi mirada y desde ese ángulo la observo. Tan hermosa, parece de mentira. Aunque mi adoración hacia ella, no empezó hace dos meses. Muchas cosas han pasado entre nosotros, para que terminemos así. Lejanos.
14 de diciembre del 2010.
—¿Y vos, qué vas a hacer para tu cumple?— pregunta Nicole, mientras pasa la cerveza que va viajando de mano en mano. —Me imagino que una re fiesta.
Lucas la mira mal. —No todos tienen la misma posibilidad que vos, nena.
—No sé...— responde la nena de pelo marrón. Se nos unió a la ronda gracias a Joaquinha. La rubia a veces era muy entrometida. Esa tal Julieta tiene toda la pinta de ser una buchona, de esa que después de juntarse con nosotros le va a decir a su mamá que estuvimos tomando alcohol.
—Seguro nada, Nicki. Así que no te molestes en preguntarle.— me meto.
—No seas maldito.— dice el hermano de mi amigo. —Y si Juli no puede hacerse nada, nosotros como sus amigos vamos igual a su casa a visitarla ¿No?
—Pero si no hay fiesta ni torta, el cumple es re feo.— habla Nicole nuevamente.
—A veces ni la fiesta, ni la torta es lo más importante del cumple.— respondo yo.
—Al fin decís algo bueno.— me alaga Troca.
Me ponía a pensar y en los trece años que tenía, el último tiempo, mi cumpleaños no constaba más que en soplar una vela e irme a dormir después de comer tortafritas y tomar un té. Por eso odiaba los cumpleaños. Prefería que todos se olviden del mío, así no me miraban con lástima. Aunque también me causaba envidia ver a los demás festejar sus cumpleaños con todo lo que desearías alguna vez tener.
Como Nicole. Nicole se hizo nuestra amiga por el simple hecho de que nos alcanzó la pelota un día y nos preguntó si podía jugar con nosotros. Su mamá sintió lástima al vernos y nos invitó a todos sus cumpleaños, sin falta.
La tal Julieta era una recién llegada. Bueno, ni tanto. Hace dos años vive en la Villa, pero hace poco se empezó a juntar con nosotros. —Me tengo que ir.— dice la recién nombrada. Saluda a todos con un beso en la mejilla, pero antes de saludarme a mi, habla; —Y vos, tenés razón. Lo material no lo es todo en la vida. Sos un poco sabio, pelusa.