Había empezado cuando tenía siete años. Mamá estaba afuera haciendo las compras del mes en el supermercado y papá (el que creía era su papá y antes de ese momento había actuado como tal) le estaba ayudando a darse un baño. Todavía estaba en la edad en la que sólo tenía que pedirlo y podían ser otras manos las que le lavaran el cabello, evitando que demasiada espuma se le deslizara hasta los ojos. Prefería por mucho tener a otro para esa labor de prevención. No importaba lo que dijeran los comerciales, las cajas o el mismo envase del shampoo; siempre molestaba, invariablemente. Se había llevado consigo un tiburón azul de hule con la boca abierta para dejar el jabón cuando sea que no lo utilizara y se divertía con él haciéndolo saltar sobre la espuma, mientras papá le recorría la espalda con una esponja y le provocaba un gustillo especial al apretarla al principio de su cuello. Luego le pedía que se irguiera con los brazos extendidos para continuar con su pecho. Con su estómago. Y luego más abajo.
Le hizo gracia y se rió. Le daba pequeñas cosquillas. Preguntó qué hacía y papá sólo le dijo que se calmara, que no tenía nada de malo. Prometió que se iba a sentir bien, que era divertido hacer eso, pero en esa primera ocasión no pudo ponerse duro y al cabo de un rato sólo pudo lloriquear para que lo soltara. Los movimientos rápidos y los apretujones sólo conseguían ponerle la piel irritada y ya comenzaba a doler. A papá le tomó un tiempo, pero finalmente permitió que el hecho de que no le gustaba sirviera como un obstáculo digno de tomarse en cuenta y lo liberó de su mano, la cual podía envolverlo por completo sin emplear el menor esfuerzo. Isaac escuchó las siguientes disculpas que pronunciara papá sin sentir enojo o rencor porque le provocaba esa incomodidad. Sólo albergaba alivio y gratitud porque se hubiera acabado.
Se dejó cargar como un bebé indefenso de vuelta a su cama. Le gustó ser arropado en las sábanas después, como no lo había sido hacía tiempo. No se lo mencionó a mamá ni a nadie. No veía en ese entonces por qué debería haberlo hecho. Meramente había sido algo que no funcionó, nada más serio, importante o relevante que un accidente en el que nadie moría ni salía con heridas visibles al día siguiente.
Papá no volvió a intentarlo hasta tres meses más tarde. De nuevo mamá no estaba en casa, visitando a sus padres, los abuelos de Isaac, que estaban moribundos los dos a causa de un cáncer mutuamente descubierto al mismo tiempo. Esa sería su última visita a ellos y también la primera tarde de muchas otras tarde entre Isaac y su padre. En esa ocasión el hombre obtuvo exactamente el resultado que buscaba y, a pesar de que intentó explicárselo, Isaac sólo había sentido miedo y dolor cuando músculos de su interior, que no estaba acostumbrado a utilizar de esa forma, empezaron a moverse de una forma distinta. Papá había drenado el agua casi por completo para enseñarle con exactitud lo que pasaba sucediendo con su cuerpo. Ese líquido blancuzco que había salido de sí, en lugar del chorro de orina que se esperaba, no hizo más que confundirlo.
¿Qué era esa cosa? ¿Para qué servía? ¿Por qué papá había insistido tanto en que saliera? Y ahora que había salido ¿eso cambiaba algo? ¿Tenía alguna importancia? Papá lo tenía en su mano y lo tocaba con su dedo índice y pulgar. Se lo dio a probar y él apartó el rostro de inmediato, todavía viéndolo como algo que, si bien no era orina, había salido del mismo sitio y por lo tanto debía ser algo lo bastante parecido para merecer su rechazo. Papá sólo supo reírse como si fuera otro signo de su adorable inocencia y le besó la mejilla mientras se limpiaba en el agua.
Isaac se sentía sucio. Verlo echar esa cosa en la que pretendía limpiarse le hizo echarse a llorar. Ya no podía lavarse ahí. No quería escuchar ningún llamado a la razón paterna. Sólo supo aferrarse a sus piernas y llorar por algo que ni siquiera sabía qué era. Pera era un niño, era pequeño, era débil y a papá no le costó reducir sus intentos de evitarlo hasta finalmente cargarlo en sus brazos, de nuevo, hasta su habitación. Entonces Isaac se cubrió a sí mismo con las sábanas y continuó llorando, moqueando y con hipidos, dispuesto a gritar si papá volvía a acercarse. Éste lo hizo. Él gritó y pataleó, pero no sirvió de nada.
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Animales
HorrorCuando su hermano y la esposa de éste murieron en aquel accidente, Rodrigo no esperaba los cambios que trajo encima la venida de su sobrino a su casa. Su vida cuidadosamente controlada y planeada estaba a punto de sufrir una sacudida de la cual, por...