TONY - 2018

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Había sido un abril frío tras un marzo frío, y la nieve se agolpaba en las puertas y en las ventanas imposiblemente blanca. Hacía daño en los ojos, para ser totalmente sincero, y entre el viento helador y las tormentas tampoco había mucho que hacer.

Ese fue el año que mi hermana ganó los Juegos Olímpicos y que mi hermano se pasó tanto tiempo en el hospital, pero la verdad es que en ningún momento me dio la sensación de que me estuviese ocurriendo nada de eso. Era más bien como si estuviese viendo las cosas que le pasaban a cualquier otro tipo desde la distancia.

Pero sí recuerdo el frío, y la nieve.

—¿Café? —me preguntó Micah cuando entré en su habitación con un vaso de papel del Tim Horton's, sus ojos enormes.

—Nah, chocolate caliente. No puedes tomar café.

Era el día 42 y teníamos la misma conversación a diario. Para ser justos, si tuviese que pasarme más de un mes en el hospital, sin saber cuándo podría irme a casa, a mí también me habría tocado bastante la moral que me hubiesen quitado el café.

—Nadie lo sabría —precisó, cogiendo la taza igualmente.

Yo lo sabría.

—Ah, sí, Tony Leckie, el mayor acatador de normas del universo. ¿Te acuerdas de aquella ocasión en la que...?

Bostecé.

—Si vas a hacer una lista de todas las veces que me he saltado la ley tenemos para rato.

Soltó una risita ahogada, por supuesto, y gesticuló vagamente en torno a la habitación.

—En fin... no es como si fuésemos a interrumpir una rutina apasionante.

Estreché los ojos.

—Cállate y bebe, chaval. No hice cola en una ventisca por nada.

Para no invitarlo a replicarme, me acerqué a su mesilla a tirar la caja de timbits que había colocado sobre un ejemplar bastante maltratado de It. Al llegar a ella, sin embargo, tuve que fruncir el cejo. Había tres timbits intactos, en la esquina, y para comprender el sentido de urgencia que me invadió entonces debería precisar que no creía que mi hermano hubiese sentido hambre jamás por el sencillo motivo de que se adelantaba al hambre. No recordaba haberlo visto rechazando comida en la vida, y su tendencia a olvidarse de los envoltorios de sus tentempiés en la bolsa de deporte o en la sudadera había acabado originando una buena colección de papelitos fosilizados tras haber pasado por la lavadora.

—Ah, sí, papá me los trajo por la mañana. Puedes coger, si quieres—comentó, distraídamente, mientras escribía algo en el móvil—. Oye, Brooks pregunta que si se puede quedar con tu chupa en el caso de que su operación de menisco vaya horriblemente mal y, no sé, le trasplanten un tentáculo de pulpo o algo por el estilo. Como compensación.

—No compartes la comida.

Se encogió de hombros.

—Me gusta sorprender. Oye, ¿y lo de la chupa?

—Brooks puede contentarse con una postal de "recupérate pronto". Me ha pedido que te traiga su sudadera, por cierto.

—Cursi.

—Puedo llevármela a casa y frotarla un rato en tu cama. No notará la diferencia.

Una sonrisa de medio lado.

—No.

Alcé una ceja.

—Cursi.

—Eh, no me juzgues, es grande y calentita. Y hace un frío de mil demonios.

Olympic Stories 3: TonyWhere stories live. Discover now