Forbidden Memories

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Ya son varias noches seguidas que tengo la misma pesadilla: estoy en los pasillos del castillo, en medio de la oscuridad y entonces, una risa fría y malévola resuena en las paredes; y corro, notando el piso de piedra bajo mis pies descalzos. Me falta el aliento; sé que me alcanzará, siempre lo hace. La misteriosa figura me sujeta con fuerza, pero me resisto y me hace caer, acorralándome contra el suelo. La cacería terminó.

Es en ese instante en el que abro los ojos y descubro que se trataba de un sueño.

-¡Harry! Luces terrible -me dijo Hermione Granger esa misma mañana durante el desayuno.

-Gracias, qué amable -le respondí con ironía. No estaba de humor para escuchar sermones.

-En serio, Harry; mírate -sacó un pequeño espejo de la mochila y lo puso frente a mí-. Tienes unas ojeras enormes. ¿Acaso no estás durmiendo bien? Quizás deberías ver a Madame Pomfrey.

-Estoy bien, Hermione -nunca me había gustado que la gente se preocupara por mí, y menos aún si reaccionaba de esa manera.

Me levanté y salí de allí con paso rápido, más furioso conmigo mismo que con ella, chocando contra un grupo de estudiantes que recién llegaba.

-Mira por dónde vas, Potter -me recriminó uno de ellos, arrastrando las palabras. No necesité verlo para saber de quién se trataba: era Draco Malfoy, un chico de mi edad perteneciente a la casa de Slytherin; de cabello rubio y fríos ojos grises. Reconocería su voz en cualquier parte, pero no se me ocurrió nada con qué retrucarle, de modo que seguí mi camino.

Había tenido pesadillas antes, pero desde que encontré el diario de Tom Riddle en el baño del segundo piso y vi lo contenía, estás se volvieron peores, más vívidas. Incluso, en una ocasión, desperté a las cuatro de la mañana, agitado y bañado en sudor, sin que después pudiera volver a conciliar el sueño.

Y a todo eso se sumaba el hecho de que la gente me rehuía por creer que yo era el causante de los ataques a los hijos de muggles (personas normales, sin ningún poder mágico). Y pensar que todo había comenzado de la manera más estúpida posible, cuando me enfrenté Malfoy en un duelo y él hizo aparecer una serpiente, a la cual le hablé sin pensar, diciéndole que se alejara de otro estudiante. Esa fue precisamente la cuestión y el motivo de tanto revuelo: nadie en el mundo tiene la habilidad de hablar pársel, la lengua de las serpientes, como pensé en un principio; sino que es un don casi exclusivo de Salazar Slytherin, uno de los fundadores de Hogwarts y primer jefe de la casa que lleva su nombre. Todo el colegio me temía porque creían que era el heredero de dicha persona y que había abierto la Cámara de los Secretos a propósito, liberando al monstruo que la habitaba.

Sabía que tenía que hacer algo, pero no sabía qué.

La respuesta llegó inesperadamente, cuando nos dijeron a Ron Weasley y a mí que Hermione había sido atacada (lo cual, por cierto, hizo que las sospechas sobre mí disminuyeran; todos sabían que jamás atentaría contra mi mejor amiga): teníamos que hallar pronto la cámara y matar a la bestia, o más personas resultarían heridas. Por fortuna, Hermione había hecho gala de su aparentemente infinita inteligencia y nos dejó un mensaje sobre la clase de criatura que vivía allí: un basilisco, una serpiente gigante capaz de asesinar con la mirada. Además, nos habíamos enterado por boca de la profesora McGonagall (sin que ella lo supiera, claro, porque nos escondimos en el armario que estaba en la sala de maestros) que Ginny, la hermana menor de Ron, había sido secuestrada, lo cual hizo que redobláramos esfuerzos.

Sin embargo, había alguien que no parecía muy encantado con la situación: el profesor Gilderoy Lockhart, quien debía estar enseñándonos Defensa Contra las Artes Oscuras, fue asignado para la misión de enfrentar a la bestia, e intentó darse a la fuga. Afortunadamente, Ron y yo logramos atraparlo y lo arrastramos con nosotros hasta el interior de la cámara subterránea que Slytherin había construido hace varios siglos atrás, en desconocimiento de los otros fundadores; una vez allí, el muy idiota intentó lanzarnos un hechizo desmemorizante, con tanta mala suerte que éste le salió por la culata, pues había usado la varita de Ron, que llevaba rota desde el principio del año escolar.

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