UNA PULSERA DE TRES PERLAS

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El mediodía se acercaba y Darío se encontraba echado en el sofá pensando qué hacer con el resto de su sábado. Con la mirada fija en el blanco techo del apartamento alcanzó con su mano izquierda el encendedor que la había regalado su padre en último cumpleaños y una cajetilla de Lucky Strike, acto seguido reparó en que sólo quedaban dos cigarrillos y encendió uno de ellos dejando el otro sobre la mesa de vidrio de su sala. Expulsó una bocanada del humo mezclando con un gran suspiró que denotaba aburrimiento, entre sus pensamientos se encontraban los típicos de un fin de semana en el que no tenía a nadie con quien hacer algo: echarse un maratón de Netflix, pasear en bicicleta hasta que sea de noche, hacer ejercicio en el cuarto de huéspedes que había acondicionado para tal finalidad o, en última instancia, ponerse a estudiar para los exámenes que tendría que dar la próxima semana.

Mientras tomaba la decisión con el antebrazo encima de la frente y entre cada bocanada, reflexionaba en el hecho de que a sus veintitrés años a pesar de tener muchos amigos seguía habiendo momentos en los que necesitaba de alguien para pasar el rato como en ese día. La mera idea de aburrirse cada vez que estaba solo no era nueva para él, sin embargo, prefería hacer de cuenta que tales pensamientos nunca se habían asomado por su cabeza. Al caer en cuenta que ya se estaba por terminar el cigarro dio la última bocanada y lo apagó en el cenicero.

­­—Bueno. Netflix será, la vieja confiable —dijo él. Después se levantó del sofá aliviado—, pero antes de ver un maratón solo daré un último intento —acotó mientras cogió su celular. Él sonrió.

—Hola, Darío. Dime. —saludó en voz alta.

—Hola, Ana. ¿Estás algo ocupada ahora? —quiso saber—. Pregunto porque como te escribí al WhatsApp en la mañana y ni en visto me dejaste. —agregó mientras veía por su ventana.

—Sí. Ya sabes que los fines de semanas ayudo en la tienda a mi mamá —respondió—, ahora mismo estoy atendiendo. ¿Era algo importante? —inquirió Ana.

—Lo había olvidado. Disculpa. No era nada importante, solo quería saber si podías bajar a mi apartamento para un maratón de series. Ya sé que estás por San Juan de Lurigancho ahora, pero yo te pagaría el taxi si se nos hace tarde, así que tranqui.

—San Juan de Luriwashington, con estilo por favor —río al otro lado de línea—, ¿quiénes más irán?

—Pues tú eres la única que pensé podría hoy. Todos mis otros amigos están en otras cosas y no pueden.

—Puede ser. Podría pedirle a mi hermana que me cubra por este día. Te avisaría luego pero no estoy prometiendo nada. Si puedo estaría allí como a las cuatro o cinco. Si puedo me choreo algunos piqueos para que comamos -carcajeó ella.

—Eso estaría perfecto, Ana. Yo me encargaría del trago.

—¿Quién pensaría que Darío, el chico fitness, le pudiera dar tan duro trago? —preguntó en tono irónico.

—Para nada. Ya sabes que esas cosas son diablo —contestó él.

—Una última cosa. ¿Por qué parte de Miraflores se encontraba tu edificio?

—Está cerca al Parque Kennedy. Tú bájate ahí ya yo te envío mi ubicación por mensaje.

—Oki. Recuerda que aún te debo confirmar. Cualquier cosa te aviso. Cuídate.

—Ojalá puedas, Anita. Gracias.

Luego de terminar la llamada se sintió más animado y procedió a colocarse su mascarilla para salir a comprar lo necesario para esa noche. Ya afuera, Darío se encontraba imaginando lo bien que la pasaría ese sábado. Hace tiempo que conocía a Ana, desde iniciar la carrera a mediados del 2019 para ser preciso, pero no eran muchas las oportunidades que habían tenido de estar a solas por la pandemia. A pesar de todo el proceso de adaptación a la nueva normalidad se dieron sus "escapadas".

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⏰ Última actualización: Feb 14, 2022 ⏰

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