27 de enero del 2023, 22:08
Segunda edición: 28 de junio del 2024, 23:00
Hajime afronta la más compleja de las situaciones sufridas a lo largo de toda su vida, por mucho la más inquietante y despiadada. Hoy lleva consigo un arma lo suficientemente liviana como para enaltecer sus brazos, no obstante, cabe señalar que el sudor que baja por su espalda es de complejidad todavía mayor en comparación al nerviosismo. Un día especial como aquel terminó siendo paupérrimo.
El cielo permanece cubierto de nubes y el viento corre todavía errante, tal como volaron los disparos anteriores a través del aire, consiguiendo no llegar a ninguna parte; habiendo rozado el objetivo por pocos centímetros que le negaron rotundamente la victoria. No da indicios que demuestren semejante inquietud, una persona como él es incapaz de manifestar el hecho de ser aplastado por el mundo inmenso -que a su vez pareciera hacerlo sin pudor en el acto-, por lo cual se llevará esta sensación hasta el final donde lo espera la derrota futura de brazos abiertos.
Pese a estar ansioso, se muestra sonriente al recordar incontables momentos. De niño solía molestar a su amigo en el patio de la casa, le arrojaba bolas de nieve hasta fastidiar su humor tan riguroso. Si pudiera regresar a esos días, volvería con gusto a derribarlo de nuevo para ser echado abajo por él, después fingir su propia muerte de algún modo; hundirse entre las tantas capas de nieve y levantarse de sorpresa con el propósito de perseguirlo sin restricción, así podría tenerlo al alcance... luego recibir un contraataque de su parte y hacerse el muerto una vez más.
Aprendió que los juegos no se basan en la experiencia sino en la suerte infernal, la cuestión ya no es triunfar o resultar perdedor... las posibilidades se reducen entre la vida y la muerte. En el presente, ya perdió cuatro de los cinco tiros que tenía a disposición, una última bala hará definición del tipo de puntería que tuvo en pleno trance... lamentable. La brisa amenaza con desviar esta última munición, lo hará fallar por culpa de las violentas ráfagas que azotan a lo largo del campo de batalla. Un buen tirador sin duda ha de estar calmo; inquebrantable por el viento que golpea de frente a velocidades extremas; no debiera ser problema... por desgracia, blindar los nervios con acero trae negativas consecuencias.
Aguantará la respiración, hará recargar el arma una última vez para concluir con la ronda final del juego. Podrá estar intranquilo, mas quiere mostrarse invicto ante las emociones salvajes que se aparezcan en su cabeza. Necesita reunir el coraje suficiente para estimular el impulso de disparar, no sabe si conseguirá ganar; bien podría perder, sin embargo, tampoco querría mantenerse preso de la incertidumbre a raíz del miedo.
No es requerida la excelencia para encarar el inminente vencimiento y la más terrible de las tragedias, por lo tanto, se ha de arriesgar. No hace falta echar un vistazo a través de la mira, posiciona el dedo frente al gatillo y alza el rifle a la altura de sus hombros después de erguir la espalda, enloquecido y galante como quien estuviera a punto de ser baleado por el enemigo tras salir del escondite.
Aceptó la muerte. Bien sabe que el trayecto del disparo será desgraciadamente relativo, todo dependerá de la técnica y su puntería. El cielo se torna estático y tuvo compasión el viento bendito; había dejado de correr en su contra, prendiéndose así una luz sorpresiva de esperanza. Se aferró al momento oportuno y a los juegos de azar de los que muy bien hace memoria. El joven emplea excesivamente el drama, quizá nadie lo sepa nunca y qué más da ya, está a punto de sufrir los efectos de un paro respiratorio a causa de mil y un monstruos imaginarios que pretenden hacerle burla en medio de la guerra brava, pero hay un factor no menos importante: Seishu está a su lado.
-¿Quieres que yo lo haga? -le ofrece una mano confidente, analizando su expresión del terror más puro-. Te veo medio anormal.
Koko vuelve a respirar, un espasmo invade la zona interna de su pecho. La categoría del malestar extraordinario no se puede tratar.
-Está bien -cede el arma y goza de un alivio reparador-. Lo siento, no puedo hacerlo yo.
-Lo sé -Seishu se hace responsable y recibe el rifle-. No te preocupes de más -apunta al blanco enemigo, derecho y con destreza. Su sonrisa es la cura de todo mal.
-¿Preocuparme, yo?
Koko escuchó el balazo y abrió sus ojos por el impacto; Seishu dio directamente al que antes parecía ser un cuerpo tan rígido e invencible... lo pudo derribar con un tiro impetuoso de gracia y sencillez. Ganó el juego con un porte elegante, digno de la victoria que agrandó la emoción propia y ajena.
Estaban en una feria luminosa, lugar tremendo al que habían ido a jugar juntos. Koko se gastó todo el dinero desperdiciado que trajo metido en la billetera, Inupi remedió la grave pérdida con su encanto que obtuvo el premio: ¡un perro gigante de peluche!
-Gané -su voz le suena reconfortante. La señorita a cargo del juego tomó de vuelta el fusil de plástico y fue a descolgar el más grande de todos los peluches en exhibición-. Toma, es para ti -Inupi le obsequia el perro.
Koko siente un bochorno que gusta pasear por su rostro. La temperatura sube de una forma espeluznante.
-Yo quería ganarlo para ti -se muerde los labios, buscando erradicar la fulminante vergüenza-. Soy un cero a la izquierda.
-No importa -Inui se muestra serio al notar los detalles del peluche descomunal-. Además, el perro se parece a mí.
-¿En serio? -analiza los rasgos y las costuras, poco convencido-. No es cierto.
-Te digo la verdad -hace un mohín de credibilidad-. Míralo -insiste y rebosa de sus más nobles sentimientos sin decir mucho, incapaz de reflejar un claro desinterés-. Te acordarás de mí cada vez que lo veas.
-Si tú lo dices... -toma en cuenta su declaración reciente y pone énfasis al perro. Su compañero ni se inmuta al respecto, Koko no es beneficiario de esta asombrosa capacidad, pero conoce cada parte recóndita de su compañero desde adentro y por fuera.
El perro enorme era el premio de mayor caudal, tenía los ojos verdes, las orejas amarillas... no había comparación al resto de seres felpudos que conformaban su ejército. Seguramente alguien merecedor -no precisamente algún combatiente, mucho menos un tirador- podría dormirse encima suyo para desquitar el llanto sobre su barriga a mitad de la noche, abrazándolo bajo alguna u otra circunstancia... abrazándolo tan fuerte como a veces Hajime abrazaba a Seishu.
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Francotirador; Koko & Inupi
FanfictionÚltimo tiro, no hay más balas, todo dependerá de su puntería. Tokyo re. Hajime & Seishu.