Geten mira con detenimiento la pintura que tiene frente a él. La observa con interés, disfrutando de los colores, de la composición. Está prácticamente solo en la sala, escucha los murmullos de un par de muchachas que, a unos metros, discuten algo sobre una de las obras de arte expuestas. No les presta atención. Sus sentidos están puestos en la pared frente a él, en el marco dorado que rodea una magnífica combinación de sombras que le producen una sensación extraña, como si le envolvieran.
Entonces siente algo rozar su mano derecha y no debe voltear para saber qué es. Aprieta el puño y siente el trozo de papel en su interior. Cuando se queda solo en la sala, ve el papel, reconoce la letra y siente la necesidad de poner los ojos en blanco al notar las cinco sencillas palabras: te espero en donde siempre. Guarda la nota en su bolsillo y continúa su recorrido por el museo, disfrutando al sentirse rodeado de tanta belleza.
Es tonto, quizá, tomarse tantas molestias para aparentar, pero es parte del ritual. O más que ritual, es en realidad un juego. Uno que Touya y él juegan a la perfección, porque son expertos en él y porque llevan jugándolo desde mucho antes de lo que a los dos les gustaría admitir.
A las once menos diez entra en el lugar de la cita. Es un hotel de lujo en el centro de Japón: grande, brillante. Es opulento y hermoso, como sólo puede ocurrir en Touya. Y es perfecto para esa noche, porque los hoteles de paso, con camas duras y sábanas tiesas son más para cuando se encuentran en situaciones apresuradas o cuando ambos fingen estar ebrios solo para poder estar juntos.
Geten entra en el hotel, donde algunos saben quién es y otros no, pero en donde todos fingen que no le ven entrar, ya sea por respeto o porque la discreción va incluida en el precio de la habitación, y va directo al lugar de siempre. Es una suite en el piso más alto y es suya porque, según sabe, nadie más la utiliza. Jamás. Órdenes estrictas del —pedante y posesivo— dueño.
Desliza la llave electrónica, que para ese punto es una pertenencia más, y entra en el cuarto con la naturalidad de quien entra en su propia casa. Todas las luces están encendidas y llega una ligera brisa de la puerta abierta que da hacia la terraza. Geten camina hasta allá y se recarga en el marco de la entrada mientras ve a Touya apoyado en el balcón, acompañado por un cigarrillo. La vista de la ciudad es impresionante, con sus miles de luces y tan llena de vida. No dice nada mientras se acerca a él. Los saludos y en general las palabras no son necesarias, excepto cuando el otro le extiende la caja con cigarrillos y pregunta en voz baja si quiere uno.
"Después." Es la respuesta, y esa palabra hace a Touya sonreír. Después, cuando sus manos se rocen por debajo de las sábanas. Después, mientras se vistan con parsimonia. Después, al despedirse sin palabras y caminar en direcciones opuestas.
Pasan unos minutos, o quizá algunas horas, y como si fuera una coreografía previamente ensayada, ambos abandonan el balcón al mismo tiempo y regresan a la habitación. Sus miradas se encuentran y una sonrisa juguetona aparece en el rostro de Touya. Geten pone los ojos en blanco —porque no puede ser de otra manera—, pero la privacidad de aquel espacio hace que el gesto similar que aparece en su rostro sea sincero como pocas veces lo es ante el resto de los demás.
Se acercan con la confianza de quien ha hecho lo mismo en incontables ocasiones y se desnudan mutuamente con tranquilidad, porque esa noche no se siente para hacer las cosas apresuradamente, sino para dejar que el tiempo pase poco a poco, sin prisas y sin presiones por tener que dar la cara al mundo. Después de todo en aquel espacio y en aquel momento son sólo ellos dos: no hay testigos, no hay contratos, no hay historia ni rencores; no hay Todoroki ni Yotsubashi: sólo Touya y Geten.
Touya toma la barbilla de Geten y acomoda su rostro para besarlo. Es un beso experto, intenso, que sabe a cigarrillo y a promesas que sólo son válidas por una noche (pero siempre con posibilidad de repetirse en otra ocasión, en otro lugar). Caen sobre la cama, Touya encima, y Geten gime cuando éste lo toma por la cadera y acerca sus cuerpos, logrando una caliente fricción entre sus erecciones. Touya sonríe y busca la mirada de Geten.