Capítulo 3

97 5 1
                                    

Pensé que nunca volverías, que después de todo lo ocurrido me odiarías, pero no fue así. En algún momento, cambiaste de opinión y viniste a mí; y tal fue mi sorpresa que al no atreverme a volver a mirarte a la cara, y ver cómo tus ojos se incrustaban en los míos, me marché sin dar explicación. Curiosamente, cuando estuve preparada y volví, tú seguías esperando, impaciente, con la mirada perdida, hasta que la clavaste en mí. Todavía me pregunto qué pasó, para que al volver a verte, todas mis fuerzas se fueron, y me sentí el se ser más indefenso en el mundo; hasta que te acercaste a mí y me besaste, haciéndome recordar aquellos momentos en los que creí que existía la felicidad.
Aun así me aparté, aunque ambos supiésemos que queríamos más, no podía permitirlo, no podía volver a caer en ti, en tus labios, tus abrazos...
Quería irme, desaparecer y volver a lo de antes, pero sabía que eso era imposible, y tú me tenías agarrada de la cintura sin dejarme ir mientras me decías con la mirada que querías más, no querías que me fuera, sino hacerme tuya otra vez.
Porque qué bien se estaba en tus brazos, viéndome reflejada en tus ojos, donde me sentía segura, donde sabía que la tormenta ya había pasado, esa tormenta que en mis ojos aún se asomaba.
Y puede que quisiera marcharme, pero había algo en mí que pedía a gritos que me amaras, que como tu amor no quería el de nadie.
Pensé qué habría de malo en que nos dejásemos llevar una vez más, en permitir que tus labios recorrieran mi cuerpo como aquellas veces en las que la pasión nos poseía y estallábamos juntos.
Que contigo todo era bien y sin ti el abismo me acechaba, que prefería perderme en ti que perderme en la soledad de nuevo en tu ausencia.
Sabía que si no permitía que volvieras a fundirte conmigo nunca volvería a sentirme entera, nunca podría sentirme completa con nadie más. Y por eso, por aquel motivo que tanto me asustaba, dejé que me amaras aquella vez, dejé que volvieras a hacerme feliz, que juntos, los dos, fuéramos uno. Dejé que te fundieras conmigo, te acogí como aquella última vez, te permití dejarte ir en mí mientras susurrabas mi nombre y yo cerraba los ojos sintiéndote en mi interior, deseando que nunca volvieras a irte y que nunca volvieras a dejar que yo me marchase. Contigo todo; sin ti, la nada.

Gracias GuardaTormentas por haber ayudado en este capítulo.

Capítulos sueltosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora