Capítulo único

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Cuando Kagami probó el helado y, sin darse cuenta, se ensució un poco la comisura del labio, Adrien sintió un leve pinchazo en su corazón. Fue una sensación extraña, como si le hubieran asestado un flechazo. Por un momento, la confusión lo invadió. 

— ¿Adrien? ¿Estás bien? 

Abrió los ojos, sorprendido, y cuando su mirada se encontró con la intrigada de Kagami, el ardor del flechazo se expandió por su pecho. Como por arte de magia, aquel ardor se transformó en un calor agradable, pero feroz. Supo con certeza que, si lo dejaba avanzar, su cuerpo entero se prendería en llamas. 

— Sí, sí... Solo estaba... Pensando. 

    Ella frunció levemente el ceño, y lo escudriñó de forma penetrante. Un escalofrío le recorrió la columna. 

— Algo te ocurre. — Parecía que Kagami lo hubiera escaneado con rayos X. ¿Cómo podía entenderlo con tanta facilidad?  — Según lo que tengo entendido, los amigos suelen charlar acerca de lo que les sucede para encontrar posibles soluciones a sus problemas y desahogarse en el proceso. Si quieres, podemos hablar sobre eso. 

    Se quedó helado tras escuchar sus palabras, que sonaron analíticamente frías, como de costumbre. Sin embargo, tras pasar tanto tiempo junto a ella, Adrien había logrado entenderla. Bajo aquella fachada seria e intelectual, se escondía una persona cariñosa, que se preocupaba mucho por los demás. 

— Y si no es el momento, esperaré el tiempo que sea necesario. Quizás sea mejor que disfrutes del helado antes de que se derrita. 

Adrien había creído que Kagami se molestaría por su silencio, pero ella lo sorprendió con una respuesta tan genuina y amable, que lo enterneció y le arrebató una media sonrisa. 
    Inadvertida, Kagami hundió la cuchara en el helado y la extendió para que él probara un bocado. Aunque la espontaneidad de su acción lo sorprendió, Adrien abrió la boca y lo probó. La frescura y dulzura de la menta se mezcló con la amargura del chocolate en su paladar. A pesar de que no era fanático de la menta granizada, no podía negar que sabía delicioso. De verdad que André hacía magia con sus helados. Podía convertir los gustos más extraños en exquisitas delicias.

— Sabe increíble, ¿verdad? 

— Nunca pensé que me podría llegar a gustar la menta granizada. — Soltó como si nada, y Kagami se rio. Adrien logró atisbar cierto brillo en sus ojos. 

— Aunque no crea en que este helado pueda juntar a dos personas, sí creo que su sabor es mágico. A mí tampoco me gustaba la menta granizada...

    No pudieron evitar reírse al respecto, y el corazón de Adrien se aceleró. 

    Kagami era una de las pocas personas en aquel planeta que podía sacarle risas genuinas. Y con el paso del tiempo, había comenzado a notar ciertas cualidades suyas que le producía un agradable, pero confuso cosquilleo en el estómago. Por ejemplo, ella siempre estaba dispuesta a ayudarlo, y respetaba su espacio. Por no mencionar que lo comprendía muy bien, y era su única amiga que entendía lo que significaba pertenecer a una familia prestigiosa. 
Por un instante, se olvidó por completo del helado. Le dedicó una mirada que expresaba tanto cariño, que la hizo sonrojar. 

— Gracias por todo, Kagami. Realmente lo aprecio. 

    Ella parpadeó un par de veces, hasta que comprendió a lo que se refería. Entonces, su expresión se suavizó.

— No hay de qué, Adrien. Siempre estaré aquí para ti. 

    Aquello fue todo lo que Adrien necesitaba escuchar para animarse a continuar. Kagami, sin lugar a dudas, era una chica impresionante. Sintió la realización como si un campo entero de pimpollos hubieran florecido en su interior. Por lo que, se armó de valor, y le dijo:

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