VII

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Irene intentó concentrarse en tareas y pendientes de la escuela, pero le era difícil. Su mente regresaba continuamente a pensar en Lune y en Jasper saliendo de aquel almacén.

¿Por qué le habría ocultado que iban a encontrarse?

¿Le estaba ocultando algo adicional?

Incapaz de poder terminar una lectura, decidió tomarse una pausa. Inspirada por lo que había sucedido en la tarde, cogió el grimorio, se transformó en un gato, y salió por la ventana de su cuarto sin rumbo definido.

Ya había probado transformarse en varios otros animales, pero la forma con la que se sentía más cómoda de lejos era aquella. Quizás en espacios más abiertos habría preferido algo diferente, pero en la ciudad moverse como un gato le era sumamente sencillo. Ya se había acostumbrado a la agilidad de ese cuerpo, y ahora no tenía problema en realizar saltos impensables para su forma humana.

Avanzando libremente, Irene aprovechó algunos ductos y balcones para trepar hacia su propio techo, y de allí continuó hacia otros tejados, corriendo sin preocupación alguna, aumentando su velocidad conforme agarraba algo más de confianza. Luego de alcanzar el techo de un edificio de varios pisos, se acercó a la orilla. Recordó su caída en la tarde, y se dispuso a aprender del error. Deshizo la transformación, estiró sus brazos, moviéndolos lentamente como si se tratasen de alas. ¿Qué tan difícil podría realmente ser volar?

Pues estaba dispuesta a averiguarlo.

Con los brazos abiertos, se situó a la orilla de azotea, lentamente se inclinó hacia delante y se dejó caer. En el aire, activó la metamorfosis y se convirtió en un gorrión. En vez de entrar en pánico como la vez anterior, esta vez se tomó el tiempo adecuado para sentir el aire golpear su cuerpo y ver a detalle el panorama. Cuando se sintió cómoda, estiró sus alas y comenzó a planear. Si bien el vértigo le era un problema, trató de no desviar su mirada hacia abajo. Con algo de esfuerzo, consiguió estabilizar su propio balance y ahora descendía lentamente. Confiada, extendió sus alas y las movió fuertemente, lo que remeció por completo su pequeño cuerpo. Pero aquel movimiento la impulsó considerablemente, llegando a elevarse considerablemente. Luego de intentarlo dos y tres veces, le agarró el ritmo.

Estaba volando.

Irene dio varias vueltas a las calles y avenidas de la ciudad, hasta regresar a su propia casa. Deshizo la transformación en su propia azotea, luego de asegurarse que nadie la estaba viendo. Se dejó caer, descansando su espalda contra un muro, y procedió a estirar sus extremidades. No se había percatado bien cuánto tiempo había pasado. ¿Habían sido horas? Ya estaba oscureciendo. Había perdido la tarde, pero no le importaba. Sonrió para sí misma, mientras se reincorporaba y se sacudía el polvo de su ropa.

No había dado ni dos pasos cuando escuchó que alguien en la calle abajo gritaba por ayuda. Era una voz femenina, que gritaba que le estaban robando. Irene se asomó a la esquina y entendió qué es lo que estaba pasando. Un ladrón había cortado la cadena de una bicicleta estacionada en el parque cerca a su casa, y ahora se daba a la fuga, adentrándose en el parque Rushgrove.

Inmediatamente, Irene se convirtió nuevamente en un ave, y siguió al sujeto que intentaba escapar. Para evitar que lo siguieran, el ladrón había evitado prender las luces de la bicicleta. Todo apuntaba a que su intención era perderse en la oscuridad del parque. Pero por más que hubiese anticipado una persecución a pie, definitivamente no se esperaba un ataque aéreo.

Como un gorrión, Irene embistió contra el hombre, quien rápidamente perdió el control de la bicicleta y se estrelló contra el suelo. Lamentablemente, ella también perdió el balance de su vuelo, y por más que intentó estabilizarse, cayó bruscamente en el césped, rompiéndose una de sus patas.

"Mierda" pensó, mientras inconscientemente su forma de ave chillaba por el dolor.

-¡Agárrenlo! – escuchó decir a alguien a lo lejos.

El ladrón no terminó de entender qué es lo que había pasado, ni se había percatado del gorrión a su costado. Rápidamente se puso de pie y corrió de vuelta a la bicicleta. Irene estaba decidida a evitar que se le escape, pero no se sentía en capacidad de darle una persecución. Resolvió intimidarlo.

Se transformó en un oso.

Jamás lo había hecho, pero no debía de ser algo tan complicado como volar, ¿no?

Camuflada con un pelaje negro entre la oscuridad de la noche, irguió su nueva forma, tal como lo había visto en las películas, y emitió un rugido. Fuerte. Natural. Visceral.

El pobre ladrón volteó aterrado, y solo atinó a ver dos ojos y una sombra enorme. No tardó un segundo en huir despavorido, gritando.

Satisfecha, Irene deshizo la transformación. Para su sorpresa, se dio cuenta que tenía un dolor profundo en su pie. Trato de incorporarse normalmente, pero le era imposible. Cojeando, avanzó hacia la bicicleta, y la levantó. La víctima del robo, una chica de edad parecida a la suya, se acercó corriendo, junto con quien parecía ser un policía. Irene les hizo señas con las manos.

-Aquí tienes – le dijo, sonriendo.

La joven se le acercó, y le dio todas las gracias posibles. Le explicó que, más allá del valor, la utilizaba para trabajar.

-Realmente me has salvado la vida – añadió -. Pero... ¿estás herida?

-¿Qué fue lo que pasó? – el policía le increpó.

-Pues... vi al ladrón intentando huir y me choqué con él. De ahí... no sé qué pasó, pero al parecer se fue corriendo.

-¿Escuchaste ese rugido? Parecía un animal salvaje.

-¿Rugido? No, para nada... ugh - el dolor le era bastante agudo y por más que deseaba disimular que se encontraba bien, sus gestos la traicionaban.

-¿Está herida?

-Creo que caí un poco mal, pero no es nada, no se preocupen.

-Está cojeando señorita... Debe verse inmediatamente. ¿Vive cerca? – ella asintió – Al menos deje que la acompañemos a su casa.

Irene no se opuso a aquello.

El policía le pidió que por favor vaya a verse a un hospital, pero ella llegó a convencerlos que solo era una herida menor. Gentilmente, el policía la acompañó hasta la puerta de su casa. Una vez adentro, se dejó caer en el sofá, y tras estirarse, estalló en una risa, completamente eufórica.

Había aprendido a volar.

Intimidó a un ladrón.

Y recuperado el objeto robado.

Una herida en el pie era un bajo costo a pagar por ser una heroína. Aniquilada por el día y por el uso de magia, Irene se acurrucó en el sofá y se fue a dormir con una enorme sonrisa en el rostro.

El Alquimista y la SalamandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora