Podría

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Podría soltarlo y no lo hace, podría dejar caer su delgado cuerpo al vacío y al olvido. Pero decide quedarse con él, abrazado por un cierto deje de lástima y miedo.

Y así empieza.

Ya fuera desamparo o curiosidad, asombro o una desesperada necesidad de pertenencia, que cual manotazo de ahogado lo obligó a aferrarse al primer cuerpo que encontró a flote, en cierta forma nunca dejó de estar agradecido de que aquel fuera Fushimi. Porque cuando lo vió siendo intimidado podría haber optado por ignorarlo, pero no lo hizo. Pudo decidir pasar desapercibido, pero asertivo como solo él podía serlo, saltó delante del otro y el impacto fue brutal. El castaño se acercaba un paso, el azabache se alejaba diez. El mismo modus operandi en bucle una y otra vez.
Y pudo rendirse, pero no lo hizo. Pudo darse cuenta y decidir que no valía la pena, pero nunca fue así.

Nunca se daba cuenta.

Hasta que se volvió muy tarde, y para entonces cuando caía uno, lloraban los dos. Aún incapaces de entender el vínculo que conectaba sus corazones, pudieron separarse pero no lo hicieron, pudieron pelear en desacuerdo, a los gritos. Y en su lugar eligieron hacer planes juntos. Y fue un desastre de a dos. Como su vida y su familia, el otro pudo ser indiferente, pero no fue el caso. Pudo serle lo suficientemente problemático como para abandonarlo en sus malos hábitos alimenticios, en las pesadillas sobre su padre, en los cimientos de un hogar que nunca fue y en las cenizas de su granja de hormigas. Pudo optar por dejarlo tirado en el constante pensamiento de que todo lo que amaba podía perecer en en la debilidad de sus frágiles manos pálidas. En lugar de eso le ofreció un nuevo comienzo y la promesa de que juntos podrían comerse el mundo. El otro lo creyó sin saber por qué.

¿Por qué de pronto de su boca cualquier disparate sonaba a futuro y sabía a seguridad? (Por eso, pudo rechazarlo, pero no lo hizo) Y en su obstinación de no hacer, acabaron envueltos en fuego. Y pudieron asustarse, pero solo uno lo hizo. A partir de allí la fisura solo se hizo más y más profunda. Ya no pudieron coincidir como hasta entonces porque en el quiebre que la madurez fluctúa sobre el espíritu humano, sus caminos se dividieron tenuemente en el inicio. Abruptamente al final.

Cuando la figura esbelta de Saruhiko le dio la espalda esa tarde, pudo haberlo retenido, pudo haber corrido tras él, tomar su mano, su rostro, sus labios, tal vez debió hacerlo. Mas cuando se dio cuenta ya no había tiempo, ni palabras. Para el momento en el que sintió el golpeteo dentro de su pecho un corazón yacía roto y el otro demasiado lejos, tanto de su alcance como de su entendimiento. Y ni siquiera podía distinguir cuál era el suyo.

Misaki pudo odiarlo, y lo hizo, sí que lo hizo. Pero cuando lo tuvo allí, colgando hacia la nada, con su brazo cansado como único impedimento para que la gravedad cumpliera su cometido, los dos sabían bien que podía dejarlo caer, y no lo hacía. Contra toda lógica y probabilidad. Contra toda estrategia. ¿Por qué no lo hacía? ¿Por qué a pesar de todos los motivos que le había dado no podía soltarlo?Más el caprichoso destino, estaba cansado de darles opciones e indicios y mientras la fuerza del castaño se debilitaba, su mirada impotente encontró refugio en los orbes de su némesis. Su hombro temblaba y los dedos en los que apoyaba el cuerpo para no deslizarse por la cornisa comenzaban a adormecerse. Lo estaba matando y aun así no podía dejarlo ir ¿Cómo podría soltarlo cuando no sabía dónde terminaba uno y empezaba el otro? Alguna vez eso estuvo claro en intenso azul del uniforme ajeno y en cálido rojo emanando de sus propias manos, pero cuando los límites del mundo tangible se desdibujan dejando enfrentadas solo sus dos almas desnudas, Misaki pierde toda certeza. Saruhiko mira a Misaki, como coronado por las estrellas del cielo resplandeciendo en la coronilla del pelo, asoman los astros entre sus mechones alborotados en el corte al que él mismo se encargó de darle forma con unas tijeras sin filo en su viejo apartamento. Podría haber hecho un mejor trabajo, se reprocha riendo para sus adentros tan sólo al considerarlo. Y Fushimi piensa, en lo que cree sus últimos instantes, como pudieron ser todo y ahora no eran nada más que una herida abierta en el pecho del otro. 

Podría | Sarumi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora