única parte

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Una noche extremadamente calurosa a principios de junio, le resultaba complicadísimo a cualquiera poder conciliar el sueño, el viento soplaba una brisa lo suficientemente cálida como para anhelar el invierno.
A las afueras de la ciudad, donde el sonido de los bichos y los coyotes aullando era la melodía predestinada, yacía una mansión ya desgastada, la madera agrietada y débil gracias a las polillas y el portón de metal oxidado, sin embargo, seguía manteniendo ese aire gótico y costoso, encantador si alguien con gustos refinados en la vieja arquitectura decide dejarse llevar por la belleza en ruinas de un lugar lleno de historia.

Esta mansión se encontraba vacía y en penumbras, solo los sutiles sonidos de cadenas chocando entre sí se escuchaba, hasta que la puerta de la entrada fue abierta de par en par con fuerza, dejando ver la dueño entrando bruscamente.
Un hombre de alrededor de 40 años, alto, muy delgado, de cabello largo lacio, naríz pronunciada y un par de ojos cansados, caminaba mientras arrastraba una pesada bolsa negra con algo de dificultad por el suelo.

Lentamente llevó esta bolsa hasta el sótano donde la abrió, dejando a la vista el cuerpo lastimado de un joven y delgado chico inconciente.

Lo sacó por completo y lo aseguró a unas cadenas que estaban pegadas a la pared, después volteó a ver a otros dos chicos que también se encontraban ahí y enseguida comenzaron a temblar de miedo, alejándose lo más posible del hombre, causándole una tétrica sonrisas a éste y que llevara su dedo índice a sus labios, emitiendo un lento "shhh".
Seguido se levantó y tomando la bolsa se retiró del lugar.

Un par de horas más tarde el joven despertó, desorientado y asustado intentó levantarse del suelo, siendo detenido gracias a las cadenas colocadas en sus tobillos. Jaló de ellas por varios minutos intentando liberarse y soltando un bufido lleno de enojo e impotencia al darse cuenta de que era imposible.

En ese momento uno de los dos chicos que estaban a solo unos cuantos metros de él, habló.

- Será mejor que ni lo intentes...

Su voz algo ronca y débil resonó por el obscuro sótano provocando que el joven diera un brinco en su lugar.

Llevó su mirada hacia la esquina de dónde escuchó la voz y lo que vió lo dejó tan sorprendido y asustado que su rostro se puso pálido cual hoja de papel y lo llenaron unas terribles ganas de vomitar.

Habían dos jóvenes encadenados igual que él, pero lo que lo hizo reaccionar de esta manera fueron las deformaciones causadas en sus cuerpos.

Ambos además de estar muy golpeados y desnutridos, tenían lo que parecía plumas de algún tipo de ave incrustadas por todo el cuerpo, sus párpados estaban extrañamente cortados y pegados haciendo que sus ojos se vieran demasiado grandes, también tenían la cabeza afeitada y con más plumas, además de tener unos grandes cortes en las mejillas, desde la comisura de la boca hasta casi llegar a sus orejas.

-¿Qué es todo esto? ¿Qué son ustedes?- Preguntó asombrado.

-Solo somos un par de tontos con mucha mala suerte.- Respondió el mismo que le había hablado al principio.
El otro chico solo asintió con la cabeza, este parecía más débil que el otro.- Y al parecer tú también lo eres.

- No entiendo nada ¿cómo es que llegué aquí?

- Él te trajo, igual que a nosotros.

- Pero ¿quién es él?

En ese momento el hombre abrió la puerta del sótano y con una inquietante calma bajó las escaleras hacia ellos.

- Vaya, parece que la nueva avecita ha despertado.- Se inclinó hasta el joven y antes de poder pasar sus huesudas manos por su rostro, éste se alejó del toque, provocando que su calmada expresión cambiara a una molesta.
Tomó su rostro por las mejillas con fuerza y lo obligó a verlo.

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