¡Sorpresa!

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El viento sopló de repente en el parque central de Konoha en una tarde de primavera, agitando las hojas del árbol debajo del cual se encontraba sentada en un banco de cemento Hinata Hyūga.

Afortunadamente, había elegido un atuendo apropiado para el clima actual, considerando los cambios de temperatura abruptos por los que era conocida la temporada, y estaba lo suficientemente abrigada con su suéter favorito color crema, un pantalón de mezclilla negro y botas claras como para sentir molestia por la brisa fresca. Otros, no tan preparados como ella, emprendieron su retirada ante la advertencia sutil de la madre naturaleza de que las horas cálidas del día estaban llegando a su fin.

Una lástima, la verdad, ya que observar a la gente paseando por los caminos de ladrillos, tirando monedas a la fuente en el centro del parque o solo disfrutando del sol tirados en el pasto le había brindado una muy bienvenida distracción de la verdadera razón por la que se encontraba hacía ya veinte minutos esperando por un encuentro que su cabeza le repetía una y otra vez que nunca sucedería.

Era una tontería, la verdad, pero por algún motivo cada vez que se había puesto de pie para irse a su casa, algo dentro suyo la había convencido de esperar sólo cinco minutos más. Que en ese tiempo algo sucedería y le daría la perfecta excusa para no tener que volver aún a casa con su padre que acababa de regresar de un viaje de negocios.

≪ Buenas tardes, padre ―diría ella cuando lo viera―. Qué alegría tenerte en casa otra vez. ¿Cómo estuvo tu viaje? ≫

Ante esto, su padre (que seguramente tendría un diario en la mano para actualizarse sobre los últimos eventos de la ciudad) la ojearía de pies a cabeza para determinar mentalmente si lo que fuera que Hinata tenía puesto era apropiado según sus estándares para con sus hijas (cuya decisión final sería un no) y elegiría uno de los tantos defectos que había encontrado en ella en su inspección para mencionárselo.

≪ Ocupado ―diría él―. No estás vestida para la cena con los Sarutobi todavía. Y tu cabello es un nido de pájaros. Arréglalo. ≫

Sólo de pensarlo Hinata comenzó a alisarse el pelo largo, se aseguró que su postura fuera correcta y sacó de su bolso su frasco de perfume para aplicarse un poco en el cuello y las muñecas.

―Ejem, ¿señorita Hinata? ―dijo una voz detrás de ella y al darse vuelta reconoció que le pertenecía a su chofer que se había ofrecido a traerla en su día libre y que al parecer había estado esperándola todo ese tiempo― ¿No le parece que ya es hora de volver a su casa? Su padre podría comenzar a hacer preguntas sobre su paradero y no querría...

― ¡Oh, Kō! ¡Lo siento! Me olvidé completamente de que esperarías a que mi amiga llegara para irte. Como no te vi más pensé que te habías retirado.

―Nunca la dejaría fuera de mi vista cuando me he ofrecido a cuidarla, señorita. Solo tuve que estacionar el auto en otro lado del parque.

― ¡Oh! De acuerdo. Pues... Supongo que si los dos hemos estado esperando bastante...

― ¡YA LLEGUÉ!

Ambos voltearon la mirada hacia un costado y se encontraron con una figura saltando energéticamente sobre el banco de Hinata desde atrás de ellos hasta sentarse al lado de ella, causando que la chica de golpe se pusiera de pie y soltara un gritito agudo.

― ¿Qu- qué? ―Alcanzó a pronunciar con el corazón en la boca, antes de que reconociera a su visitante inesperado―. ¿Naruto?

En efecto, la figura sorpresiva vestida con una musculosa azul, bermuda naranja y zapatillas blancas era nadie más que su amigo Naruto Uzumaki, que le regaló una de sus sonrisas clásicas de oreja a oreja que eran capaces de hacer que la nieve se derritiera. Cosa que sabía por experiencia porque lo había visto suceder una vez, aunque nadie le creyera.

Un Simple Juego De Amigos InvisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora