LA PERLA MÁGICA

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Todo ocurrió un día de verano. Daniel, un niño de once años, paseaba alegremente por las calles con su polo de fresa, que poco a poco se iba derritiendo debido al calor que hacía. Todos los niños corrían y jugaban en el barrio, dejando un ambiente de armonía que se respiraba nada más escuchar sus voces llenas de energía.

En el puerto, todos los barcos pesqueros revisaban el estado del motor, la embarcación, las provisiones necesarias para zarpar…Pero entre todos aquellos buques el que más llamaba la atención era uno cuyas líneas azules oscuro destacaban en la pintura blanca del navío. El propietario de este hermoso barco no era otro que el abuelo de Daniel. A Daniel le encantaba pasarse por allí de vez en cuando e incluso su abuelo le había propuesto la idea de que en un par de años le acompañara como grumete.

Aquel día, como todos los demás, llegó corriendo y se abalanzó sobre su abuelo dándole un fuerte abrazo. Al niño siempre le gustaba pasear por la cubierta con la gorra de capitán dando órdenes, pero esa misma mañana no pudo porque los barcos debían irse, ya que iba a empezar la temporada de pesca. Pero antes de que partieran, el abuelo le plantó un beso en la mejilla y le susurró al oído un “Te quiero”.

Daniel, triste por la rápida despedida, se quedó contemplando como poco a poco se iba alejando el barco de su abuelo y con él toda su alegría, ya que no volvería a verlo hasta que pasase mucho tiempo. Entonces fue cuando se le desvió la mirada hacia algo que resplandecía en el agua. Sin pensárselo dos veces, se tiró a por aquello que tanto le había llamado la atención. Al volver a la superficie, contempló el objeto con más determinación. Se trataba de una blanca y grande perla que se hallaba en el interior de una ostra repleta de moho. Como no tenía ninguna otra cosa que hacer, se dispuso a investigar sobre ello. Pero, desgraciadamente, no encontró nada inusual ni especial en ella.

Al día siguiente, se despertó por los débiles rayos de sol que le iluminaban la cara y se levantó de la cama con mucha energía de haber descansado tanto. En la calle hacía buen tiempo y el panadero y el cartero ya estaban cumpliendo con su trabajo. También se escuchaba la canción del afilador que te relajaba bastante. Todo parecía premeditado hasta que el padre de Daniel salió de su casa con los ojos hinchados del llanto y con cara de preocupación. En ese momento, a Daniel le recorrió un escalofrío por la espalda de arriba abajo. Él intuía lo que pasaba y tras escuchar a su padre, cayó en lo cierto: El barco en el que navegaba su abuelo había desaparecido. Habían buscado por todas partes y ni rastro de él. La policía afirma que el suceso es muy extraño. Pero, lo más probable es que el abuelo y toda la tripulación que iba en el buque hubiera fallecido.

Después de lo ocurrido, Daniel no volvió a salir en toda la tarde y seguramente tampoco en mucho tiempo. Éste se encontraba afligido sentado en la silla de su cuarto, observando la perla. Pero, aunque así fuera, lo único que le importaba en ese mismo instante era su querido abuelo. Así que, por una leve corazonada, se fue al garaje de su casa y cogió la caja de herramientas. Lo siguiente que hizo fue tallar en la hermosa perla el nombre de su abuelo y un pequeño corazón.

En cuanto hubo terminado la tarea, se apresuró en recoger los materiales y salió disparado hacia al muelle donde el conocido barco siempre estaba, salvo cuando navegaba.

No estaba seguro de lo que iba a hacer a continuación, pero, daba lo mismo porque con intentarlo no perdía nada. Así que, actuó. Tiró la perla al lugar de donde provenía y deseó con todas sus fuerzas que pudiera volver a ver a su abuelo y darle un gran abrazo de esos que tanto le gustaba.

A la mañana siguiente, se despertó de un susto porque alguien le había tocado la pierna. Cuando Daniel ya se hubo desperezado, pudo ver con más claridad la silueta de su madre. Ella portaba una gran sonrisa. Ya está. Su deseo se había cumplido. Le dio un beso a su madre en la mejilla, se vistió y salió corriendo, haciendo caso omiso de todo lo demás.

Allí estaba. El abuelo había vuelto. Con los brazos abiertos para recibir a su querido nieto al que tanto había echado de menos. Daniel siguió corriendo e incluso cogió más velocidad. Por último, cogió un impulso y se abalanzó sobre él.
  

FIN


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