ruegos a los sordos.

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Takeomi volvió a su casa para encontrar a su hermano menor drogándose

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Takeomi volvió a su casa para encontrar a su hermano menor drogándose.

Sanzu estaba pegando su nariz a la línea perfectamente acomodada en la mesa de madera, manteniendo la posición por unos segundos antes de enderezar su espalda, echando la cabeza hacia atrás de tal manera que Takeomi podía ver claramente su cuello lleno de moretones.

Suspiró, caminando hacia la cocina e ignorando el comportamiento de Sanzu. Ese era el precio de mantenerlo bajo su techo; dejarlo drogarse cuando quisiera.

Takeomi no sabía que era peor, si alejarlo o verlo destruirse por culpa de sustancias.

("De todas maneras lo va a hacer" dijo Wakasa, masticando el palillo de una paleta "Que esté a tu lado mientras lo haga")

"Omi-nii" llamó Sanzu con ese tono dulce que combinaba con el color rosa de su cabello pero contrastaba con el brillo sádico de sus ojos

Takeomi sintió los delgados brazos de su hermano envolver su pecho, sintió sus afelpados labios acariciar los bordes de su oreja, y tuvo que luchar contra la amarga sensación de repulsión en sus encías y el fondo de su boca.

Los labios se arrastraron hasta el cuello donde una áspera lengua creó un sendero al mismo tiempo en el que filosas uñas atacaban ferozmente el pecho desnudo de Takeomi a través de las telas que protegían su piel.

Dejarlo drogarse y satisfacerlo, esas eran las dos cosas que Takeomi tenía que hacer para mantener a Sanzu a su lado.

Incluso a pesar de las claras señas de Sanzu de querer un apasionado momento, Takeomi todavía no se dio la vuelta para corresponderlo. El menor se dio cuenta después de que lo detuvieran de desabrochar el cinturón del fumador.

Entonces Sanzu se alejó del cuerpo de Takeomi, y el solo pensamiento de no volver a ver su cicatrizado rostro sembró una profunda desesperación en el mayor.

(Y tal vez, Sanzu estaba enfermo. Pero más lo estaba Takeomi, que haría cualquier cosa por despertar a su lado).

Y la Tierra siguió girando, nuevas vidas fueron bienvenidas con lágrimas y otras fueron arrastradas hasta la muerte misma, y Sanzu y Takeomi crecieron hasta ser temidos por cualquiera que conociera sus nombres, fundiéndose en un capullo de éxtasis...

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Y la Tierra siguió girando, nuevas vidas fueron bienvenidas con lágrimas y otras fueron arrastradas hasta la muerte misma, y Sanzu y Takeomi crecieron hasta ser temidos por cualquiera que conociera sus nombres, fundiéndose en un capullo de éxtasis, olvidándose del lazo que los conectaba como familia y abrazando aquel que los calificaba como amantes.

Y al final, cuando su dios bajó de los cielos, habiéndose sus alas arrancadas con el deterioro de su mentalidad y la falta de amor, ni siquiera Takeomi pudo detener a Sanzu de perseguirlo en su descenso.

Y al final, cuando su dios bajó de los cielos, habiéndose sus alas arrancadas con el deterioro de su mentalidad y la falta de amor, ni siquiera Takeomi pudo detener a Sanzu de perseguirlo en su descenso

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"¡Sanzu!" Takeomi esquivó la botella de vidrio que iba dirigida hacia él, escuchando con un escalofrío como estallaba en la pared "¡Detente, estás destruyendo todo!"

Afuera de la habitación no iba mejor, todo era un caos desde que Manjiro fue encontrado en las calles de Tokio con un viejo conocido en brazos, los dos ensangrentados y torciendo sus extremidades en incómodos ángulos.

Habían creído evolucionar en seres lejos de la mortalidad, ahogados en las joyas y el lujo por tanto tiempo que la frialdad del cuerpo de su líder los devolvió a la realidad de la peor manera posible; el colapso de la organización que los llevó hasta lo alto de Japón y lo más bajo de la moralidad.

Sanzu no hizo caso a sus súplicas, arrojando objetos al azar en un intento de liberarse de la sensación que ardía en su interior y quemaba sus entrañas.

Su rostro era desconocido para Takeomi, las lágrimas caían como cascada de sus desenfocados ojos y su boca se deformaba en una mueca de dolor puro que lastimaba al propio Takeomi. Quería ayudarlo, pero no tenía la más mínima idea de como hacerlo cuando siempre fue lo suficiente independiente como para carecer de su ayuda.

Esta era la primera vez que había visto llorar a Sanzu.

Su hermanito menor, la misma persona que tenía ojos borrachos en sustancias y despertaba con mordidas de Takeomi en el cuello, estaba llorando. Su respiración quedó estancada en el comienzo de su garganta, como si apenas se hubiera dado cuenta de aquel hecho.

Haruchiyo se estaba desarmando en piezas enormes, dejando en olvido su orgullo y desgarrando su garganta a gritos, llamando a Manjiro con sus cuerdas vocales ardiendo en dolor y añoro.

"No me dejes solo" pidió, cayendo al suelo arrodillado "Vuelve, mi rey. Prometo cuidarte y amarte en la misma manera que Hanagaki lo hizo, así que vuelve por favor"

Takeomi se acercó, dejando sus dedos acariciar los delgados hombros de Sanzu con suaves toques fantasmas. El otro ni caso hizo, murmurando súplicas al amor de su vida para que rompiera las cadenas que mantenían su cuerpo muerto y aterrizara frente a Sanzu tal como lo haría un ángel caído.

Pero Manjiro no se levantó de su ataúd, prefiriendo permanecer con la cáscara de Hanagaki Takemichi en sus esqueléticos brazos y olvidando a aquellos que le ofrecieron lealtad, joyas y cadáveres como ofrendas para ser bendecidos con su liderazgo y fuerza.

Y Sanzu lloró, lloró y lloró mientras Bonten se derrumbaba, mientras Kokonoi era arrastrado detrás de las rejas, mientras Kakucho acomodaba una soga en su cuello y los Haitani enterraban balas en el cuerpo de su hermano con enormes sonrisas de amor, porque si el fin los alcanzaba, sería por culpa de ellos mismos.

Y al final, Takeomi fue el único que se quedó, vigilando entre las sombras como Sanzu era temido incluso entre quienes habían cometido crímenes atroces con la psicopatía tomando control de sus cuerpos.

Y al final, Takeomi fue el único que se quedó, vigilando entre las sombras como Sanzu era temido incluso entre quienes habían cometido crímenes atroces con la psicopatía tomando control de sus cuerpos

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