[Cierra los ojos]

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"Si tanto deseas ser un héroe, hay una forma rápida de hacerlo: confía en que nacerás con una particularidad en tu siguiente vida, y toma la última oportunidad con un salto de fe"

De haber sabido el infierno que desatarían esas palabras hubiera sido preferible arrancarse la lengua en ese mismo instante.

Él no era de los que decían las cosas sin pensar, entonces, ¿En qué estaba pensando ese maldito día?

Los ojos esquivos y temerosos lo enfrentaron por primera vez: opacos, ajenos, muertos.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo al encontrarlos, pero ni por eso se detuvo en agredirlo, fue lo contrario, como si esa mirada indiferente le obligara a continuar con mucha más fuerza que antes.

—Hey, ya déjalo— entra en razón, o quizá sea pena por el pobre cuerpo sin alma que Bakugo usa como vil saco de boxeo-ya no es divertido.

El cenizo lo mira molesto. No le gusta que le digan qué hacer, pero esta vez hará una excepción, el bastardo debe sentirse afortunado y reverenciarlo por ello.
Lo suelta bruscamente. La espalda de Midoriya golpea secamente contra la pared.

—No me estorbes-agrega antes de marcharse.

El silencio le parece raro. La respuesta solía ser un "lo siento" acompañado de ese repulsivo mote que el inútil de Deku aún utilizaba, pese a que ya no fueran niños, ni amigos. Lo deja pasar, no es que sienta interés genuino por ello.

Los días posteriores a ese fueron exactamente la misma rutina.
Bakugo no negará que el comportamiento del pecoso le parecía extraño, y le enojaba sobremanera.

Esa tarde, cuando el profesor titular daba la clase, sintió un nauseabundo sentimiento de inquietud que no le dejaba en paz. Por instinto echó la mirada hacia atrás. Vacío. ¡El asiento de ese bastardo estaba vacío!
¿Dónde fue?
El salón entero parecía no notar su ausencia. Como si no importara, como si no existiera.

Inventó una excusa cualquiera para ausentarse de la tediosa charla.

Los pasillos estaban desiertos. Ni siquiera voces sofocadas por las paredes llegaban a sus oídos.
El silencio era simplemente inquietante.

El lugar más obvio sería el baño, pero por alguna razón absurda la imagen de las escaleras le figuró una especie de revelación divina.

Algo hizo click en su cerebro, y con las manos sudando peligrosamente en exceso y las piernas pesadas como si arrastrara grilletes, subió uno a uno los peldaños de la empinada escalera hacia la azotea.
Cuando divisó el letrero de: "Solo personal autorizado" y la cadena de seguridad rota, sintió las náuseas atacarle de nuevo.

Apresuró el paso. Saboteado por sus propios pies y las voces de culpa haciendo eco en su cabeza, cayendo de rodillas apenas abrir la pesada puerta.

Con horror reconoció el par de zapatos rojos acomodado devotamente en el filo de la azotea al otro lado del barandal de seguridad.

Cubrió su boca con sorpresa y asco; reprimiendo las ganas de vomitar.
Fue víctima de un mareo insoportable y unas ganas de sucumbir ante el remordimiento de conciencia.

Se levantó dando traspiés. Abrió con manos trémulas por el pulso destrozado la puertecilla de la baranda, y tambaleante se animó a ver al suelo.

Con la respiración agitada y el corazón desbocado sintió la tensión desvanecerse de sus músculos, casi perdiendo el equilibrio en el acto. Nada. No había nada allá abajo. No había rastros de

—Kacchan.

Un escalofrío le recorre, y su vello se eriza.
Se gira lentamente. El espacio es pequeño, un mal paso y es el fin.

Los jades le observan fijos, brillantes, como los ojos verdes de un gato en un callejón.

—¿Creíste que estaría allá abajo?—cuestiona.

Bakugo intenta pronunciar palabra, pero falla rotundamente. Sus labios duelen al separarse. El susto le ha dejado la boca seca y un amargo sabor. Su garganta de pronto parece obstruida e incapaz de producir sonido.

—Pensé en tu sugerencia, y llegué a la conclusión que, si yo puedo conseguir un don en la otra vida, quizá tú puedas ser una mejor persona en ella. Solo hace falta un salto de fe, ¿No, Kacchan?

—¿De...

No termina la frase. Izuku se lanza hacia él, aferrándose a su torso y haciéndole perder el poco equilibrio que le mantiene de pie.

Sus ojos se abren, y sus músculos se relajan. Quizá solo fueron unos escasos segundos antes del grotesco impacto, pero recuerda todo con exactitud antes de ello; el cielo fundiéndose en un degradado de naranja y rojo; y la suave voz de Izuku susurrándole al oído: Cierra los ojos.

Cierra los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora