Capítulo 1: Otro día como cualquier otro

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En una gran sala oscura donde la única fuente de luz es una gigantesca esfera mágica que proyecta los astros del cielo.

Frente al gran objeto, en una plataforma que la rodea hay tres altas siluetas. Vigilantes a la trayectoria de un cometa celeste pasando cerca del planeta azul.

—El dragón vuela más bajo que de costumbre, tiempos de cambio se acercan. Una fuerza del exterior está alterando el Vórtice de la isla. —Habló una de las siluetas que sostenía un báculo con forma de media luna.

—También lo he sentido, un repentino cambio en la magia, algo o alguien la perturba —Dijo una segunda silueta que resalta por una corona con cuernos similares a las de ciervo, llevando un báculo con una gema azul brillante—. Sea lo que sea, lo mejor que podemos hacer es liberar el exceso de magia antes de que ocurra una catástrofe.

—¿Estás seguro? La onda de magia fracturará nuestra red de monolitos, dejándonos vulnerables ante el mundo exterior, incluso se podrían abrir grietas por todo el planeta. —Advirtió la primera silueta.

—No tenemos opción, si no actuamos ahora nuestro hogar desaparecerá. —Dijo la segunda silueta.

—Esto puede ser una trampa del rey brujo. —Dijo con preocupación una tercera silueta que llevaba un yelmo militar con alas de acero en los costados, una armadura y una espada enfundada colgando de su cadera—. ¿Quién más se beneficiaría de esto?

—¿Tienes una mejor idea?— Preguntó la primera silueta.

La tercera silueta se mantuvo un momento en silencio.

—¿Al menos la red de monolitos se podrá levantar de nuevo?— Preguntó.

—Tal conocimiento nos sobrepasa, hermano. La magia de los monolitos es antigua e inestable, intentarlo sería peligroso. —Aclaró el segundo.

—Entonces que así sea. Convenceré a la corte de fortalecer las defensas de las costas. —Dijo el tercero, tras un suspiro.

—Bien, yo iré al exterior en busca de lo que sea que está causando este desequilibrio. —Dijo el segundo.

—Espera un momento ¿Ir al exterior? ¡Tu lugar está aquí defendiendo nuestro hogar, conmigo! ¿Por qué te preocupa tanto el mundo de afuera?—Preguntó el tercero en un tono molesto.

—¿Y por qué a ti no? Quédate aquí, hermano, protege nuestra tierra, pero yo me aventuraré más allá de nuestras fronteras en busca de una solución. —Dijo el segundo con calma y suma serenidad, dando la espalda a su hermano y al observador de estrellas mientras se marchaba.

—¡Bien! mientras estás ocupado en tierras incivilizadas ¡Yo me encargaré de que tengas un hogar al que volver! —Gritó molesto el tercero, pero en cuanto su hermano cerró las puertas, su ceño fruncido desapareció para ser reemplazado por uno preocupado—. Que la fuerza de los Divinos estén contigo, hermano.

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El despertador de la mesita de noche marcó las 6:00 A

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El despertador de la mesita de noche marcó las 6:00 A.M. con ese irritante pitido que indicaba que debía despertarse. Hilda, abrió los ojos poco a poco. Recordando vagamente el sueño tan extraño que había tenido. Además, se había levantado con la misma sensación que había tenido en otros sueños estos últimos días: que se acababa el tiempo. Pero al sentir a su querido amigo ciervo zorro tratando de que se levantara de la cama con un par de lamidas en el rostro hizo que olvidara aquel sentimiento.

—Jejeje, ya voy, Twig —Dijo la peliazul entre risas al sentir cosquillas en el rostro.

El ciervo zorro bajó de la cama y tras él Hilda. La niña se vistió con el uniforme de la escuela y se peinó su largo cabello azul a toda prisa. Salió de su habitación y, en la cocina, se topó en el comedor una taza, un cereal "Crunchy Trolls" y un envase de leche. Pero sin ningún rastro de mamá.

—Buenos días, Hilda—Saludo el pequeño elfo, sentado en el comedor escribiendo en una pequeña libreta.

—Hola, alfur — Saludo de vuelta Hilda, mientras se sienta y sirve su desayuno—. ¿Ya se fue mamá a su entrevista de trabajo?

—Si, se veía apurada— Masculló el pequeño elfo.

—¿Enserio? Anoche parecía estar muy tranquila, por cierto ¿Cómo han ido tus reportes? —Preguntó Hilda, dando un bocado a su cereal.

—Muy bien, últimamente me han llegado muchas cartas... De fans— Dijo Alfur con una sonrisa modesta.— De hecho debería ir a entregar esto ahora, ¿Te importaría darme una mano hacia la ventana?

Hilda asintió, llevando a su pequeño amigo hacía la ventana donde esperaba su paloma Cedric.

—Ah, gracias —Dijo el elfo, subiendo a su montura —. Nos vemos.

Alfur emprendió vuelo y desapareció en el cielo.

Hilda volvió al comedor y acabó de devorar su cereal. Tomó su mochila y se despidió de Twig antes de salir del departamento. En la entrada del edificio estaba la bicicleta que le había regalado su mamá el año pasado, esperando encadenada a su dueña.

Libero la bicicleta con una llave que siempre lleva consigo colgando del cuello. Para luego salir del edificio. Hilda respiro hondo, se sentó en el sillín y presiono el pedal.

Varios negocios recién abrían y apenas había coches en las calles. La niña pasó delante de la tienda de abarrotes en la que casi siempre va y cruzó el pequeño parqué de su barrio.

La mañana era tranquila. El aire era fresco. Miró un momento el cielo, sintiendo en su rostro el abrazo caluroso del sol. Dándose cuenta al ver la posición del astro celeste que se le estaba haciendo tarde. Desviándose del camino de siempre a uno terroso que llevaba a las vías del tren. Levantando tierra al pasar mientras escuchaba el silbato del tren entre más cerca estaba de las vías.

Llegando en el momento exacto en el que pasaba la bestia ferroviaria. Obligando a la niña a frenar para evitar así, ser atropellada.

—Estuvo cerca —Se dijo Hilda. Mientras veía pasar los vagones rápidamente frente a ella. Llegando a escuchar entre el ruido metálico en las vías un extraño sonido que llamó su atención. Como una voz fantasmagórica que no llegaba a entender por el ruido del tren. Extrañando a la niña que buscaba el origen de la voz.

Al pasar los vagones, la niña con su bicicleta subió a las vías del tren solo para detenerse al escuchar de nuevo aquella voz con más claridad.

Silva puella, veni voce mea silva puella —Dijo la extraña voz entre los tablones de las vías— Silva puella, veni voce mea silva puella, Hilda...

La niña peliazul dejó su bicicleta al otro lado de las vías. Se agacho en medio de ellas para buscar entre los tablones el origen de aquella voz. Sintiendo el calor que emanaba del riel. Encontrándose entre las tablas un rastro rojo oscuro que guiaba a un agujero en el que se encontraba un pequeño y extraño medallón de plata con complejos grabados, mecanismos de relojería y una gema azul celeste debajo de todo que brilló levemente por un instante ante los ojos de la niña.

Hilda lo sacó de su escondite y lo miró detenidamente, en espera de escuchar aquella voz de nuevo.

—¿Hola? —Preguntó Hilda, acercando su oído al medallón. No habiendo respuesta alguna—. Mmm... ahora no dices nada ¿eh?, bien, pues ahora vendrás conmigo.

Guardando el artefacto en la bolsa frontal de su mochila. Para luego saltar fuera de las vías del tren. Tomar su bicicleta y seguir su rumbo a la escuela. Sin percatarse de una presencia misteriosa vigilando desde lo alto de un edificio cercano.

Hilda y El corazón de ÁvalonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora