CAP 3

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Permaneció sentado durante un rato, demasiado agobiado como para moverse.
Finalmente, se obligó a examinar el edificio derruido. Un grupo de chicos que se
había amontonado afuera observaba con ansiedad las ventanas superiores, como
esperando que una espantosa bestia saltara al suelo en medio de una explosión de
vidrios y maderas.
Un chasquido metálico, que venía de las ramas más altas del árbol, llamó su
atención. Miró hacia arriba y alcanzó a ver un destello de luz plateada y roja que
desaparecía por el tronco hacia el otro lado. Se puso de pie y caminó alrededor del
árbol, buscando una señal de aquello que había oído, pero sólo encontró ramas
desnudas, grises y cafés, que se abrían en bifurcaciones, similares a los dedos de un
esqueleto.
—Eso fue uno de los escarabajos —dijo alguien.
Giró hacia la derecha y se encontró con un niño bajito y gordinflón, que lo miraba
fijamente. Era muy joven, quizás el menor de todos los que había visto hasta ese
momento: tendría unos doce o trece años. El pelo café le cubría el cuello y las orejas,
rozando los hombros. Sólo sus ojos azules brillaban en medio de una cara triste, fofa
y colorada.
Thomas puso una expresión de asombro.
—¿Un qué?
—Un escarabajo —repuso, señalando la copa del árbol—. No te hará daño, a
menos que seas tan estúpido como para tocarlo… shank.
La última palabra no le salió de forma muy natural, como si aún no hubiera
comprendido bien la jerga del Área.
Otro alarido, esta vez largo y escalofriante, rasgó el aire. El corazón de Thomas se
estremeció. El miedo era como un rocío helado sobre su piel.
—¿Qué está pasando allí? —preguntó, apuntando hacia el edificio.
—Ni idea —respondió el chico, que conservaba la voz aguda de la infancia—.
Ben está ahí adentro, muy enfermo. Ellos lo tienen.
—¿Ellos? —repitió. No le agradó el tono malicioso que utilizó.
—Sí.
—¿Quiénes son ellos?
—Ojalá nunca lo averigües —respondió, con un aspecto demasiado tranquilo para
la situación. Le tendió la mano—. Soy Chuck. Yo era el Novato hasta que llegaste.
¿Y éste es mi guía para la noche?, pensó. No podía sacudirse el terrible malestar,
y ahora a eso le sumaba irritación. Todo era absurdo y, además, le dolía mucho la
cabeza.
—¿Por qué todos me llaman Nuevito? —preguntó, estrechando la mano de Chuck
y soltándola de inmediato. —Porque eres un recién llegado —contestó con una carcajada. Otro aullido llegó
desde la casa, y sonó como el de un animal famélico al que estaban torturando.
—¿Cómo puedes reírte? —comentó, horrorizado por el ruido—. Parece como si
tuvieran a un moribundo ahí adentro.
—Él va a estar bien. Nadie muere si regresa a tiempo para recibir el Suero. Es
todo o nada. Muerto o vivo. Sólo que duele mucho.
—¿Qué es lo que duele mucho?
Los ojos del niño vagaron un rato, como si no estuviera seguro de la respuesta.
—Humm… ser pinchado por los Penitentes.
—¿Penitentes?
Estaba cada vez más confundido. Pinchado. Penitentes. Las palabras tenían una
fuerte carga de terror y, de repente, ya no supo si quería escuchar más.
El gordito se encogió de hombros y luego desvió la mirada, con un gesto de
suficiencia.
Thomas lanzó un suspiro de frustración y se recostó contra el árbol.
—Parece que no sabes mucho más que yo —le dijo, pero tenía claro que eso no
era cierto. La forma en que había perdido la memoria era muy extraña. Recordaba
bien cómo funcionaba el mundo, pero vacío de lo concreto, de los rostros, los
nombres. Como un libro al que le faltaba una palabra de cada doce, lo cual hacía
ardua y confusa su lectura. Desconocía un dato tan obvio como su edad.
—Chuck, ¿cuántos… años te parece que tengo?
El chico lo observó de arriba abajo.
—Yo diría dieciséis. Y si andas con la duda… un metro ochenta, pelo castaño.
Ah, y feo como una comadreja —aseguró, luego resopló y se rió.
Estaba tan perplejo que apenas escuchó la última parte. ¿Dieciséis? ¿Tenía
dieciséis años? Se sentía mucho más viejo.
—¿Estás seguro? —le preguntó y luego hizo una pausa buscando las palabras
adecuadas— ¿Cómo…? —y se calló. Ni siquiera sabía qué preguntar.
—No te preocupes. Andarás como atontado durante unos días, pero después te
acostumbrarás a este lugar. A mí me pasó. Vivimos aquí, es lo que hay. Es mejor que
vivir en una montaña de plopus —entornó los ojos, anticipando la pregunta—. Plopus
es otra forma de decir «caca». Es el ruido que hace cuando cae en nuestras letrinas.
Thomas miró a Chuck, sin poder creer el tema de la conversación.
—¡Qué bien! —murmuró. Eso fue todo lo que se le ocurrió.
Luego, se incorporó y se dirigió hacia el viejo edificio. Choza era un nombre más
apropiado para esa construcción, que se alzaba delante de los enormes muros de
hiedra. Tendría unos tres o cuatro pisos de altura y podría caerse en cualquier
momento. Se trataba de un surtido disparatado de troncos, tablas, cuerdas gruesas y
ventanas, que aparentemente habían sido colocados juntos al azar. Mientras caminaba
por el patio, el inconfundible olor a leña y a carne asándose le produjo ruidos en el
estómago. Saber que los gritos provenían de un chico enfermo lo hizo sentir mejor, hasta que pensó en qué los habría causado…
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Chuck desde atrás, mientras corría para
alcanzarlo.
—¿Qué?
—¿Cuál es tu nombre? Todavía no nos lo has dicho, y yo sé que eso sí lo
recuerdas.
—Thomas.
Lo pronunció con voz ausente pues sus pensamientos habían tomado otra
dirección. Si el chico estaba en lo cierto, él acababa de descubrir una conexión con el
resto de los Habitantes. Un patrón común en la pérdida de la memoria. Todos se
acordaban de sus nombres. ¿Por qué no de los de sus padres? ¿O el de algún amigo?
¿O de sus apellidos?
—Encantado de conocerte, Thomas —dijo Chuck—. Quédate tranquilo que yo
me ocuparé de ti. Hace justo un mes que estoy aquí y conozco el lugar como la palma
de mi mano. Puedes contar conmigo, ¿de acuerdo?
Estaba llegando a la puerta delantera de la choza, donde permanecía reunido el
grupito de chicos, cuando lo asaltó un súbito arrebato de rabia. Se dio vuelta y
enfrentó a Chuck.
—No puedes ni explicarme lo que pasa. Yo no llamaría a eso ocuparse de mí —
dijo. Luego le dio la espalda y se dirigió a la puerta, intentando buscar respuestas allí
adentro. No tenía idea de dónde habían surgido repentinamente el valor y la
determinación.
El niño se encogió de hombros.
—Nada de lo que yo diga te hará sentir mejor —dijo—. En realidad, todavía sigo
siendo un Novato. Pero puedo ser tu amigo…
—No necesito amigos —lo interrumpió.
Se dirigió a la puerta —una horrible tabla de madera descolorida—, la abrió de un
empujón y vio a varios chicos de rostros impasibles al pie de una escalera
desvencijada, que tenía los escalones y el barandal retorcidos y ladeados en distintas
direcciones. Las paredes del vestíbulo y el pasillo estaban cubiertas con un papel
tapiz oscuro, despegado en varias partes. Los únicos adornos a la vista eran un florero
polvoriento sobre una mesa de tres patas y la fotografía en blanco y negro de una
anciana con un anticuado vestido blanco. Le pareció recordar una casa embrujada de
alguna película de terror. Hasta faltaban tablas de madera en el piso.
El lugar apestaba a polvo y moho, un gran contraste con los agradables olores del
exterior. Luces fluorescentes parpadeaban desde el techo. Todavía no lo había
pensado, pero debía cuestionarse de dónde vendría la electricidad en un lugar como
ése. Observó a la vieja mujer de la foto. ¿Habría vivido alguna vez ahí, cuidando a
esa gente?
—Hey, miren, llegó el Novato —exclamó uno de los muchachos mayores. Con un
sobresalto, descubrió que era el chico de pelo negro que le había echado esa mirada mortífera un rato antes. Tendría unos quince años, era alto y delgado. Su nariz era del
tamaño de un puño pequeño y parecía una papa deforme—. Este larcho seguro que se
hizo plopus encima cuando escuchó al pequeño Benny chillar como una niña.
¿Necesitas cambiarte el pañal, shank?
—Mi nombre es Thomas.
Debía alejarse de ese tipo. Sin una palabra más, se encaminó hacia la escalera,
sólo porque se encontraba cerca y no tenía idea de qué hacer o qué decir. Pero el
matón se colocó delante de él, con una mano en alto.
—Detente ahí, garlopo —le advirtió, apuntando el pulgar hacia el piso de arriba
—. A los Novatos no se les permite ver a alguien que… fue llevado. Newt y Alby lo
prohibieron.
—¿Qué te pasa? —le preguntó, haciendo un esfuerzo por no mostrar miedo en su
voz y tratando de no pensar qué había querido decir con llevado—. Ni siquiera sé
dónde estoy. Sólo necesito un poco de ayuda.
—Escúchame, Nuevito —agregó el bravucón, mientras arrugaba la cara y se
cruzaba de brazos—. Yo te he visto antes. Hay algo que me huele mal de tu llegada
aquí y voy a averiguar qué es.
Una oleada de calor corrió por las venas de Thomas.
—Yo no te he visto nunca en mi vida. No tengo idea de quién eres y no me
importa en absoluto —le lanzó como una escupida. Pero, francamente, ¿cómo podría
saberlo? ¿Y cómo podía ser que ese chico se acordara de él?
El muchacho rió con disimulo. Una carcajada corta, más un resoplido lleno de
flema. Luego su cara se puso seria y juntó las cejas.
—Te he… visto, miertero. No muchos por aquí pueden decir que fueron
pinchados —le advirtió, apuntando hacia arriba—. Yo puedo. Sé por lo que está
pasando el pequeño Benny. Yo estuve en su lugar y te vi durante la Transformación.
Se estiró y le dio un codazo en el pecho.
—Y te apuesto la primera comida que te dé Sartén que Benny dirá que también te
vio.
Thomas le sostuvo la mirada pero decidió no decir nada. El pánico lo consumió
de nuevo. ¿En algún momento las cosas dejarían de empeorar?
—¿Ya te mojaste los pantalones con esto de los Penitentes? —continuó el chico
con una sonrisita sarcástica—. ¿Estás un poco asustado ahora? No quieres que te
pinchen, ¿verdad?
Otra vez esa palabra. Pinchar. Trató de no pensar en eso y señaló hacia arriba de
la escalera, de donde venían los gemidos del enfermo que resonaban por todo el
edificio.
—Si Newt está allá arriba, quiero hablar con él.
El muchacho no dijo nada. Lo miró atentamente durante varios segundos y
después sacudió la cabeza.
—¿Sabes qué? Tienes razón, Tommy. No debería ser tan malo con los Novatos. Ve nomás. Estoy seguro de que Alby y Newt te van a poner al tanto de todo. En serio,
sube. Lo siento.
Le dio un golpecito en el hombro y luego retrocedió apuntando hacia arriba. Pero
él sabía que el chico tramaba algo. Perder parte de tu memoria no te convertía en un
idiota.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Thomas, haciendo tiempo mientras decidía si
debía subir o no.
—Gally. Y no te dejes engañar. Yo soy el verdadero líder aquí y no los dos
larchos viejos de arriba. Yo. Si quieres, puedes llamarme Capitán Gally.
Sonrió por primera vez. Los dientes hacían juego con la nariz: le faltaban dos o
tres y ninguno era ni remotamente blanco. Lanzó una bocanada de aire y el aliento
alcanzó a Thomas. El olor le trajo un horrible recuerdo que no pudo precisar y le
vinieron náuseas.
—Muy bien —dijo, tan harto del tipo que sentía ganas de gritar y darle un golpe
en la cara—. Será Capitán Gally, entonces.
Hizo un saludo exagerado, sintiendo una ola de adrenalina, ya que sabía que
acababa de traspasar un límite.
Unas risitas escaparon del grupo de chicos y Gally se puso colorado. Cuando
Thomas desvió la vista hacia él, notó que tenía el entrecejo fruncido y la nariz
arrugada por el odio.
—Ya sube y aléjate de mí, shank —le advirtió, señalando hacia las escaleras, pero
sin quitarle la mirada.
—Perfecto —exclamó Thomas.
Echó un vistazo a su alrededor una vez más. Estaba avergonzado, confundido y
enojado. Sintió que la sangre le inundaba el rostro. Nadie hizo nada para impedir que
acatara el pedido de Gally excepto Chuck, que tenía una expresión de temor.
—No deberías hacerlo —intervino—. Eres un Novato, no puedes ir con ellos.
—Vamos —dijo Gally con una sonrisita burlona—, sólo sube.
Ya estaba arrepentido de haber entrado en el edificio, pero sí quería volver a
hablar con ese tipo llamado Newt.
Comenzó a subir las escaleras. Los peldaños crujían bajo su peso. De no ser por la
situación tan violenta que estaba dejando atrás, seguramente se habría detenido por
temor a caerse de esas viejas maderas. Pero siguió ascendiendo, sobresaltándose a
cada paso. Los escalones terminaban en un descanso. Dobló a la izquierda y se
encontró con un pasillo con barandal que conducía a varias habitaciones. Sólo una de
ellas dejaba pasar luz por debajo de la puerta.
—La Transformación —gritó Gally desde abajo—. ¡Te llegará en cualquier
momento, garlopo!
Como si de repente la burla le hubiera disparado la valentía, se dirigió hacia la
puerta iluminada, sin prestar atención a los ruidos de las tablas ni a las risas que
venían de abajo. Ignorando también la avalancha de palabras que no entendía y sofocando los espantosos sentimientos que le provocaban, estiró la mano, presionó la
manija de bronce y abrió la puerta.
Dentro de la habitación, Newt y Alby estaban inclinados sobre alguien tendido en
una cama.
Se acercó para descubrir qué era todo ese escándalo, pero cuando pudo ver bien el
estado del paciente, el corazón se le congeló. Tuvo que reprimir las ganas de vomitar.
La imagen fue rápida —sólo unos pocos segundos—, pero suficiente para que se
le fijara en su memoria para siempre. Una figura pálida y agonizante, con el pecho
descubierto y enfermo, se retorcía de dolor. Las venas verdosas tejían una red a través
de su cuerpo, como cuerdas debajo de la piel. Estaba lleno de moretones color
púrpura y de arañazos. Los ojos inyectados en sangre se movían con desesperación de
un lado a otro.
La visión ya había quedado impresa en la mente de Thomas cuando Alby, de un
salto, bloqueó su mirada pero no los gemidos y los aullidos. Lo empujó fuera de la
habitación y luego cerró la puerta de un golpe detrás de ellos.
—¡¿Qué estás haciendo aquí arriba, Nuevito?! —le gritó, hecho una furia.
El valor se desvaneció.
—Yo… eh… quería algunas respuestas —murmuró, pero no logró darle fuerza a
sus palabras. Ya no podía más. ¿Qué le pasaba a ese chico? Se apoyó contra el
barandal del pasillo y miró al piso, sin saber qué hacer.
—¡Saca tus sucios pies de aquí ahora mismo! —le ordenó el líder—. Chuck te
ayudará. Si te veo otra vez antes de mañana, eres hombre muerto. Yo mismo te
arrojaré por el Acantilado, ¿captaste?
De pronto se sintió humillado y asustado, como si tuviera el tamaño de una rata.
Sin decir una palabra, pasó delante del chico y bajó las escaleras ruinosas tan rápido
como pudo. Evitando las miradas de todos los que estaban abajo —especialmente la
de Gally—, tomó a Chuck del brazo y atravesó la puerta.
Detestaba a toda esa gente, excepto a Chuck.
—Sácame de aquí —le dijo. En ese momento se dio cuenta de que él era,
posiblemente, su único amigo.
—No hay problema —contestó con voz alegre, fascinado de que alguien lo
necesitara—. Pero primero tenemos que visitar a Sartén.
—No sé si podré volver a comer alguna vez. No después de lo que acabo de ver.
—Sí podrás. Ve al mismo árbol de antes. Nos encontraremos allí en diez minutos.
Feliz de alejarse de la casa, Thomas se marchó hacia el lugar convenido. Sólo
había estado en el Área un corto tiempo y ya quería irse. Deseó fervientemente poder
recordar algo de su vida anterior. Cualquier cosa. Su mamá, su papá, un amigo, la
escuela, algún pasatiempo. Una chica.
Parpadeó varias veces con fuerza, tratando de sacarse de la cabeza la imagen de lo
que había visto en la choza.
La Transformación. Gally lo había llamado así. Aunque hacía calor, sintió nuevamente un escalofrío.

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⏰ Última actualización: Feb 24, 2022 ⏰

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