Capítulo 1

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La pesadilla hizo que me despertara con un grito ahogado y la espalda bañada en sudor.

Soñé que mataban a mi hermano, de una manera horrible y dolorosa.

Sacudí la cabeza, como si eso pudiera ayudarme a desterrar todos los demonios que en ese entonces ya habitaban en mí, y me levanté de la cama para tratar de despabilarme. No se suponía que una niña de siete años soñara cosas así. Salí de mi cuarto y bajé las escaleras. Me dirigí a la cocina, ansiosa por contarle a Brian lo de mi pesadilla.

- ¡Buen día!- grité con ánimo al entrar en la cocina. Mi padre revisaba el periódico con desdén mientras tomaba su café rutinario. Estaba sentado en la mesa con las piernas cruzadas y un elegante traje gris oscuro puesto. Su cabello castaño estaba perfectamente peinado hacia atrás con gel y sus zapatos negros relucían. Se había afeitado, probablemente para que se notara más el distintivo gesto de superioridad y ostentación que regularmente se instalaba en su cara. En ese tiempo, era joven y se conformaba con ser indiferente, frío y relativamente exitoso.

Mi madre estaba preparando su desayuno bajo en calorías. Su melena teñida de rubio se encontraba perfectamente controlada en un rígido rodete y su rostro, que recién comenzaba a evidenciar el paso de los años con alguna que otra arruga, ya estaba totalmente escondido detrás de capas de cremas anti edad y maquillaje de primera calidad. Su preocupantemente delgada figura se hallaba aún más reducida dentro de una falda gris ajustada hasta la rodilla y una camisa blanca abotonada hasta el cuello, cubierta por una profesional chaqueta que combinaba con la falda de la manera más aburrida imaginable. Para resaltar su altura promedio, lucía unos tacones de aguja negros y evidentemente incómodos, pero obligadamente soportables.

 Ninguno de mis padres pareció darse cuenta de mi llegada.

- Buen día, preciosa.- exclamó Brian con una sonrisa blanca de dientes parejos. Él estaba sentado frente a mi padre, tomando su desayuno. Su cabello castaño claro estaba algo despeinado y todavía llevaba puesto su pijama azul, que resultaba algo infantil en contraste con sus sorprendentemente maduros diecisiete años. Me miró con sus ojos oscuros como diciendo "Sí, te entiendo".- ¿Cómo estás?

- Bien.- respondí mostrando mis dientes mientras ocupaba mi lugar en la mesa.- Te ves cansado.

- Es que no tengo súper poderes matutinos como tú.- replicó.

Me reí ante su comentario, aunque no estaba muy segura de lo que "súper poderes matutinos" significara.

- Margaret, ¿me haces el desayuno?- le pregunté a mi madre.

Siempre llamábamos a nuestros padres por su nombre de pila. No nos dejaban llamarlos “mamá” y “papá”, por alguna razón que desconocíamos. Seguramente eso los hacía sentirse más viejos, lo que demostraba que no tenían la inteligencia suficiente para comprender que el simple hecho de que sus hijos los llamaran por sus nombres de pila no los rejuvenecería en lo absoluto.

- No.- me contestó con indiferencia.- Ya debes aprender a hacértelo tú misma.

Con mis ingenuos y descarados siete años, la idea me parecía ridícula. Estaba convencida de que a los demás niños de mi edad sus padres les hacían el desayuno. Y los llevaban a pasear. Y les compraban regalos. Pero nada de eso me pasaba a mí. De hecho, todo lo que generalmente recibía de mis padres era un “Buenos días” o un “Buenas noches”.

- ¡Pero voy a quemarme con las hornallas!- me quejé.

- ¡Pues usa el microondas!- gritó mi madre con ira, dejando relucir su dentadura afilada. Sentí todo el desprecio de sus palabras caer sobre mí, y el desagrado que sentía por ella en ese momento, y que años después no podría controlar ni reprimir, se acumuló en mi mente y en mi pecho hasta convertirse en algo parecido al rencor profundo.

Mirando hacia el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora