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—No le digáis a vuestra madre que habéis apostado —imploró a Fred y George el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura a unos veinte minutos de que el partido hubiese terminado.
—No te preocupes, papá —respondió Fred muy alegre—. Tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen.
Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco, pareció decidir que prefería no saberlo.
Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse. No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido, que contuvo algunas felicitaciones a Victoria. El señor Weasley se mostró en desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por finalizado el análisis del partido hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir.
Hermione, Ginny, Victoria y Catherine se metieron en su tienda. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.
—Te dije que lo harías bien —le dijo Hermione a Victoria desde la cama de al lado. Victoria le sonrió.
—Preferiría entregar la copa antes que dar el discurso —admitió riendo.
—Deberás superar esa timidez tuya cuando llegues a ser reina —le dijo, bajando aún más el tono de voz.
—Sí, quizás. Pero eso será en mucho tiempo. Ya seré mayor, para ese entonces —por más que apenas podía ver a la castaña, Victoria la observó sonreír—. Buenas noches, Mione.
—Buenas noches, Cass.
Victoria estaba boca arriba observando la lona del techo de la tienda, en la que de vez en cuando resplandecían los faroles de los leprechauns. Repasaba algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Saeta de Fuego y probar el «Amago de Wronski». Oliver Wood no había logrado nunca transmitir con sus complejos diagramas la sensación de aquella jugada. Victoria siempre había querido ser jugadora de quidditch, era uno de sus más grandes sueños, pero siempre había algo que se le interponía.
Victoria no llegaría a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum y sus deseos de haber nacido segunda podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supo fue que, de repente, el señor Weasley estaba gritando.