𝑻𝒉𝒆 𝒃𝒆𝒔𝒕 𝒈𝒊𝒇𝒕

230 16 0
                                    


Tres golpecitos en la puerta le avisaron al peligris que una nueva persona tenía la intención de entrar a su oficina. Que gente pesada, por favor. Acababa de terminar de hablar con unos cuantos alumnos por las conductas deplorables hacia sus compañeros, no había podido avanzar ni media carilla en uno de sus tantos informes y ahora seguramente le habían mandado a otro idiota para atenderle la denuncia que no sería más que otro móvil robado y que seguramente no podrían recuperar. Aquella persona no había ni entrado y Volkov ya sabía que sería una irremediable pérdida de tiempo. 

Suspiró cansado, abriendo la boca para decir su típico "pase", dejando que su acento haga presencia (algo que siempre agradecía internamente por el respeto que imponía sin siquiera quererlo), pero el denunciante fue más rápido, entrando sin siquiera ser invitado y dejando que la poca paciencia que le quedaba al comisario por todo lo ocurrido durante el día se acabara casi en seguida.

—Buenos días, comisario. — Habló un muchacho de piel morena con unas pintas de rockero que instantáneamente fueron un choque a los ojos de Viktor y su pulcra personalidad. 

El peligris intentó esconder la mueca de disconformidad que amenazaba con aparecer en su rostro con cada segundo que seguía recorriendo el atuendo de aquel chico. Su chaqueta de cuero con tachas, su cabello en una cresta, sus incontables piercings y los ojos maquillados eran algo a lo que Volkov simplemente no estaba acostumbrado, ¿esto era un chiste o qué coño era?

—Siéntese, por favor. — Fue lo primero que dijo, retomando su profesionalismo y señalando con la mano abierta uno de los dos asientos frente a su escritorio. 

—Joder, pero cuantas formalidades… — Habló el chico de cresta, tomando asiento y apoyando la parte exterior de su zapatilla contra la rodilla contraria. —¿Sí sabe que puede soltarse, no? No está siendo torturado, comisario… — Hizo una pausa, dejando que su vista choque con aquel cartel que le otorgaba lo que estaba buscando. —Volkov. — Sonrió tranquilamente, estirando su brazo sobre la parte alta del respaldo de la silla que quedaba vacía. —No muerdo, ¿sabe? 

—No necesito "soltarme", como usted dice. — Tomó un par de papeles y los acomodó con unos cuantos golpecitos sobre la mesa para luego guardarlos en uno de los cajones. —Y realmente prefiero que vayamos al grano, tengo un día atareado. 

—Uy, lo siento… si quiere vuelvo en otro momento, de todas formas mis amenazas de muerte pueden esperar a que usted termine sus planes de ruso… como rezarle a su bandera, restaurar la Unión Soviética... esas cosas. — Se levantó del asiento con una calma que dejó totalmente desconcertado al soviético.

—¿Cómo ha dicho? 

—Perdón, ¿es que no le reza a su bandera? Joder, viví un engaño toda mi vida. — Su tono burlón sacaba de quicio al comisario, pero necesitaba centrarse en lo de real importancia.

—No, no lo hago. — Se levantó de su silla y se cruzó de brazos. —¿Y a qué se refiere con amenazas de muerte? 

—Pues mire, una amenaza de muerte es cuando alguien te amenaza con matarte. — Explicó lento y pausado, como si le estuviera contando la definición de "amenaza de muerte" a un niño de tres años.

—¡Sé lo que es una jodida amenaza de muerte! 

—¿Y entonces por qué tanto lío, tío? — El peliazul no iba a admitirlo pero le estaba encantando ver aquel nervio en la frente del peligris casi explotar de rabia. 

Volkov suspiró harto, tomándose el puente de la nariz con su pulgar e índice y levantando sus lentes de lectura en el proceso. —Necesito que me explique con más detalle, su situación señor… 

𝑻𝒉𝒆 𝒃𝒆𝒔𝒕 𝒈𝒊𝒇𝒕 [One-Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora