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ㅤㅤㅤUna noche de lluvia acompañada de una canción de radio en media madrugada bastaban para agrandar la falta que le hacía su tacto, su calidez, su presencia...
La falta que le hacía él.
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ㅤㅤㅤNoche de lluvia, tal y como se había anunciado en las noticias de esa mañana. La sección del tiempo en el noticiero de la mañana había comentado que se venía un cambio muy drástico en la temperatura, en el clima.
De tener días soleados, pasarían a tener un par de días grises, con la presencia de lluvias, de aires frescos.
Un clima un tanto melancólico, pero bueno y favorable para aquellos que convivían en un hogar agradable, y con alguien que podía darles ese calor y calidez únicos.
No tenía nada en contra de que el clima fuera en decadencia tan de repente, sólo le quedaba aceptarlo y sobrellevarlo pero sí, era difícil cuando extrañaba los brazos de aquel hombre que lo amaba a su forma.
Si al menos él estuviera ahí, esa noche de lluvia no sería tan melancólica.
Sin embargo, su enorme deseo de tenerlo cerca, de poder juntar sus cuerpos o de simplemente poder escuchar su voz, no se podía cumplir. Su gran y único amor, su hermoso hombre, estaba en otro lugar, lejos y posiblemente ocupado con el tedioso trabajo.
La comunicación jamás faltaba pero en ésta ocasión, no era tan frecuente como siempre solía ser. Supuso, que esa noche el pobre estaría cansado porque sabía cuán pesada era la misión, y aunque había ofrecido ir, se le negó aquello. Alguien debía hacer guardia en el inmenso hogar, alguien debía atender los asuntos de la propia ciudad en la que residía. Y muy a su pesar, tuvo que cumplir con su deber.
Pero, ¿a quién quería engañar? Estar solo en esa gran residencia no era bonito. Y a pesar de que por la tarde había convivido con cierto par, no era lo mismo.
Los quería, claro, eso era obvio. Pero no era igual que pasar el día entero con ese hombre bello, rudo, que sabía quererlo a su propia forma y que en soledad lo acariciaba con ternura, demostrándole así cuánto lo amaba, lo quería.
No era igual y se notaba.
Su ausencia lo estaba matando, lo estaba desesperando.
Y quería marcarle, quería llamarlo y escuchar su ronca voz; quería escuchar su nombre salir de sus labios pintados, quería saber cómo estaba, y que le recordara una vez más el día en que regresaría. Pero no podía hacerlo, no cuando ya eran las una y tanto de la madrugada.
Debía sacar ese impulso de su ser por una buena razón: seguramente estaría durmiendo. Y no podía irrumpir su sueño ya que era de importancia recuperar energías. Sólo le quedaba esperar el amanecer, para recibir un mensaje de buenos días, informando, además, sobre la situación allá.
Él al igual que hace dos noches, no pudo conciliar el sueño.
Le hacía falta el calor del cuerpo ajeno, sus abrazos nocturnos, la cercanía. Le hacía falta escuchar su respiración tranquila, verlo dormitar sereno. Le hacía falta el tacto coqueto, atrevido pero suave y cauteloso de sus dedos sobre su anatomía. Le hacía falta él.