Dream

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Oscuridad. Era lo único que danzaba en mi cabeza una y otra vez como el ulular de las lechuzas en las frías noches de Central Park, donde me sentaba a contar estrellas con Lauren. Nunca las contaba por estar más pendiente del sonido de las aves nocturnas y la voz ronca de la chica, sin embargo, me perdía en ellas para buscarle un refugio a mis sentimientos. Ella, por su parte, trazaba nuevas constelaciones en un pergamino abstracto dentro de su mente. El manto azabache nos cobijaba en medio de las bajas temperaturas, único testigo de cómo mis latidos se descontrolaban cuando la ojiverde tomaba mi mano para señalar un exiguo satélite desintegrándose a años luz de nosotras. Esas noches eran oscuras, pero no sé comparaban con esta sensación óptica en la que estaba inmersa hacía horas.

Mis rodillas permanecían enclavadas al piso, sin saber aún cómo reaccionar. ¿Qué significaba aquello? ¿Habíamos roto las reglas? Mi cerebro permanecía en un estado catatónico. Ni siquiera el ruido de los autos en la avenida, ni la música del vecino rockero de enfrente, ni los maullidos del gato de la señora Green lograron despegarme de mi posición. Parecía que había echado raíces en el medio de la sala, como un árbol que espera la primavera para vestir su frondoso follaje nuevamente. Yo esperaba porque todo fuese una muy mala broma de Lauren y que ella regresara con esa mirada de niña inocente que sabía muy bien el caos que había ocasionado, pero que no se podía reprender por esa sonrisa hipnotizante que siempre traía plasmada en el rostro. Me dejé arrastrar por una fuerte corriente de aire que se coló en el apartamento. Era extraño que a mitad de julio la ciudad se viera envuelta por una refrescante brisa, sin embargo, desde hacía una semana ya nada podía sorprenderme. No después de haber hablado con el espíritu de mi mejor amiga. Y de haberla besado. Y de haberme entregado a los sentimientos que llevaba años negándome a mí misma.

Con una determinación que había caducado en mí desde el accidente, abrí la puerta y salí corriendo escaleras abajo. La calle se mostró desolada, aquello era incluso más raro que el descenso de la temperatura. Las hojas se arremolinaban a mí alrededor hasta crear forma de personas que señalaban una dirección. ¿Qué estaba sucediendo? Seguí corriendo sin importar cuánto me costaba respirar. Iría a disculparme con el misterioso hombre que implantó aquellas estúpidas reglas. Tenía que devolverme a Lauren; tenía que otorgarme el derecho de decirle lo que sentía. Mis pulmones escocían en cada intento desesperado de arrancar una bocanada de oxígeno y cuando creí que caería de bruces en el pavimento, una voz me alentó a continuar. Esa voz.

"Camila. Camila. Camila."

Podía perder la memoria, pero esa voz sería capaz de reconocerla en todo momento. Aceleré mis torpes pasos, agradeciendo que nadie estuviese caminando por aquella acera. ¿Cómo era eso posible en New York? Me precipité hacia el elevador del hospital, marcando la planta donde se hallaba la habitación de Lauren. Incluso los pasillos estaban sumidos en una inusitada soledad. Su cabello enmarcaba su pálido rostro, quitándome la oportunidad de apreciarlo completamente. Iba a abrazarla, pero me detuve cuando ninguna de las máquinas emitía esos inquietantes sonidos. ¿Por qué no escuchaba sus latidos? Estuve a punto de ir en busca de algún doctor, sin embargo, una fuerza externa me hizo retroceder un par de pasos hasta hacerme chocar con la cama. ¿Qué estaba pasando? Mi mano involuntariamente se colocó sobre el pecho de Lauren, dónde debía sentir su corazón bombear sangre. Supuestamente. Allí nada se movía. Ni siquiera un débil silbido como muestra de que aún respiraba. Mis ojos se abnegaron de lágrimas silentes. No era capaz de mirarla siquiera. Lauren estaba...

***

No pude terminar la oración. Había despertado de golpe antes de que el dolor diera de lleno. El sudor se mezcló en mi piel con un aire demasiado frío para mi gusto. Mis ojos chocaron con esas luces molestas, una pared blanca y más tarde con un par de ojos verdes que me veían sorprendidos. ¡Lauren! No pude contener la sonrisa que se escapó de mis labios cuando me di cuenta de que aquello había sido sólo un sueño. O, mejor dicho, una pesadilla. Una horrible pesadilla. Al parecer todavía no habíamos roto ninguna regla. Era una buena noticia a medias porque no podía olvidar que ella seguía en coma, por lo cual ahora sólo veía a su espíritu. Una vez más. Se apresuró a sostenerme entre sus brazos con un cuidado que derretía todas y cada una de mis células hasta convertirlas en una masa amorfa que se escurría por entre sus finos dedos.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora