Gotas de lluvia

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Puesta mi mirada en el cristal de la ventana, las gotas de lluvia se deslizan suavemente,  recorriendo el camino que cada una de ellas elije, sabiendo que su final será mezclarse con las demás; recuerdo mi infancia, cuando me emocionaba al imaginar cuál de ellas caería más rápido y ganaría la carrera que solo en mi imaginación existía. Apoyo la sien en la fría y húmeda ventana, cierro mis ojos y al abrirlos una lágrima se desliza por mi mejilla, ¿Por qué?, no lo sé, será que evocó esos momentos en los que nada me preocupaba y cantaba esa canción loca sobre que las gotas de lluvia pudieran ser de chocolate o de caramelo y poder saborearlas.  

Mis pensamientos son interrumpidos por el sonido de la alarma de mi celular, anunciando que ya es momento de ponerme mis gotas de medicamento en mis cansados y tristes ojos. Me levanto con pesadez a buscar las dichosas gotas, busco dentro de mi mochila y no me percato que de mi nariz empiezan a caer gotas de sangre, las cuales manchan rápidamente mi mochila y parte de la blanca loseta del piso.

Tomo un pedazo de papel y le roció un poco de alcohol, colocándolo en mi nariz. Me deslizo sobre la fría pared, cansada, sin ganas de nada, solo observo como las gotas rojas se van coagulando sobre el piso, dejando ahí su marca; de repente una música llega de la nada, captando mi atención, uno de mis vecinos escucha la canción “La Gota Fría” de Carlos Vives, gracias por interrumpir mi deprimente día; me levanto y cierro la puerta. 

Tomo el libro que me prestó mi amiga, titulado “Un Millón de Gotas” del autor Víctor del Árbol, lo aviento a la cama y me preguntó si mi madre será tan amable de devolvérselo por mí, pues yo ya no podré. Regreso a la ventana, me quito el pedazo de papel humedecido por la sangre y lo aviento a una esquina de mi cuarto, pretendía cayera en el cesto de basura; la carrera de gotas de lluvia sigue, como me gustaría que si fueran de chocolate. Cierro mis ojos por el dolor punzante que sienten mis brazos, gotas enormes de sangre caen por ellos, gotas ácidas de dolor inundan mis ojos; ya no hay marcha atrás.

Poco a poco el dolor pasa, el miedo y el estrés se desvanece como una gota bajo el ardiente sol y susurro: “perdón mamá, perdón… perdón por todo”;  mis ojos se van cerrando, se sienten cansados y lo último que miro antes de caer en un sueño eterno… es que mi gota de lluvia ¡fue la ganadora!

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