III. Más preguntas que respuestas

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Estoy sumamente nerviosa, por fin he encontrado la voz que tiene días acechándome. Mi cuerpo está en un tipo de trance en el que todas las emociones convergen en una sola; sé que estoy actuando extraño porque me quedan viendo algunos ángeles. Sé dónde está, pero no puedo moverme, así que tomo asiento y me quedo en el Mirador hasta que la noche se hace más vieja. Permanezco ahí juntando fuerzas para dirigirme al lugar. Lo hago cuando siento a Jonathon llevarse a otra persona. No puedo estar aquí sin hacer nada. Así que, preparándome para lanzarme al abismo, me dirijo a dónde la voz me lleva.

Llego a California a un escondido vecindario; todas las casas alrededor tienen, al menos, una tenue luz despidiendo de ellas, más no la morada frente a mí. Es un lugar bastante oscuro, tétrico, algunos árboles se muestran imponentes a sus lados, pero no hay rastros de personas. Camino unos pasos más y ya de cerca puedo ver que no encontraré a nadie ahí; los árboles salen de donde se supone que debe estar la cochera y el techo de la casa se cae a pedazos. Entre la oscuridad puedo ver que está descolorida y que las ventanas están tapadas con trozos de madera. Hace mucho que nadie vive ahí.

Estoy tan abrumada por lo que ha estado pasando que incluso mis sentidos me están fallando los suficiente como para mandarme a un lugar abandonado. Un poco frustrada llego de nuevo al Mirador. Una parte de mí reniega y la otra está preocupada porque nunca me he sentido de esta manera. Siempre busco las respuestas a mi vida y de alguna manera u otra me las arreglo para seguir adelante. Esto no es así. Esto me deja un hueco enorme en el pecho que comienzo a sentir que se hace cada vez más grande, aunque me cueste admitirlo. Y en lo que más confío, lo que me ayuda a ayudar no funciona adecuadamente. Estoy encaminada a la condena.

Las voces llegan una vez más por lo que decido irme a casa. No confío mucho en mí en este instante así que es mejor poner fin a mi efímera jornada de trabajo. Apenas toco la almohada la voz retumba en mi cabeza. Hay algo de familiaridad en ella...algo. Ese algo me mantiene pensando en ella durante toda la noche hasta que el sueño me vence.

―Mads, date prisa o llegaremos tarde. ―Me apura una voz femenina.

―¿A dónde vamos? ―pregunto.

―No me hagas enfadarme contigo. Iremos a la exposición de fotografía.

―¿Qué pasa si no voy?

―Pasa que desatarás la tercera guerra mundial, ¿eso quieres?

―Dios, no. ―Escucho su risa detrás de mí.

―Pues mueve tu trasero. ―Me da un apretón en la espalda baja. Siento su suave olor y cierro los ojos.

―¿Y si nos quedamos?

―Iremos porque yo te acompañé a Los Angeles Times cuando te invitaron.

―Podemos aprovechar el tiempo aquí. ―Sugiero. Unas blancas manos se enrollan a mi alrededor.

―Tentador, pero no. Vamos. ―Besa mi hombro.

―Son recuerdos ―susurro.

―Te dije.

―¡Mierda! ―Pego un brinco al escuchar la voz a mi lado― ¿Qué está mal contigo, Karol?

―Estaba preocupada por ti así que vine a velar tu sueño.

―Casi me matas de un susto.

―Te iría muy bien en el limbo. ―Me recuesto de lado para verla de mejor ángulo― ¿Qué soñaste?

―Todo parece tan real que estoy segura que son recuerdo y no cosas que mi mente está inventando... es la misma voz.

―¿Segura? ―asiento.

Lost and DamnedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora