Relatos de autobús

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Relatos de autobús

-¿Cómo te conocí?

Mi mente evoca el recuerdo de aquel día. Me acuerdo perfectamente de cuándo te vi por primera vez.

Nunca me había levantado tarde. Solía ser de los primeros en llegar a clase, para no perderme los valiosos minutos que tenía para copiar los deberes del de al lado. Pero, por una vez, no tuve otra opción: el despertador se había declarado en huelga.

Por eso llegué a la parada vestido con cualquier cosa, empapado -pues había olvidado el paraguas- y deseando que el autobús llegara pronto.

Supongo que por eso no te vi. Con las prisas se me olvidó fijarme en la menuda figura que había a mi lado, con un paraguas rosa y completamente en su mundo.

Un rato más tarde, ya en el bus, crucé mis ojos contigo por primera vez. Me imagino que no me recuerdas, pues ese día estabas con la mirada desenfocada, apenas consciente de lo que sucedía a tu alrededor. Quedé impresionado la primera vez que te miré. Unos ojos oscuros que parecían leerte la mente, protegidos tras unas gafas de pasta que disimulaban una nariz que odias, me he dado cuenta después de ver cómo te llevas ahí la mano inconscientemente y la arrugas.

Y es que, tras verte por primera vez, ya no pude dejar de pensar en ti. Llegar tarde se convirtió en una costumbre, ¿qué eran diez minutos con tal de verte otra vez? Para poder ir en el mismo bus que tú hacía la tarea en casa, estudiaba para no tener que hacerlo de camino como solía.

No sé nada de ti, pensarás. Al contrario. Llevo meses observándote, aprendiendo cada día tus gestos, pequeñas manías e incluso gustos.

Sé qué música escuchas. Pocos días después de conocerte olvidaste poner bien los auriculares que siempre llevas, pude oír e identificar cuál era tu grupo favorito. Sé que tocas el violín, o la viola. Sin darte cuenta a veces practicas. Quizá antes de un examen, mueves el arco en el aire y yo casi puedo sentir cómo las cuerdas de tu instrumento imaginario emiten sonido.

También me he dado cuenta cómo te molesta tu cabellera. Te veo tomar un mechón, observarlo por un momento y soltarlo, seguramente pensando en cómo cortarlo, teñirlo o ambas, pero nunca te decides, acabas por recogértelo en esa cascada casi rubia que tanto me gusta.

¿Otra manía tuya? Odias tus manos. Sueles llevar guantes para ocultarlas, y mirarlas a contraluz con aire crítico. Sin embargo, yo creo que son preciosas.

Tienes la piel sensible, siempre te la acaricias y te echas crema, brilla por la mañana. No te gusta, odias, que te toquen la espalda. Me di cuenta cuando te la rozaron sin querer. Tuviste un escalofrío y fulminaste con esa mirada que me tiene atrapado al responsable.

¿Qué más sé de ti? Te pintas los brazos. Flores, frases, números... lo que sea. Pero intentas borrarlo antes de llegar a casa. Te pones muchas pulseras, pero nunca llevas reloj.

Todo esto lo sé de tanto observarte. Pero hay algo con lo que estoy fascinado. Quizá sea la mayor de tus incógnitas, pero por ello eres la Chica de los Gatos para mí.

Sonríes cada vez que ves uno por la calle, sea como sea. Frunces el ceño cuando gritan a alguno y aprietas fuertemente los puños si alguien los trata mal. Recuerdo que una vez subiste uno, uno muy pequeño y muy negro, al autobús. Lo llevabas muy escondido, pero te vieron e hicieron que te bajaras ante tu negativa a soltarlo. Ese día estuve de mal humor.

Tenemos mucho en común, pero tú no lo sabes. Nos gusta el cine. Lo sé porque ves películas de camino. ¿Cómo decirte que yo adoro las bandas sonoras? El día que vi por el rabillo del ojo cómo estaba mi favorita en tu lista de reproducción, sonando, salté de alegría. También te gustan los videojuegos, adoro esas camisetas tuyas que lo corroboran.

Por eso estoy enamorado de ti. Tenía una novia, pero no era como tú... no eras tú. Dejé mi grupo de amigos malinfluentes, estudié más, sólo para poder verte ese rato en el autobús, cuyo número se convirtió en mi favorito. Cambié radicalmente, tus gustos, manías... ahora son los míos.

Entretanto, sigues sin saber quién soy. Quizá has enfocado tu particular mirada en mí alguna vez, y sabes dónde me has visto antes. Quizá he pasado por tus pensamientos en un momento, pero no aspiro a tanto, aunque tú no dejes los míos.

-¿Por dónde empiezo?

Tiemblo, pero no lo notas. Hoy, tras casi un año, te he hablado, he reunido todo mi valor para decirte una única frase, de película "yo se quién eres, pero tú no sabes quién soy yo". Y ahora me miras con esos ojos oscuros, probablemente pensando dónde meterte. Te cuento mi... nuestra historia del autobús, relato cómo este año me he aprendido hasta el menor movimiento tuyo. Estás confundida, lo  noto.

No paro de hablar hasta pasar mi parada, momento en el que anuncias que falta poco para la tuya. Es uno de esos detalles que no conozco de ti, siempre abandono el autobús antes que tú.

Las puertas se abren, y yo me aparto para dejarte pasar. Después de contarte casi mi vida entera, te pones de puntillas y me besas en la mejilla, para después abrir tu paraguas rosa y alejarte entre la lluvia mañanera.

Parece que vuelo. Me dejo caer al lado de una anciana, en un asiento vacío. Mi corazón no soportará tanta presión, estoy seguro. Lo he conseguido, pero me entristezco pronto al caer en la cuenta de que es viernes, y mañana no podré verte. Contaré los segundos, te prometo en silencio.

Pero, ¿qué son unas pocas horas cuando se trata de ti, de mi perdición?

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