Extra: Damne y Harry.

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JORDAN

Las manos de Dorian recorrían mi espalda, su tacto ardía en mi piel, haciéndome necesitar aire, respirando pesadamente mientras su pene se apretaba contra el mío. Algo tan familiar pero siempre igual de placentero.

—Dorian— jadeé apretándolo por la espalda —Por favor— pedí mordisqueando el lóbulo de su oreja —Te necesito... — gemí aferrándome con fuerza a su espalda.

Estábamos solos en nuestra casa, Damne estaba en Ballet y Harry en clases de natación. Si, hacía un año los habíamos adoptado, eran todo para nosotros, apenas habíamos cumplido veinticinco y Dorian dijo que quizá sería bueno tener hijos, ahora estaba más que emocionado, ambos eran lo mejor que nos había pasado, pero desde que éramos padres, no teníamos muchos momentos de intimidad, y podría decir que andaba como Dorian decía:

—Gata en celo... — murmuró apretando mis glúteos con sus manos.

Estábamos sobre el sofá, yo sentado en sus piernas mientras él lamía mi cuello. La rica fricción me tenía en las nubes y a juzgar por su respiración agitada y lo duro que él estaba, sabía que era mutuo.

—Mierda— gruñó simulando una estocada, nos gustaba este juego sobre la ropa —Quiero follarte tan fuerte...

—Si, házlo, si... — temblé cuando metió sus manos bajo mi camiseta acariciando la piel de mi espalda.

—Te amo— soltó quitando la molesta prenda.

—Yo tam- ¡Joder!— exclamé al momento en que el lamió mis pezones con su lengua, me veía mientras lo hacía, sus ojos marrones más opacos de lo normal, haciéndome perder el aire.

Ya no podía aguantar más, me moví con mucha fuerza sobre él, tratando de saciarme, buscando más contacto, mi polla palpitaba con tanta fuerza y podría jurar que la suya incluso lo hacía más.

—Mmm... — murmuró excitado, dejando de lamer para comenzar a desabrochar sus pantalones, podría jurar que me sentía como un niño al que le regalaban una pelota de fútbol, es que hacer el amor con Dorian era un sueño, un manjar de los putos Dioses.

Nunca dejaba de necesitar más y más.

—Prueba— dijo sacando su miembro, haciéndome relamer los labios, me bajé de él posicionándome entre sus piernas y lo tomé entre mis manos, sacando la lengua y metiéndolo de un solo golpe, justo como le gustaba —Mi amor... — jadeó, mirándome con lujuria, sus labios entreabiertos y rojos por mordidas provocadas por ambos, un completo espectáculo.

La punta de su pene golpeaba mi garganta, provocándome ahorcadas que producían un sonido obsceno, uno que sabía muy bien que para el moreno era el cielo mismo. Chupaba con fuerza, lamiendo como podía el presemen que salía de él, deseando probarlo todo, tragarlo, tocando mis pezones mientras él ponía su mano en mi cabello y me jalaba con fuerza contra sí mismo.

Me sentía a punto de explotar, ahuecando las mejillas y dejando mi pecho para tocarme sobre la ropa, viendo los gestos que él hacía en el rostro, disfrutando cada segundo hasta que ya no pude evitarlo más y me vine gimiendo con fuerza aún con su pene en mi boca, provocando que también se corriera al instante, haciéndome tragarlo todo.

—Maldita sea, eso fue...— gruñó ayudándome a levantar y volviéndome a poner sobre sus piernas.

—Yo también te amo— dije con voz rota, sintiéndome débil.

Él me sujetó de la cadera, dándome una mirada coqueta, esa que me había grabado en el cerebro, la hacía siempre que iba a follarme como si no hubiera un mañana.

—Dame dos segundos— pedí pegando mi rostro en su pecho.

—Uno— dijo llevando sus dedos a mi entrada, masajeando suavemente, haciéndome tragar saliva —Do-...

—¡Papis!— exclamó la voz de Harry desde el otro lado de la puerta, me bajé de inmediato corriendo al baño, Dorian al vestidor, mientras oía sus risas.

Me sentía como la vez que papá casi nos descubre cuando ambos teníamos dieciocho años y estábamos en la casa cerca del lago. Uno de los momentos con más adrenalina de toda mi jodida existencia.

—¿Pa?— escuché decir a Harry entrando a la habitación.

—Hola campeón— respondió Dorian, tomé una toalla poniéndola al rededor de mi cintura.

La ropa que tenía antes estaba en el suelo de la habitación, seguramente Dorian ya la había escondido de su vista, todo esto porque se suponía que limpiaría la ducha, pero Dorian había llegado a masturbarme contra el lavamanos y habíamos terminado en el sofá de la habitación.

—¿Dónde está papi?— preguntó Harry, él tenía doce años, hacía dos años desde que estaba con nosotros junto a su hermana, y podría jurar que sentía que los teníamos desde que nacieron.

Harry era blanco, de ojos claros, cabello rizado y negro como el de Dorian, y Damne tenía once, era rubia como Violet, de ojos celestes. Ambos habían sidos abandonados por sus padres al nacer.

Damne me recordaba siempre a mi pequeña hermana, y me hacía sentir en casa, mamá decía lo mismo de ella, Damne tiene la misma chispa que tenía Violet. Aún no había tenido el valor de contarles a ambos la tragedia, como mi hermana de suicidó por haber perdido a un amor, haber perdido a Brad Dawson, un chico que había conocido hace muy poco, pero al parecer amaba tanto como para ya no desear vivir en un mundo dónde no estuviera él.

—Él tiene diarrea— contestó Dorian, y efectivamente aún no cambiaba de excusas.

—Iugh— oí decir a Damne, al parecer también estaba en la habitación —Pobre papi, seguro comió muchos frijoles.

—Tragó muchos a decir verdad— oí decir a Dorian y sentí ganas de golpearlo, solté una risa contenida.

Tomé una ducha corta, me cambié con la ropa limpia que tenía antes, y salí. Ahí estaban los tres acostados en la cama, los pequeños tenían pijamas ya que les gustaba usarlas en casa, y Dorian igualmente, habían encendido la televisión, así que me recosté con ellos, recibiéndolos con abrazos y recostando mi cabeza en el hombro de Dorian, mientras abrazaba a Harry y él a Damne.

Dorian entrelazó su mano con la mía y miré nuestros anillos con una sonrisa tonta.

—Ahora tenemos veintisiete— susurré en el oido de Dorian, los niños estaban concentrados en la película que pasaban —Tenemos dos hijos, y seguimos viviendo en la primera casa a la que nos mudamos juntos...

—Y te rapaste el cabello y la capa que te quedó la teñiste de blanco— dijo desviando el tema.

—Eso no es importante— rodeé los ojos.

—Si lo es— hizo un puchero —Ahora no puedo llamarte naranjito.

—No es mi culpa que tengas el mismo look después de una década de casados...

—Una década y lo único que cambie en mi apariencia fue la ropa interior— rio, hice lo mismo. Me acerque a su oído nuevamente.

—Una década y aún no me dejas ser activo...

—Soñar no cuesta nada— respondió sonriendo de lado.

—Dicen que los sueños se hacen realidad— me relamí los labios. Mentía, tener a Dorian dentro de mi no se comparaba con nada.

—Lo confirmé al momento en que dijiste: Sí, acepto.

Sonreí volviendo a poner mi cabeza en su hombro, suspirando, sintiéndome muy agradecido con lo que sea que había puesto en mi camino al moreno, recordando nuestra vida. Desde qué jugábamos en el jardín de la casa de mis padres, hasta las charlas adolescentes hasta que amanecía.

—Dorian... — susurré, apretando mi mano contra la suya, rozando nuestros anillos y viéndolo con lágrimas en los ojos, casi siempre me pasaba cuando remomeraba momentos.

—¿Si, cariño?— preguntó.

—¿Juntos?— dije, él frunció el ceño un momento, pero luego sonrió recordando, asintiendo.

—Sí, juntos.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora