capitulo 2

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Gulf Kanawut siguió las instrucciones que le había dado Annette O'Dell para llegar a la casa de Mew Suppasit, aunque no necesitaba conocer la dirección exacta para saber cuál de las grandes casas frente a la playa era la suya. Incluso ahora, un día después de hacerse pública la noticia, una docena de coches y furgonetas, más una solitaria moto —todos con acreditaciones de prensa— estaban estacionados frente al número 25450.

Condujo su SUV negro por la pendiente de la entrada. La casa, desde la fachada principal, le decepcionó por lo pequeña y corriente que era, si bien las casas de estas zonas en Bangkok eran espaciosas y aprovechaban al máximo la vista que tenían del mar.

 La casa de Suppasit se encontraba al final de una hilera de construcciones que compartían una playa privada. Si no recordaba mal, varias de aquellas casas habían quedado destruidas hacía años por una fuerte tormenta. Como prueba de la destrucción, vio los refuerzos de hormigón que seguían la línea del barranco en torno a las casas para evitar los corrimientos de tierra, principales causantes de los daños a las propiedades de la costa.

Cerró el coche con llave por si algún miembro de la prensa depredadora se interesara por su identidad. Seguro que les habrían advertido sobre la violación de la propiedad privada porque, a pesar de percatarse de su llegada, se quedaron en la calle, y en los lindes de la propiedad.

Gulf respiró hondo, y le agradó el penetrante aire salado. Pensó que podría acostumbrarse a un lugar como aquél.

Miró alrededor de la casa y frunció el ceño. Era difícil proteger las propiedades que estaban en primera línea de mar. No había rejas ni vallas entre las casas, y se podía acceder a ellas por cualquiera de los cuatro costados. Sin embargo, uno de los lados de la casa de Suppasit lindaba con las paredes de un barranco. Era prácticamente imposible que alguien pudiera tener acceso a la propiedad desde ese punto.

Quedaban tres lados desprotegidos.

De pronto, un Volkswagen escarabajo de color amarillo llegó casi volando hasta la entrada y se detuvo detrás de su camioneta. Gulf frunció el ceño ante esa manera atolondrada de conducir que tenía win. Le había sorprendido que aprobara el examen para obtener la licencia de conducir al primer intento. Ahora lo vio salir del coche con su portátil en la mano y acercarse a él a toda prisa, con su pelo negro y rizado agitándose en la brisa. Gulf sacudió la cabeza. Su hermano siempre desbordaba energía.

—Siento llegar tarde —dijo, y al sonreír aparecieron en sus mejillas sendos hoyuelos.—No has llegado tarde. Se supone que no tienes por qué estar aquí.

—¿Qué quieres decir? Soy tu socio.

—Yo trato con los clientes. Tú te ocupas del despacho.

Lo poco que conocía del caso lo inquietaba. No quería poner en peligro la vida de su hermano. Al fin y al cabo, win era experto en informática, no guardaespaldas.

El suspiró con un aire melodramático.

—Esta vez no, gulf. Goob está fuera de la ciudad, de modo que me tienes a mí, te guste o no. —win sonrió y le guiñó un ojo. gulf no pudo evitar una sonrisa. Win se ocupaba de todo lo que él y Goob le ordenaban desde hacía dos años, estaba dispuesto a seguir cursos de defensa personal y de manejo de armas, se había leído todos los libros que ellos le pasaban, y soportaba los ejercicios espontáneos que ellos ideaban para ayudarlo a prepararse para el trabajo de campo. Pero ni él ni Goob iban a dejar que su hermano pequeño trabajara en la calle, aún cuando se había convertido en un miembro cada vez más importante del equipo. Es decir, del despacho.

—Sólo por esta vez —dijo, y se notó la advertencia en su voz—. Por lo que me ha dicho Annette, creo que tendremos que echar mano de tu genialidad con los ordenadores.

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