𝄞Ixtli Tlacah𝄞
La jarana se ve a lo lejos, las luces ciegan la vista, la música se prolonga solo hasta la casa inhabitada por algún padre de familia para evitar que los regañen y la comida se mira abundante como en una junta vecinal del barrio bajo. Características en común que dejan una cosa clara: México, definitivamente y sin lugar a dudas, está lejos.
Porque a lo lejos se nota que él no es de esa clase tan al estilo medio-bajo. Claramente no. Esa clase tan baja, de original y creativa no tenía nada; y él pertenecía a la clase alta en la que las celebraciones, cumpleaños e incluso la invitación —atraco— a una boda eran, en cada oportunidad, algo distintivo, ingenioso y creativo.
No como aquellas fiestas, en la que por escasez o idiotez lo único divertido para ver y beber era el alcohol.
No. Si era posible —sí es posible, porque ya lo hizo—, Don México de la Quijada Manchada otorgaría el sagrado espectáculo de enseñar como no vomitar en un viaje en montaña rusa parado que dura quince minutos solo con la fe y una tasa de chocolatada desabrida; porque los cinco sextos de la tasa eran agua bendita, el resto fe y cualquier chocolate que no fuera de taza.
En otra ocasión, había comprado cuantos flotadores de bebés pudo encontrar -o cuantos pudo con el dinero que aún tenía-, los colocó en la piscina para niños grandes, lanzó pedazos del Tecnopor que compró -o bien fio-, preparó -aunque al final todo se lo tuvo que pedir a su padre- pescado a la Veracruzana, mole, carnitas, chiles en Nogada, un par de tlayudas y al final un par de horchatas a la hora de brindar —lo único que logró preparar solo—.
Las luces de las lámparas de noche iluminaban las esquinas de la casa porque todos le tenían miedo a la oscuridad y los adornos que llevaban colgados volvían aun más pintoresco el lugar, transformándolo en digno de su ciudad. Los globos con formas de animales y comida no faltaban, al igual que las peleas por uno de esos al que a la mayoría le pareciese más bonito y brillante. La reproducción automática daba buenos ratos cuando las bandas por las que gritaban sus padres empezaban de lleno, y las buenas canciones de su generación entraban con su letra a profundidad y su ritmo más infantil.
México bailó, haciéndose el interesante al mirar bajo el sombrero de charro junto a sus viejos y nuevos amigos. Se subió al roble del jardín y sorpresivamente cayó al llegar a la copa; salvándose la cara cuando las plantas y luces que lo decoraban se le enredaron en el cuerpo y le hicieron soltar un chillido de dolor menor al que hubiera soltado si hubiese impactado con el césped.
Y esa y un par de historias más lo llevaron al ahora.
Ahora:
Dígase de un ser, mayormente humano, recostado o en posición fetal en un suelo acolchado, cubierto por una frazada en una parte menor del cuerpo, soltando un llanto mudo generalmente causado por una crisis existencial.
Véase también:
Crisis existencial.
Busca en Google.
¿De qué tengo cara?
México está sufriendo verdaderamente, quizá sea que no tendría que exagerar con la sátira culposa que le pongo a todo, pero quien escribe esto se ha ido un tiempo, y no debe conocerse a alguien por su tardanza.
Está él en un mal rato, que se siente realmente mal y del que otros podrían burlarse porque no sienten esa incomodidad en el pecho y ese remolino ardiente y vomitivo en el estómago. Y ninguno, con su respectiva idea, estaría mal, pero cabe aclarar que ello no implica que estén bien; ni de cerca.
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That Guy [Countryhumans]
Random𝑻𝑮 | Y en la ciudad del atardecer, de la harina de trigo y el café de flores, habitaba él. [...] Las más distantes leyendas cuentan de estos muchachos, residentes en la ciudad más bella del mundo, con el mar más mágico, las personas más diversas...