Un corazón artista.

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Rafael se levantó aquella mañana fría —algo raro en Santa Marta— con una flojera que solo traía la monotonía de la frustración y la poca productividad que adquiere un artista con su arte. Desde los trece años empezó su encanto con la pintura y desde entonces se ha dedicado a eso, aunque posea un trabajo para poder pagar lo necesario para subsistir. Se levanta, arregla su cama y antes de cepillar su boca pone en la greca a calentar agua para hacer tinto. Se toma el tinto con unas arepas, de ayer, que recalentó y comió con desgana. Lejos pasaban ya algunos vendedores vociferando sus productos, el sentía unas incontrolables ganas de que todo se empapara en silencio y que fuera así siempre. Alista todas las cosas que necesita para pintar; el banco de madera, su lienzo y el caballete, las pinturas, lápices, borrador, trapos, agua. Por la ventana de su cuarto, en el segundo piso y donde se dispone a pintar, mira hacia el cielo y eleva una plegaria a Dios. No creía en un Dios, tal vez ya no. Ni tan siquiera sabía porque le rezaba, se hacía creer que lo hacía por costumbre y nada más. Su madre que fue una religiosa ferviente le inculcó la oración como algo de la vida diaria, así como las misas todos los domingos; aunque esta ultima la dejó de hacer muchos años atrás. Por x o y motivo rezaba aún y no sabría si dejaría de hacerlo en algún momento dado. Cada que iba a pintar le rezaba a ese dios sordo que no escuchaban ni sus palabras ni las de ningún otro. Le pedía inspiración y destreza para plasmar sus sentires y pensamientos más profundos de su ser, de su alma. Toma un pincel y lo empapa con pintura, en ese preciso momento siente una opresión en su pecho horriblemente. Hasta sus oídos llega el sonoro crujir de los huesos de sus costillas partirse en centenares de pedazos para luego escuchar cómo se le desgarra la piel del pecho en su parte izquierda. Es imposible que le pase eso al él, cree Rafael. El dolor es ardiente como si estuviera siendo quemado por lava o fuego ya no sabía distinguir nada ni pensar bien. El pintor cae de su silla hacia el suelo, muerto. Muerto con un enorme agujero en el pecho. Con el pecho destrozado, Rafael expone un cuerpo perforado y carente de corazón. Su corazón, habiendo salido disparado hacia el lienzo blanco, ha plasmado con la mayor perfección y nitidez que jamás se haya visto en el universo, una escena —con las más diversas tonalidades de escarlatas— de algún lugar parecido al infierno en donde los demonios y las almas en penas convivían en la más mezquina miseria y tormento. Esta vez Dios si escucho sus palabras y cumplió sus plegarias.

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⏰ Última actualización: Mar 05, 2022 ⏰

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De la muerte y otras bendiciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora