1
La furia que había corrido por sus venas minutos antes, se veía ahora reflejada en una expresión taciturna. El temblor de las manos que goteaban sangre era incontrolable, los nudillos estaban calientes y rojos al igual que las palmas que habían sido castigadas con la fricción del pesado marro que ahora descansaba en el suelo. El corazón que hacía que las arterias carótidas palpitaran tan fuerte que daban la sensación de querer explotar, ahora se aceleraban aún más. Estaban rojos y acuosos los ojos que miraban fijamente al reflejo fracturado del espejo del cuarto principal. En él se veía un rostro cansado, manchado de sangre, un fondo oscuro y caos total. El valor de demostrar quién manda en su mirada se desvaneció velozmente para dar paso a la razón y al arrepentimiento, que se acentuaban notablemente en la voz creciente de un llanto que terminó en una risa histérica, en unos ojos que ahora se desbordaban en lágrimas al entender lo hecho y en un semblante de dolor iracundo. «Ve lo que me hiciste hacer, Sonia». Todo en ese momento se veía derrumbado, como un castillo de naipes que él mismo había cuidado y construido y ahora destruido. «¡Esto es tu culpa!». Risa incontrolable y manos temblorosas. Todo lo palpable que se había visto acrecentado por el exceso del alcohol en el cuerpo hacía apenas unas horas, se derrumbó con la fuerza de un hombre furioso rompiendo en llanto frente a un espejo que mostraba el reflejo de un hombre con dolor en la mirada y risa en la boca. En este estado, una vez más, todo lo remoto, lo impensable, se había vuelto una posibilidad que poco a poco tomó la fuerza para transformase una vez más en "la mejor opción" y así tomar el disfraz de "la manera correcta de hacer las cosas", para culminar con esta obra engañando los espectadores principales, la mente y la cordura; diciendo que esta era "La forma de demostrar quién está al mando" y con ello pronunciar la frase final para cerrar el telón «Ve lo que me hiciste hacer, Sonia».
2
Eran apenas las nueve de la noche cuando caminaba a paso rápido y pesado por el estacionamiento del Pavilion West, la mini plaza más cercana de su casa, y lo más importante, el lugar más cercano para poder beber alcohol. «No soy alcohólico, Sonia, es solo mi único maldito escape de esta basura de vida que tengo, y si no tienes algo realmente útil que decir, te sugiero que te muevas, antes de que te parta la cabeza, pedazo de...», estas palabras volaban en el registro de sus recuerdos, tan potentemente que causaba que la sangre le hirviera a cada vez que volvía a ver el rostro de su esposa rojo de ira al cerrar los ojos, y pasar su mano sobre el araño que le había hecho en la mejilla con el golpe que ella le había proporcionado antes de insultarla. Para esa hora Jacob McGill, ya tenía suficiente alcohol en el cuerpo como para diluir sus penas en él, así mismo, ya lo habrían corrido del Arch II, estando a la mitad de su novena copa. Todo había transcurrido en un periodo de media hora. Los primeros diez minutos había estado revolcándose en su furia visceral, ignorando completamente su entorno y alejando a los trabajadores de su izquierda y derecha. Pasaron las tres primeras copas para que sintiera que el coraje empezaba a ceder y sentirse mucho más amigable y platicador. Ante el gran estímulo que había sido el alcohol, ya no sentía rabia por lo pasado con su esposa.
–¿Sabes algo amigo? –Decía al joven que se encontraba incómodo al hablar con un borracho desconocido. –Ella se está perdiendo al amor de su vida, yo sé que ella como la ramera barata que es, puede conseguir a cualquier hombre. No cobra por una buena noche, y estoy seguro que eso es lo que le consiguió a su asqueroso novio con el que me engaña. –El joven se intentó levantar cuando McGill le tomó del brazo e hizo que le trajeran una bebida a pesar de que tenía otra que él le había invitado y no había tocado. –Antes de que te vayas y dejes a este pobre diablo, déjame contarte mis planes de hoy y dime como buen amigo si te agradan –El chico sin remedio y movido más por el miedo que por otra cosa accedió. –Hoy llegaré a casa, me pondré lo más cómodo posible y le propinaré tremendos golpes a Sonia que apenas y podrá saber cuál llegó primero, como es una ramera, haré uso de sus servicios. Tremenda cerda –esto último lo susurró en voz baja. –Y sacaré el revolver que tengo en el cajón, oh sí, eso le hará saber quién manda.
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Deja vu
TerrorMike es un joven de preparatoria que a partir de una cadena de sueños, empieza a vivir una aventura que le cambiará la vida por completo junto con sus amigos.