3 -SU PRIMERA HISTORIA-
Ha pasado el tiempo y Écaber ya camina y es mucho más lista de lo que puedes imaginar, porque para ser una bruja escritora hay que ser muy inteligente.
Sin duda, Écaber tenía el don (EL DON, así, con mayúsculas). Lo siento, nena, lo tienes o no lo tienes. Y ella lo tenía porque alguien se lo había dado en abundancia.
Lo has adivinado: Écaber era una elegida... De hecho, más que eso: era LA elegida para ser la mejor escritora de este siglo (aunque eso tendrá un costo terrible para ella, pero ya llegaremos a eso).
Y vaya que su don se manifestó pronto.
En cuanto pudo, comenzó a escribir... o algo así.
Su primera página en blanco: los grandes muros de su casa, que rayó con todo lo que pudo. No sabía escribir, pero se estaba expresando. Esos rayones, en apariencia caóticos, estaban contando SU historia: cuando Écaber estaba tranquila, sus líneas eran finas y armoniosas, acompasadas, llenas de un amoroso cuidado (bueno, tanto como lo permitía su cerebro de bebé).
Pero, cuando Écaber estaba jugando a correr, sus rayas eran dibujadas velozmente ¡Estaba tratando de DESCRIBIR su heroica velocidad!
Cuando Écaber estaba enojada, dibujaba círculos obsesivos con crayola negra.
Una vez se enojó tanto, que apuñaló la pared con un tenedor hasta que le hizo un hoyo y se podía ver la otra habitación.
La mujer que la cuidaba le permitía hacer exactamente todo lo que se le antojaba, para eso recibía, puntualmente, una moneda de oro. Luego hablaremos de las monedas de oro; recuérdenme contarles esta parte de la historia.
Continuamos. Sin embargo, esta mujer no era tonta y comenzó a percibir la inteligencia de Écaber. Hacía las cosas por algo. A veces era un poco siniestra, pero... Bueno, después de todo se supone que era una bruja.
Por cierto, este personaje tiene un nombre, claro; la cuidadora de Écaber se llama Sara.
Esta mujer, Sara, comenzó a comprar cosas para que la niña explorara su creatividad. Le llevó un ancho rollo de papel y forró las paredes, le compró muchos tipos de colores y pinturas.
La niñita elegía los colores según sus estados de ánimo. Si estaba tranquila, rayaba con colores verdes... Si estaba enojada, aparecían por toda la pared sus manos impresas, como bofetadas, en pintura roja, salpicando todo. Si estaba más enojada, sus manos rojas aparecían en sitios insólitos de la casa, como los techos. Pero si estaba muy, muy enojada... El negro cubría la casa como un huracán furioso.
Sara lo permitía todo pacientemente. Jamás se atrevió a interrumpirla en sus momentos de inspiración maniaca, porque era peligrosa. Écaber lanzaba rasguños con sus uñitas puntiagudas y mordía con fuerza de lobo. Además, la hija de Morgana tiraba puñetazos. No, lo que Sara hacía era leer mientras esperaba a que pasara la tormenta, después, iba a abrazarla hasta que se tranquilizaba y se quedaba dormida, como si nada hubiera pasado.
Solo había algo que Écaber no podía hacer en esa casa: entrar en la recámara de Sara, donde tenía sus libros. Antes no existía esa prohibición. Lo que pasó fue que Sara estaba en su recámara leyendo Hamlet, de Shakespeare (en una edición carísima de 1951), salió a atender la puerta y dejó el libro por ahí, Écaber lo encontró y rayó varias páginas con una pluma.
Sara se enojó. Le gritó. Azotó el libro en la mesa y la ignoró el resto de la tarde. La pequeña Écaber no entendía, solo estaba tratando de copiar esos hermosos símbolos amorosamente acomodados en cada página.
Sara le regaló un par de novelas que no le interesaba conservar. Durante la noche, la pequeña comenzó a copiar las letras en su mural de papel y cuando Sara despertó, Écaber ya sabía leer y escribir.
CONTINUARÁ...
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El aquelarre de las brujas escritoras
FantasyESTE ES UN LIBRO MÁGICO donde iré dejando ideas y consejos sobre la magia de la creación literaria. Cada capítulo es diferente; a veces son hechizos para atraer a las musas; a veces invocaremos el espíritu de Shakespeare para que nos revele el sec...