"Creo que hoy, por fin voy a ser capaz de ir a las catacumbas" le dije a mi mejor amiga por teléfono.
Ella me respondió "¿Por qué tanta obsesión con la muerte?"
Dentro de mi cabeza le respondí sin dudar "Voy a entender cómo funciona el mundo para los demás, pues mi mundo está en pedazos y necesito inspiración.
Tal vez, solo tal vez, logre inspirarme de la muerte sin sentir miedo, sin sentir en general..."
Pero realmente le dije "no me obsesiona la muerte, solo que es el último lugar turismo que me falta visitar acá"
Después de terminar esa frase me despedí de ella y colgué la llamada.
Salí de la casa de mi mejor amigo, en el 12eme arrondissement, para desplazarme hacia mi peor miedo. Era jueves, día de mercado, estaba tan nerviosa, que mis sentidos estaban súper atentos, inmediatamente escuché los sonidos de más de 50 vendedores anunciando sus productos, vi demasiadas personas transitando en todos los sentidos posibles, olí el característico olor a pescado que se apoderaba del ambiente, aunque ese día no me disgustó, no tenía espacio en la cabeza para pensar en cosas que me gustaban o no. Para llegar, debía utilizar la linea de metro 6, el color verde de la línea me transmitía tranquilidad, hasta ahora, todavía puedo decir que es uno de mis colores favoritos.Mientras bajo hacia la estación siento las corrientes de viento provenientes del interior y del exterior, estaba en una especie de limbo de viento. Las estaciones de metro en París son tan interesantes, hay una cantidad inmensa de personas, es las estaciones de metro donde más me intrigan los humanos, su comportamiento, las interacciones entre ellos; me gusta aprender sobre las distintas maneras de "ser" de los individuos observándolos.
Google maps ya me había mostrado cuál era mi ruta, debía ir de Daumesnil hacia Denfert-Rochereau. Era normal para mi usar la linea 6 todos los días, siempre movilizándome en la ciudad, descubriendo cosas nuevas a todo momento, sintiendo la historia de una ciudad que derrocha historia; obsesionándome por todos los sucesos históricos que contiene un solo terreno. Sin embargo, durante tres meses había evitado esa parada en concreto: Denfert-Rochereau, o mejor dicho, la estación de las catacumbas de París. Yo sabía que ahí, mis sueños y pesadillas estaban juntos, convergiendo pacíficamente. Había llegado la hora de superar mi mayor miedo, sentirme aún más sin vida, y además, rodeada de muerte.
Durante once paradas no podía evitar preguntarme: ¿Cómo iba a hacer eso? ¿Es siquiera posible superar un miedo tan específico e inevitable? Me respondí mentalmente, "Es fácil, París es la alegoría de la muerte, todos lo saben, es una ciudad tan vieja que las personas llevan muriendo ahí desde el siglo 3, mucho antes de que fuera París, Lutecia y sus muertos siguen presentes, Las catacumbas y sus muertos de más de mil años están presentes, están justo debajo tuyo y no hay manera de evitarlo."
Cuando me bajé del metro en mi parada, lo primero que veo es un anuncio café, con unos huesos caricaturizados, justo abajo había una flecha que apuntaba hacia la izquierda y un texto que decía "catacumbas de París". Tomé un respiro para darme valentía y me encaminé hacia la aventura. Subí las escaleras de la estación y lo primero que vi fue una estructura negra, no era la entrada a las catacumbas que me imaginaba, eso me tranquilizó, pensaba que iba a ser mucho más tétrico desde el principio. Le mostré mi entrada y documento al staff, me dejaron seguir y me dijeron "Después del torniquete están las escaleras, solo sigue el camino". No entendía de qué camino me hablaba, pero la fachada de la entrada tenía una apariencia moderna, así que mi miedo ya se había desvanecido, pues no era nada terrorífico.
Cuando empecé a bajar las escaleras en espiral, solo podía pensar en que ya llevaba más de dos minutos seguidos bajando, no sabía en qué momento se iban a acabar las escaleras, y tampoco sabía a qué profundidad me encontraba, aunque sí tenía claro que iba a estar a veinte metros de profundidad. Tres minutos, fue el tiempo que duré bajando, hasta que finalmente me encontré cara a cara con la entrada a un túnel, otra cosa inesperada, ya que yo me esperaba huesos en primer plano apenas atravesara las escaleras. Estaba completamente sola, así que decidí seguir el camino, es decir, la única ruta que podía tomar sin devolverme. En el túnel se sentía la humedad, el cambio de temperatura, estaba más caliente ahí abajo que afuera, pues la temperatura de las catacumbas es de unos 14 grados constantes, y afuera estaba a 9 grados.