página 3 y 4

4 0 0
                                    

   Colombia vive momentos dramáticos, pero quien menos le ayuda es quien declara, por impaciencia, por desesperación o por mala fe, que esas circunstancias son definitivas, o que obedecen a causas ingobernables. Más bien yo diría que lo que vivimos es el desencadenamiento de numerosos
problemas represados que nuestra sociedad nunca afrontó con valentía y con sensatez; y la historia no permite que las injusticias desaparezcan por el hecho de que no las resolvamos. Cuando una sociedad no es capaz de realizar a tiempo las reformas que el orden social le exige para su continuidad, la historia las resuelve a su manera, a veces con altísimos costos para todos. Y lo cierto
es que Colombia ha pospuesto demasiado tiempo la reflexión sobre su destino, la definición de su proyecto nacional, la decisión sobre el lugar que quiere ocupar en el ámbito mundial; ha pospuesto demasiado tiempo las reformas que reclamaron, uno tras otro, desde los tiempos de la Independencia, los más destacados hijos de la nación. Casi todos ellos fueron sacrificados por la mezquindad y por la codicia, y hoy es larga y melancólica la lista de lúcidos y clarividentes colombianos que soñaron un país grande y justo, un país afirmado en su territorio, respetuoso de su diversidad, comprometido con un proyecto verdaderamente democrático, capaz de ser digno de su riqueza y de su singularidad, y que pagaron con su vida, con su soledad o con su exilio el haber sido fieles a esos sueños.

   Si hay algo que nadie ignora es que el país está en muy malas manos. Quienes se dicen representantes de la voluntad nacional son para las grandes mayorías de la población personas indignas de confianza, meros negociantes, vividores que no se identifican con el país y que no buscan su grandeza. Pero ello no es nuevo. Si algo caracterizó a nuestra sociedad desde los tiempos de la Independencia, es que sistemáticamente se frustró aquí la posibilidad de romper con los viejos esquemas coloniales. Colombia sigui´o postrada en la veneración de modelos culturales ilustres, siguió sintiéndose una provincia marginal de la historia, siguió discriminando a sus indios y a sus
negros, avergonzándose de su complejidad racial, de su geografía, de su naturaleza. Esto no fue una mera distracción, fue fruto del bloqueo de quienes nunca estuvieron interesados en que esa labor se realizara. Desde el comienzo hubo quien supo cuáles eran nuestros deberes si queríamos construir una patria medianamente justa e impedir que a la larga Colombia se convirtiera en el increíble nido de injusticias, atrocidades y cinismos que ha llegado a ser. No podríamos decir que fue por falta de perspectiva histórica que no advertimos cuan importante es para una sociedad reconocerse en su territorio, explorar su naturaleza, tomar conciencia de su composición social y cultural, y desarrollar un proyecto que, sin confundirlos, agrupe a sus nacionales en unas tareas comunes, en
una empresa histórica solidaria.

   Siempre pienso en eso que no hicimos a tiempo cuando recuerdo aquellos hermosos versos que leyó Robert Frost en la posesi´on de John Kennedy, donde declara la clave del destino de los
Estados Unidos; cómo ese país que es históricamente nuestro contemporáneo cumplió una tarea que aún nosotros no hemos cumplido:
  
   Esta tierra fue nuestra antes de ser nosotros de esta tierra. Fue nuestra más de un siglo antes de convertirnos en su gente. Fue nuestra en Massachusetts, en Virginia, pero éramos colonos de
Inglaterra, poseyendo una cosas que aún no nos poseían, poseídos de aquello que ya no poseíamos. Algo que nos negábamos a dar gastaba nuestra fuerza, hasta entender que ese algo fuimos nosotros mismos, que no nos entregábamos al suelo en que vivíamos, y desde aquel instante fue nuestra
salvación el entregarnos.

   La historia de Colombia es la historia de una prolongada postergación de la única aventura digna de ser vivida, aquella por la cual los colombianos tomemos verdaderamente posesión de nuestro territorio, tomemos conciencia de nuestra naturaleza -una de las más hermosas y privilegiadas del mundo-, tomemos conciencia de la magnífica complejidad de nuestra composición étnica y cultural, creemos lazos firmes que unan a la población en un orgullo común y en un proyecto común, y nos comprometamos a ser un país, y no un nido de exclusiones y discordias donde unos cuantos privilegiados, profundamente avergonzados del país del que derivan su riqueza, predican día y noche un discurso mezquino de desprecio o de indiferencia por el pueblo al que nunca supieron honrar ni
engrandecer, que siempre les pareció “un país de cafres”, una especie subalterna de barbarie y de fealdad.
  
   La primera traición a ese sueño nacional la obraron los viejos comerciantes que, preocupados
sólo por sus intereses privados, se impusieron en el gobierno de la joven república para bloquear toda posibilidad de una economía independiente, y permitieron que el pa´ıs siguiera siendo un mero productor de materias primas para la gran industria mundial y un irrestricto consumidor de manufacturas extranjeras. Así como nuestras sociedades coloniales habían provisto a las metrópolis de la riqueza con la cual construyeron sus ciudades fabulosas y desarrollaron su revolución industrial,
así nuestro acceso a la república no impidióque siguiéramos siendo los comparsas serviles de esas economías hegemónicas, y siempre hubo entre nosotros sectores poderosos interesados en que no dejáramos de serlo. Ello les rendía beneficios: siempre hubo una aristocracia parroquial arrogante
y simuladora que procuraba vivir como en las metrópolis, disfrutando el orgullo de ser mejores que el resto, de no parecerse a los demás, de no identificarse con el necesario pero deplorado país en que vivían. Nunca he dejado de preguntarme por qu´e los que más se lucran del país son los que
más se avergüenzan de él, y recuerdo con profunda perplejidad el día en que uno de los hijos de un expresidente de la república me confesó que la primera canción en español la había oído a los
20 años. Allí comprendí en manos de qué clase de gente ha estado por décadas este país. Aquellos príncipes de aldea con vocación de virreyes sólo salían a recorrerlo cuando era necesario recurrir a la infecta muchedumbre para obtener o comprar los votos.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 11, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

la franja amarilla Donde viven las historias. Descúbrelo ahora