Un día más en la gran ciudad, las personas como de costumbre empezaban sus actividades del día. Algunos tomando el transporte público y otros en sus autos. El cielo cada vez más se esclarecía y el tráfico ni se dejó esperar, las avenidas principales se llenaban de autos que ocasionalmente lanzaban pitidos para que los de adelante avanzaran. El pavimento era decorado con luces rojas, amarillas y blancas, las cuales se veían opacadas por las luces, verde, rojo y amarillas de los semáforos. En efecto que un nuevo día había empezado. Algunos ya caminaban con entusiasmos a sus actividades, otro más alto cansados, y la minoría con irritabilidad por el lento avance vehicular.
Sin embargo para nuestro protagonista, el primer día no había sido empezado del todo bien, ya que su alarma sonó media hora tarde. El joven de cabello corto y oscuros se levantó rápidamente al ver que le se había quedado dormido una vez más, desventajas de vivir solo.
—¡Maldita sea!—, dejó su celular en la mesita de noche y caminado hacia el baño abrió el grifo del agua, pasó sus manos por su alborotado cabello. Buscando de Laguna forma que no se viera tan despeinado. Tomó lo primero que tenía en el closet para cambiarse, no sin antes acomodar sus mochila, junto a la carpeta de documentos que completarían su inscripción al nuevo instituto.
Tomó algún cuaderno que tuviera al alcance, plumas, su celular y él libro de turno que estaba leyendo. Saliendo de la habitación fue hacia la cocina, tomó una botella de agua, alguna barritas y una manzana para después tomar las llaves y salir. No quería llegar a su primer día tarde y aparentando el botón del ascensor vio como este bajaba lentamente.
—¡Fuck!—, opto mejor bajar por las escaleras. No estaba en un piso exactamente alto, solo serían bajara tres placaras hacia la recepción y después tomar el autobús que lo dejara en el colegio. La única desventaja de su alternativa es que el autobús tardaba más de cuarenta minutos en llegar a su destino, con paradas a cada cinco y diez minutos, carreras con los demás autobuses que se encontraba y la música de banda y reggaetón de los conductores, pero al final podía soportar todo eso. Su audífonos le ayudarían con tan fácilmente tarea.
Estando ya en la recepción se despido de portero y saliendo caminó hacia la avenida principal, el edificio donde vivía era medianamente acogedor, descontando las veces que fallaba el calentador y los ruidos extraños de la lavandera, escuchar eso en la madrugada podía resultar sumamente perturbador, se preguntó porque no cambiaban la lavadora, eran suficientes las personas que vivan en dicho edifico como para poder cooperar y comprar una nueva, pero la señora dueña de los departamentos sentía un aprecio inusual por aquella lavadora que soltaba sonidos cual alma en pena.
Tomó el autobús que le llevaría al colegio donde ahora estudiaría. Era gran amante de la literatura, durante largos años de su vida había dedicado tiempo a esa afición que al final se convertiría en su oficio profesional, por otro lado no solo los libros podían captar su atención sino igual las artes dramáticas, las cuales había empezado a desempeñar desde la secundaria, ahora estaba en el último año de la preparatoria en una escuela donde su principal enfoque eran las artes y humanidades. Sacó su libro para seguir su habitual lectura de rutina, sin dejar de prestar atención a las calles para no equivocarse. No se podía permitir un percance más. Buscó sus audífonos cuando él conductor del bus comenzó a poner sus canciones rancheras, en especial Jenny Rivera. Ya tenía bastante de eso con sus vecinos de tres departamentos al lado, o las canciones de Pimpinela de la señora al frente suyo, estaba seguro que por su gusto musical se divorció por una infidelidad. Para su mal suerte olvidó los audífono.
—¡Nooo! ¿Porque?—, soltó un chillido que alertó a la señora a su lado. Le ofreció una sonrisa algo incómodo, la señora solo atinó a moverse al ver la actitud poco inusual del joven. Ahora tendría que escuchar Querida Socia en lo que repostaba del camino.