Con suavidad

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Muchos años después, frente a la estufa haciendo una sencilla comida, el joven novio había de recordar aquella noche remota en el que llevó a su joven novia a conocer su cama.
Su casa era en ese entonces un pequeño departamento arrendado, sin lujos, pero con todo lo necesario para vivir bien.
Su relación no era tan reciente, ambos tenían apodos como "príncipe" y "principessa", bromas internas, tenían ya un pequeño "diccionario" con palabras que solo usaban ellos; "pipo" es pene, "teamotea" es te amo, "mor" es amor y "conchamale" es un insulto tierno para usar con pequeños enojos.

Sentados aquella vez en el borde de la cama, nuestra novata pareja no podía evitar sentir mariposas en el estómago, un silencio confidente crecía entre ellos, solo pudieron tomar sus manos y sonreír nerviosamente con la complicidad de quienes ya saben lo que sucedería a continuación.

Colgaba la luna fría, constante y radiante, durante esa hora silenciosa hecha para los amantes.

El novio, sentado nerviosamente intenta explorar con sus tímidas manos las curvas de su mujer, disfruta del ansioso empuje de los delgados pero fuertes brazos de su novia y se dejó caer de espalda en la desordenada cama,  gozó sintiendo como las pequeñas, delicadas y cálidas manos de su amada, botón a botón iban abriendo su camisa descubriendo su pecho jadeante.
La novia besaba sedienta el oasis del cuerpo de su amante, los sonidos de su boca llenaban el vacío de la habitación, solo interrumpidos brevemente por involuntarios quejidos del novio. 
Los pantalones y bóxer del joven descendieron con fuerza ante el deseo hambriento de su pareja, el aliento húmedo y cálido sobre su piel desnuda causó un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, alimentando aún más la llama de su interior que amenazaba con iniciar un incendio. 

Y con la vista del cuerpo medio desnudo y jadeante de su amado, la mujer ágil como un felino y natural como una brisa se deshizo de su ropa, revelando orgullosa su maravilloso cuerpo.
Agazapada avanzó hacia su hombre como un depredador acechando a su presa, sonrió pícaramente al ver como él estiraba un brazo para apagar la indeseada luz artificial de una lámpara.
Ella aprovechó ese breve momento para morder ávidamente el cuello de su enamorado, causando en él una mezcla de dolor y placer que tensó su cuerpo y dejó salir un silencioso quejido como si temiera romper la quietud de la noche. 

El joven con los ojos cerrados se perdía a sí mismo en el placer, sintió el peso de su mujer sobre su entrepierna y abriendo sus ojos observó admirado el cuerpo desnudo de su amada levemente iluminada por el brillo de la luna, su precioso cabello negro caía como un velo sobre sus pechos ocultándolos coquetamente de su vista. 

Entonces ambos como poseídos por un ritmo silencioso, movieron vigorosamente sus cuerpos siguiendo los pasos de la danza más antigua de la humanidad.

Él recorría cada rincón del cuerpo de su novia usando únicamente las yemas de sus dedos, desde sus muslos a su vientre, del vientre a sus pechos, de sus pechos a su cuello, enredó sus dedos en su cabello, atrayendo sus labios a los suyos, se embriagó con el sabor de su boca, con su aroma, con su calor, con los fuertes gemidos resonantes en las paredes de su habitación. 

Ella alguna vez tímida, ahora presionaba con fuerza su cuerpo, mordía con afán el labio inferior de su pareja, su voz antes tierna ahora se había convertido en salvajes gemidos llenos de goce. 
Su menudo y tierno cuerpo, se movía siguiendo una candencia frenética, ignorando el cansancio de sus piernas en un esfuerzo de mantener aquella sensación hechizante y fascinante. 

Él, en un fuerte contrapunto de su muda canción, tumba suavemente a su amada en el caos que es su cama, explorando con sus besos el sinuoso camino del cuerpo húmedo y cansado de su mujer, comenzando desde su pequeño monte, a través del valle de su vientre, subiendo hasta su cuello, saboreando un necesario descanso. 
Continuaron disfrutando uno del otro con pasión y desenfreno, con la energía de su juventud, con la inocencia de un primer amor, con la ingenuidad de dos inexpertos, hasta que la luna se encontró con el sol en un cielo anaranjado. 

El novio despertó primero, con el cuerpo adolorido y desnudo se levantó para lavarse y preparar un sencillo desayuno. 
Miró a la poseedora de todo su amor, su pequeño cuerpo estaba acurrucado tapado torpemente con las sábanas, su largo cabello negro extendido sobre la almohada era cautivador, ante esta imagen casi sagrada él joven enamorado acarició su mejilla y besó su frente, él sabía que quizás nunca más se entregarían de esta forma, tal vez fue por ello que ambos se amaron con tal fiereza. 

Ambos lo temían, sabían que esta noche quizás no se repetiría una segunda vez. 

Wholesome #OrionGravity22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora