Alan tomó asiento en la última hilera de bancos de madera de la iglesia, las viejas chismosas y aburridas estaban en primera fila, luego iban las personas que pecaban y eran perdonadas, más atrás los religiosos que dudan de su religión, los que están allí únicamente para acompañar a alguien o por algo pero no les importa. Y luego estaba Alan en último lugar, un adolescente que no sabe porque esta allí, simplemente le llamo la atención el letrero con grandes letras en blanco y negro que indicaba que había oración para los enfermos. Alan no estaba precisamente enfermo, solo tenía trastornos bipolares y de la personalidad.
Solía hablar consigo mismo, siempre. Explicaba sus ideas a su subconsciente y lo discutía con su conciencia, las pesadillas le ayudaban a dormir y los sueños le impedían concentrarse.
La iglesia estaba sumida en un silencio sepulcral. El padre, que nadie recuerda su nombre, estaba resando a la gran cruz que colgaba de la pared. Alan no entendía porque le "hablaba" o se "comunicaba" con un Dios que no existe, que solo fue un pequeño invento para eludir el dolor o para ocultar los misterios y la verdad del universo asfixiante.
Alan solo se quedó mirando a las personas, a todas esas personas de rostros tristes, ojos cansados y sonrisas engañosas. Podían tener alma, pero estaba teñida del rojo sangre ajeno. Colocó sus auriculares verdes en sus oídos, mientras veía las alas del ángel que descendía, supuesta-mente, sobre los seguidores de Jesús. Alan no tenía perdón, jamás había sido participe de la iglesia. En medio de la música Indie que sonaba en su oído, y el silencio que se extendía en la pequeña iglesia, sintió unos golpes en su hombro.
Alan miró hacia arriba y se topó con un chico de cabello negro oscuro y ojos café. Olía a chicle, si ese olor rico que te decía que tenía un buen sabor. Se miraron por unos cortos segundos, hasta que Alan sonrió y este se sentó a su lado.
-Me encanta, tu escuchando música mientras estos idiotas dicen amar a Jesús, tanto como el alcohol y las drogas o peor... !la pornografía! Mientras miran el escoté de las niñas en desarrollo. ¿Te das cuenta la ironía de la vida?-Preguntó el chico mientras sacaba un pequeño cosito plástico rosa, push pop... Alan quedó encantado al ver la golosina, su golosina preferida, su sabor preferido. Así que se río.
-Iremos al infierno, nadie será salvado de la apocalipsis.-Dijo Alan mientras veía como el otro chico comenzaba a lamer el chupetín de frutilla, o tutifruti que era la golosina.
-¿Tienes idea de como moriremos? No, obviamente, pero si existe Dios, entonces será por su culpa.
-Claro... él es el responsable de las crisis económicas, de la pobreza y el dolor-Dijo Alan mientras negaba con la cabeza, mostrando su mejor sonrisa rebelde. El chico le giño el ojo y siguió con su push pop.
-El día en que muera, me recordarán como el chico de las golosinas. Al menos me recordarán por segundos, porque terminaremos muriéndonos todos.-Comentó el otro chico. Alan mordió su labio inferior, porque se veía tentado por la golosina que estaba en boca de este otro.
-Correré, nada podrá matarme. Soy bueno corriendo. Tengo el mejor tiempo de la clase de gimnasia. Suponga que ayuda en los peores momentos.-Bromeo Alan y echo una mirada a su alrededor, todo seguía igual de aburrido e irritante. Así que encendió el reproductor de música y extendió un auricular hacia el otro chico, y uno para él. La música Indie comenzó a sonar y los dos jóvenes se dejaron llevar con pequeños bailes o gestos con los brazos. En un momento dado, el chico le entrega el Push pop a Alan, el cual lo toma contento y comienza a saborearlo.
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Push Pop [2]
Short StorySegundo libro de la saga "Crazy" -¿Por que siempre comiendo dulces? +Es que estoy llena de amargura, y me falta azúcar.