Año 3017

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Se tiene por costumbre en Argentina, cuando los jóvenes terminan sus estudios secundarios, hacer un viaje a algún lugar del país junto a sus compañeros egresados. Siempre promete ser una experiencia inolvidable, a veces el primer viaje sin los padres presentes, en donde cada quien se siente independiente y se vale por sí mismo. Hay quienes eligen Córdoba, Tandil o la Costa Argentina. Y, por supuesto, el lugar más popular para los viajes de egresados: Bariloche.

Nací a principios del milenio y este año me graduaré del secundario. Así que mis compañeros y yo elegimos venir a Bariloche, como es tradición.

El recorrido del primer día es la ciudad. El centro cívico realmente no es muy grande, pero está frente al lago y se ve perfecto con su forma rectangular. El guía nos lleva caminando mientras disfrutamos de la brisa seca y fresca. Son pocas cuadras que nos llevan hasta el centro, en las cuales se venden alimentos, chocolates para regalar, abrigos y demás accesorios útiles para los turistas que llegan en esta época del año. Pronto nos dirigimos hacia otra parte de la ciudad.

Uno de los puntos que visitamos son los boliches. Uno de ellos, llamado By Pass, me gusta sobre todo porque en la decoración hay columnas romanas, se ve elegante y diferente al resto. Cada uno de los boliches tiene en la entrada un cartel con la siguiente frase: "en memoria de lo que fue". Entonces el guía turístico explica al contingente que hace poco más o menos mil años, el edificio no era lo que es ahora, no eran simples museos. Sino que eran utilizados por los jóvenes para bailar, iban jóvenes en épocas de turismo y no tan jóvenes en el resto del año. Nos contaba que, cuando menores como nosotros utilizaban los recintos, todo era normal y divertido; pero en el resto de los boliches del mundo que estaban abiertos a personas mayores de edad, predominaba la droga y no siempre eran lugares seguros.

Todo cambió a partir del siglo XXI. A inicios del pasado milenio se empezó a dar un proceso lento en lo que se conoce como "despertar de la conciencia". Los activistas por el medio ambiente se multiplicaron y el movimiento se hizo más fuerte, los días para el punto de no retorno estaban contados, el fenómeno OVNI se volvió más popular y hasta hubo una gran pandemia. Los que nacieron en ese siglo se consideraban afortunados, eran los nacidos en "el siglo de las computadoras y las telecomunicaciones", y no había tantas guerras ni conflictos internos en los países como en la época de sus padres. Pensaron que todo había terminado, pero en realidad era un nuevo comienzo, un nuevo ciclo de lucha que rompería la cosmovisión del mundo tal y como se conocía en ese entonces. Se habló de la Tercera Gran Guerra, la última guerra de la humanidad antes de la transformación máxima.

Finalmente, después de mucho tiempo y de que el despertar de la conciencia se vio acelerado, el mensaje de las estrellas nos llegó a todos los humanos despiertos y receptivos, fue claro y lo entendimos: las personas empezaron a ser más introspectivas y calmadas, a disfrutar más del momento presente y a conectarse consigo mismas una vez que las redes sociales ya no tenían nada más para ofrecer que la conexión globalizada. Los gobiernos más corruptos fueron cayendo, la contaminación disminuyó, los conflictos innecesarios se dejaron de lado y, un buen día, las guerras por culpa de las religiones dejaron de existir.

Entonces llegamos a la Catedral Nuestra Señora del Nahuel Huapi. Nada cambió en esta ciudad, todo lo construido sigue igual. Pero ahora la mayoría prefiere rezar y meditar en la naturaleza, junto al lago y en las montañas. El edificio sigue abierto como antaño, pero las reuniones son al aire libre. La Catedral ahora es una gran pieza de arte que arquitectos, escultores y pintores visitan a menudo. O futuros estudiantes de Historia de la Humanidad y de las Razas Universales, como yo. O egresados, como nosotros.

Recorremos las veredas cercanas a la Catedral, en donde en esta época del año florecen los Cerezos y disfrutamos de la vista. También nos acercamos al lago para respirar la brisa mientras hablamos con nuestros amigos. Después de merendar frente al Nahuel Huapi, el contingente es dirigido por los coordinadores hacia nuestro campamento, en donde nos preparamos para una cena alrededor del fuego, llena de canciones e historias del pasado.

A partir del día siguiente, nos encontraremos con puras excursiones en las montañas. Iremos a los diferentes cerros a apreciar cada paisaje, cada color de la primavera floreciente, cada resto de la nieve invernal. El guía y los coordinadores nos cuentan, en este segundo día, que los jóvenes de antaño no utilizaban sus viajes de egresados para aprender diversos deportes de nieve o meditar en la naturaleza como lo hacemos ahora, sino que intercalaban algunas actividades deportivas y el pobre contacto con la naturaleza, con fiestas diurnas en locales, muy parecidas a las de los boliches que iban cada noche.

Ahora todo es muy distinto, no hay paisaje que no nos haga detenernos a observar, no hay atardecer que no nos haga caer en la contemplación. El éxtasis de conocer y palpar un bloque de nieve a punto de romperse en nuestras manos frías y desnudas no se compara a la manera en que los jóvenes percibían en aquella época. Nuestra forma de ver el mundo cambió, floreció, creció como estaba destinada a ser. Cerrar los ojos y aspirar esta brisa fresca, abrirlos y contemplar con placer un atardecer tan anaranjado como este, detenernos en la paleta de colores de un cielo tan sublime. El nivel de sensibilidad de la humanidad ha aumentado tanto en este último milenio, que podría decirse que todos somos pequeños artistas en potencia. Nadie carece de este don. Y seguiremos creciendo.

En cada cerro al que nos dirigimos, siempre encontramos por el camino a aquellas personas tan excepcionalmente altas y níveas que se camuflan tan bien en la nieve. Nos saludan al pasar y siempre son muy alegres. Llevan el cabello largo hasta la cintura, muy rubio, casi blanco, y sus ojos son del color del cielo despejado. Su mirada es penetrante, muy atenta, pero calma y amable. Cuando bailamos en la montaña durante el día nos observan desde lejos, ya que no prefieren el contacto físico, sin embargo, cuando llega el momento de la meditación, se acercan a nosotros para hacernos compañía. También nos cruzamos con los de piel azulada, que nos estrechan la mano y nos preguntan si necesitamos algo, son muy serviciales y les encanta el contacto físico. Además de ellos, existen muchas más personas diferentes en la Tierra, es muy agradable hablar con todos ellos y forman parte de uno de los eventos que también ocurrieron en el último milenio.

Cada noche volvemos a nuestro campamento. Uno de los coordinadores nos cuenta que antes los egresados disfrutaban de hoteles con muchas estrellas, pero nada nos quita la felicidad de, al final del día, recostarnos en nuestras bolsas de dormir y contemplar el firmamento, las estrellas vivas y las que ya no están pero que, a través de la distancia, su luz no se extinguió. Además, la cena siempre está llena de canciones, historias, bailes y un gran fogón. Se dice que aquellos chicos rara vez disfrutaban de un fogón, e incluso que a veces la llamada "noche de velas" ni siquiera tenía uno, sino que era una cena elegante en un hotel. Pero ahora, la fogata se enciende cada noche, podemos cantar con las cigarras mientras nos rendimos ante el hipnótico movimiento del fuego y de los cuerpos danzantes, abrigados por el calor de este mundo utópico que construimos.

Terminando esta carta, antes de firmarla y colocarla en el Portal de Envío Interdimensional e Intertemporal, quisiera decirle a esta persona inteligente del siglo XXI que recibió mi testimonio: no te preocupes por lo que pasó o lo que pasará, querido lector, vive tu presente y sé consciente de tu realidad, vive en el equilibrio y en la felicidad, porque todo va a estar bien eventualmente. Nosotros estamos bien, en el futuro somos felices.

                                                                                                                               Atentamente, una chica del futuro. 

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