Capítulo 1

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Francia: 15 de septiembre de 1890.  

Vivir en Francia es como vivir dentro de una película, donde los paisajes son los protagonistas de ella. Cada mañana, al despertar y observar el sol anaranjado asomándose por la ventana, al alimentar a los corderos y acariciar su pelaje, o cuando tengo tiempo libre para cabalgar, pintar y escuchar música, me sumerjo en un mundo que me permite olvidar el caos del exterior. Un mundo en el que las injusticias que enfrentan las mujeres resultan inexplicables, un mundo en el que ser mujer es sinónimo de carecer derechos. 

Soy Ginebra Doucet, hija de Alonso y Helena Doucet, vivo en una estancia alejada de la ciudad. 

—Buenos días Ginebra, el desayuno esta listo por si quieres bajar.—

—Gracias Rosita, enseguida bajo.—

Rosita es una amiga cercana de mi madre que, con una generosidad inquebrantable, se presenta en nuestra casa a diario para ayudarnos con las tareas de limpieza. Lamentablemente, su esposo falleció a causa de graves problemas cardíacos. Tras la pérdida, Rosita experimentó un profundo episodio de depresión que la sumió en la tristeza, el rumor se extendió rápidamente entre las chismosas de nuestro pueblo, mamá se enteró de la difícil situación de Rosita e intentó brindarle todo el apoyo posible. Rosita es una mujer dulce y amable, sin duda, es una de las pocas personas que valen la pena conocer.  

Cuando baje a desayunar, me encontré con la sorpresa de que no quedaba ni una sola miga de pan; mis hermanas habían devorado todo. Me recogí el cabello y salí al porche de casa, donde me recibió una mañana espectacular, el canto de los pájaros se fundía a la perfección con la atmósfera. 

—Mamá y Papá dicen que no puedes dormir hasta tan tarde.—Cora exclamó—

—Diles que no esperen más de mi.—

—Hoy fuimos a la Iglesia, hubiese sido bueno verte ahí.—

—Cora, yo no creo en la Iglesia.—

—Lo sé, pero por lo menos antes fingías hacerlo.—

—Lo acabas de decir tu misma, eso era antes. 

Cora me agarra del brazo y hacemos contacto visual por unos segundos, puedo ver en sus ojos la decepción. 

—Todo el pueblo hablará de ti, eso no te avergüenza?—

—Cora, no creas que todo lo que nos inculcan es bueno.— 

A lo largo de mi vida, llegue a comprender que todas las personas pueden juzgarte por tus ideologías, pero la herida se profundiza aún más cuando se trata de tu propia hermana. Decidí subir a mi cuarto en busca de distracción, pero los estridentes gritos que resonaron en la casa me hicieron perder incluso el interés que tenía en mi libro. Baje las escaleras y me encaminé hacia la cocina, donde encontré a mi madre y a mis hermanas. Les pregunté sobre la razón del alboroto, pero no obtuve una respuesta clara hasta que mi madre me mostró el folleto que todas sostenían en sus manos.

—Que opinas Ginebra? 

La pregunta de mi madre fue un susurro que apenas oí. El folleto que sostenía era una invitación a una de esas típicas fiestas que la gente adinerada organiza para hacer ostentación de su estatus ante el pueblo. En este caso nosotros vendríamos a ser sus conejillos de india, cuanta más gente asiste, más inflados se sienten.

—Sabes que las fiestas no son lo mío, ¿porque necesitas que vaya?

—Sería una buena oportunidad para que conozcas algunos... ya sabes, hombres. 

—No estoy buscando a uno, así que preferiría no asistir. 

—De hecho, ya les confirmé a los Morrison, así que iremos te guste o no. 

Hice un esfuerzo por mantener una expresión serena para evitar una discusión con ella. Comprendo a mi madre; ella desea lo mejor para nosotras y para nuestro futuro. Sin embargo, a veces me surgen dudas acerca de si sus acciones realmente nos están enseñando algo valioso.

—Esta bien mama, si eso te hace feliz... 

—Puedo ayudarte con el vestido? -Matilda pregunto- 

—Claro que puedes, que te parece si subimos y vemos un par de opciones?

—Eso suena muy divertido! -exclamo. 

Matilda es la mas pequeña, su cabello color miel y sus ojos verdosos iluminan cada rincón de la casa. La caracterizan su esencia y su risa contagiosa, así como su enojo repentino en ciertas situaciones. Con solo 10  años de edad, Matilda sabe coser y tejer con fluidez y es una apasionada por la moda 


Más allá del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora