Capítulo Único

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Lo amo pero lo odio.... Lo amo tanto como lo odio!... Por qué tengo que amarlo? No me explico por qué lo amo, pero lo odio también.

Dios, por qué lo amo??? Me pregunté por milésima vez desde que lo había conocido. Pablo. Ése era su nombre, el nombre del amor y del odio, del fervor y la amargura.

Lo había conocido apenas nos graduamos de la universidad. Ambos habíamos estudiado derecho y nuestra vida laboral empezó casi al mismo tiempo.

Sin embargo, el destino nos preparó una jugarreta, ¿o era que en realidad el que había preparado la jugarreta era el mismo Pablo?

El hecho que marcó mi desamor por mi amor secreto fue cuando él me robó a uno de mis clientes más importante. Él sabía cuánto había trabajado para conseguirlo, y sin embargo eso no le importó. Lo peor de todo fue que yo confiaba en él y él traicionó mi confianza.

Aquello marcó mi corazón para siempre. Casi de inmediato dejé de dirigirle la palabra, incluso no quise ni reclamarle con tal de no verlo, pero la verdad era que estaba enamorada de él y me costaba tanto imaginarlo y no poderlo ver ni hablar ya con mi amor odiado.

Mientras el tiempo pasaba, cada vez que debía toparme con él, solía desviar la mirada, aunque con el rabillo del ojo sentía que lo estaba radiografiando. Se había puesto incluso más lindo que cuando éramos amigos. Por Dios, si estaba hecho un bombón.

Pero yo seguía odiándolo.

Lo peor vino un tiempo después, cuando otro de mis clientes decidió renunciar a mi representación y nombrarlo a él como su representante.

Me habían llegado rumores, diciéndome que Pablo solía hablar mal de mí, haciendo que muchos perdieran su credibilidad en mis conocimientos. Eso fue una puñalada en la espalda.

Decidí que había tenido suficiente, y mi amor iba a tener que pagar.

Me vengaría, pero como yo quisiera.

Esa noche hice algo de lo que tal vez me arrepienta toda mi vida, pero mi amor odiado tenía que pagar...

Invoqué al innombrable y comprobé lo que tanto anunciaban las religiones. Después de un minucioso contrato entre ambos, sentí un intenso poder empezando a cubrirme. Pero debía cerciorarme antes de embarcarme en mi dulce y dolorosa venganza... Dulce como la miel para mí, dolorosa como un parto para él.

Y aunque pensé en descuartizarlo un par de veces, decidí que lo haría pagar a mi manera, a la manera que yo también pudiera saciar un anhelo, un fetiche que me volvía loca desde niña.

Era una tarde de viernes cuando decidí poner en marcha mi plan para vengarme.

Eran las 7 de la tarde, y yo sabía que en cuestión de una hora u hora y media, mi amorcito daría por terminada su jornada laboral e iría al bar de la vuelta para pasar un par de horas allí. Le encanta ése lugar.

Decidí que era un buen momento para comprobar mi poder, cerré los ojos y pensé "congélate tiempo", y el tiempo se detuvo y todas las personas alrededor mío quedaron quietas. Sonreí con malicia, mi corazón empezando a galopar en mi pecho. Era ahora o nunca... O tal vez muchas veces más.

Abrí la puerta a su bureau. Era un lugar bonito, decorado con mucha elegancia. Su abuelo y su padre también eran abogados allí, pero en diferentes oficinas. Busqué la suya y, cuando estuve a punto de abrir, me detuve un segundo a tomar aliento. Me sentía sofocada de los nervios y la ansiedad. Estaba a punto de lograr mi cometido, pronto podría vengarme de la manera más humillante y sexy y hot que imaginé.

Giré la perilla, logrando abrir la puerta y me colé en su interior. Su rostro concentrado fue lo primero que visualicé. Se veía tan hermoso con esa camisa cuadrillé, verde y azúl.

Mis labios se estiraron en una sonrisa ladina que me hizo sentir morboza. Deseaba tanto vivir este momento.

Cuando estuve a su lado, comencé por intentar ponerlo de pie, lo que me llevó un gran esfuerzo, él era más alto que yo. Una vez que lo tuve de pie, empecé a desprender su cinturón y a bajarle los pantalones junto con su calzoncillo, dejando a mi vista un bello culito respingon y regordete y un abultado paquete por el que se me hizo agua la boca. Pero ése no era mi objetivo... Al menos no el principal. Mi objetivo era hacerlo sufrir de una forma humillante y qué mejor que con una buena azotaína. Y para eso me había llevado un palo de madera delgado pero resistente a la vez y un cinto, una inyección y un par de supositorios laxantes.

Como pude, logré que su parte superior quedara recostada sobre su escritorio y su cola quedara lo más expuesta que se podía a mis ojos. Segundos después, los azotes empezaron a caer.

Le di tantos como podía, los conté a todos. El cuero del cinturón rebotaba en ése par de nalgas redondas, enrojeciendo a paso firme ése trasero.

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En total fueron unas quinientas. Me hubiera gustado mucho escucharlo gritar y llorar pidiendo perdón y clemencia. Pero mi verdadera venganza sería verlo caminar tiezo varios días, podía imaginar tranquilamente que aquello dolería como un infierno. Sus nalgas habían quedado tan hinchadas, rojas e incluso con algunos hematomas...

Ahora venía la segunda parte de mi venganza y por eso saqué el paquete de supositorios que había comprado. Aparté sus nalgas y comencé a empujar uno por uno los 10 laxantes que había llevado. Le di un beso a cada uno de sus rojos cachetitos y luego empecé a sobarlo, percibiendo el calor emanar de su grupa.

Suspiré sabiendo que no podría quedarme a mirar su confusión y la reacción que tendría a tan extraño dolor y su repentina necesidad de ir al baño... Esperaba que no llegara realmente.

Cómo lamentaba no poder retratar aquel hermoso culito carmesí, pero las fotos y los videos no podían darse mientras el tiempo estuviera detenido.

Una vez que le subí la ropa y lo dejé en la posición en que lo encontré, salí de su oficina y del lugar aquel lo más rápido que pude. Cuando me sentí a una distancia prudente, cerré los ojos y esta vez murmuré "tiempo, sigue". Y el tiempo siguió su curso.

Pablo apenas pudo, se puso de pie de un salto, pegando un grito como si le hubieran cortado una mano. Su padre estuvo a su lado en escasos segundos pero Pablo no se animaba a decirle qué le sucedía. Mientras su papá insistía en que le dijera por qué lloraba así como lo estaba haciendo, su pancita empezó a rugir y su rostro se contrajo por el dolor. Quiso echarse una carrera rumbo al baño, pero terminó ensuciando sus pantalones a medio camino.

Nadie en aquel lugar daba crédito a lo que estaban viendo, el gran doctor Pablo, el abogado con más éxito en la ciudad, había ensuciado sus pantalones. Y para colmo, su papá le había dado unos azotes por eso... Al menos esos fueron los rumores que empezaron a circular.

Mi venganza había sido exitosa, y yo había terminado exitada.

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⏰ Última actualización: Mar 27, 2022 ⏰

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