Moõ piko reho?

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La noche se presentaba silenciosa en aquella pequeña (gigante) estancia, lugar donde había estado refugiado con los principales cabecillas de la Primera Junta desde hacía... mierda, no se acordaba cuanto.

Buenos Aires había comenzado su proceso de emancipación –con luchas sangrientas, atentados, guerrillas civiles todos los santos días: siempre había algún Realista detrás de tu sombra, o algún aliado que te apuñalaba sin darse cuenta, por pura paranoia.

Del mismo modo, cegados por la desconfianza, el gobierno había marcado qué cosas estaban prohibidas mencionar en la joven Primera Junta. Una de ellas era la derrota de Tacuarí... y la consecuente independencia de la Provincia de Paraguay.

Cómo dolía eso, por la puta.

Su orgullo no le permitía derramar lágrimas; impávido ante la confusión de sus primeros jefes, su rostro no cambió en ningún momento durante los reclamos paraguayos, ni tampoco al reconocer la libertad de éstos. Reunión tras reunión, la llama que lo había caracterizado al principio se fue apagando, como si cada palabra de Paraguay fuera un bayonetazo en el pecho.

Sin darse cuenta, casi tres años pasaron después de aquel funesto día. Desde entonces, casi la mitad del año, estaba en el lugar de reunión (clandestino cuando Antonio estaba por doquier) y su espacio consistía en esas paredes de barro; recordando las expresiones de su primo, quien en cada ocasión, con la mirada brillante —que él le había enseñado—, se le puso en contra.

No sabía si admirarlo, odiarlo o respetarlo. Quizás las tres estarían bien, pero no podía mostrar ninguna. Después de todo, era contradictorio que el difusor de la idea de libertad en los Pueblos del Sud se pusiera en contra de ella... claro, él no había aclarado las cláusulas que tenía para dar "su" libertad al resto de sus vecinos.

Nunca dejaría de pensar como Virreinato.

Durante ese tiempo había evitado todos los contactos posibles; inclusive con el Reino de Brasil, que venía a resguardar las relaciones ante la decisión de la ex Provincia. Estaba husmeando peligrosamente sobre Banda Oriental; encima su primo—hermano estaba teniendo algunas revueltas entre sus hijos (con un tal Artigas – seguro no sería nada grave), lo que lo hacían dudar sobre la soberanía de su mayor y lo cuestionaba cada vez más... como si no tuviera suficientes problemas.

Pero cuando creía haber acomodado sus sulfurados humores con ese calor infernal de noviembre, apareció Paraguay en el pórtico de la estancia, anunciado por un criado.

Cuando salió creyó que se había equivocado; Paraguay estaba sobre un caballo pinto de montura perfecta, vestido con sus típicos chiripa, pero de corte fino y elegante: chaleco, poncho sobre un hombro, botas de cuero bien calzadas y un cinturón con plata. Sentado como estaba, sus ojos marcaban una madurez recientemente adquirida, y su expresión seria hacía dudar al ex Virreinato si él era el mayor.

—Prov-

—Paraguay— le corrigió seco. ¿Su voz había cambiado también?— . O me podés llamar Daniel de Irala.

Encima, tenía nombre humano.

—Mis disculpas... Daniel— la voz del rubio era cabizbaja como su ánimo— No quise ofenderte.

'Sea humilde, patrón. Bien humilde. Hay que llevarse bien'

La puta que te parió.

—Nde, no te preocupés. No vine a buscar riña— le respondió inmóvil sobre la montura— . Vine a despedirme; no nos veremos en algún tiempo, tengo muchas cosas que hacer en mi Casa con Don Fulgencio.

Entre otras cosas, terminar de sacar a tus hijos de mi tierra.

—Entiendo— la mirada esmeralda de su primo mayor también era seca, ningún sentimiento, ninguno, tenía que recordarlo. Dio una leve sonrisa y colocó sus manos en su cinto de cuero – Bueno, espero que Dios te ilumine en tu nuevo camino, Daniel. Tené cuidado con el Reino Unido de Don Gabriel y su hijo Brasil; las cosas que traen no son buenas.

El precio de la libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora