El mar estaba aquella tarde más tranquilo que nunca; pacífico, suave y de aspecto benevolente, invitando al amable puerto a sumergirse en sus cristalinas aguas. Las olas acariciaban las rocas levemente, tanto que parecían pedir perdón, de parte de un cruel mar Caribe que se presentaba ahora dócil, en un gesto casi sarcástico.
La fatal noticia resonaba ahora en los oídos de todos, como una extraña y real pesadilla. Las palabras parecían agitarse en bucle por las calles de aquel pueblo costero, antes tan hermoso y lleno de luz para la gente rica. Pero sobre todo retumbaban en la casa de los Jones, en boca de las paredes que recordaban que ya nada sería lo mismo, como las puertas, que parecían invitar la muerte.
El mensaje había llegado esa tarde del doce de Mayo de 1786 y había sido abierto con ansia, para leer el fatal comunicado: "La Mary ha naufragado".
Anthony Jones, el señor de la mansión de los Jones y capitán de la Mary había sido sorprendido por piratas en alta mar, que tras el abordaje, habían saqueado la mercancía y acabado con toda la tripulación del barco mercante. No dejaron supervivientes, pero fueron observados por la Nueva, otro navío que ayudaba a la Mary a transportar la mercancía. Este segundo barco, tripulado por el capitán Fernando Jesús Martínez había evitado el triste destino de ser undido por los piratas, debido a que el viento y su mala coordinación al izar banderas los había restrasado. Al llegar a la altura del Mary apenas quedaba algo en pie; el mástil mayor había sido partido por un cañonazo y su estruendosa caída había acabado por reventar la poca cubierta que quedaba sin destruir y la proa sobresalía ahora de entre los escombros, hundiéndose tras el hermoso barco y los tripulantes.
Los hombres bajo la bandera negra no se molestaron en atacar a la Nueva, debido al alboroto causado tras obtener un tan valioso motín y la necesidad de deshacerse de los fallecidos a bordo, por lo que se limitaron a alejarse de los cañones del último barco mercante y alejarse velozmente hacia el horizonte.
A pesar de que los dos barcos no se habían acercado lo suficiente para que los mercaderes pudieran reconocer el Jolly Roger de los piratas, el capitán Fernando alegó haber topado con el mismísimo Edward Teach y la temida Venganza de la Reina Ana. Este hecho era más que improbable, pero el rumor se expandió entre la tripulación rápido como la pólvora y así se transmitió la noticia, en una carta escrita personalmente por el capitán y enviada a casa de los Jones.Anastasia Jones se llevó las manos a la cabeza. Tras leer la carta, la madre del difunto capitán nunca volvió a ser la misma en ningún sentido. Aunque la anciana ya empezaba a escasear de buena salud y movilidad, siempre se había encontrado un tanto alegre y positiva, emociones que fueron sustituidas por la soledad y el silencio, hasta que murió tres meses después.
Abajo en la playa, entre las rocas del puerto, una niña de largos cabellos castaños lloraba mientras lanzaba piedras al mar, con furia. "Me prometiste que volverías" repetía una y otra vez, asegurando que su padre seguía vivo.
-Es hora de irse- ordenó una severa voz femenina detrás suyo.
