CAPITULO 1 Un Cafe Caliente

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Me levanté temprano por la mañana, era una mañana cálida y soleada, extraño para un día de otoño, pero sin duda capaz de levantar cualquier espíritu decaído.

Me vestí y me dirigí a la cocina para poderme preparar un café, negro con 3 cucharadas de azúcar. Lo puse en mi termo sin saber que sería lo único dulce que obtendría ese día.

Me dispuse a salir, tome mis llaves y baje por las escaleras hasta el estacionamiento, presione el botón y las luces de mi pequeño Dodge se encendieron lo vislumbre y aborde, encendí mi auto, y a la par se encendió el radio, una melodía suave sonaba en el fondo, conduje hasta llegue al 3er semáforo, estaba en rojo, con un tráfico infernal como es costumbre. Ese semáforo indicaba que tan solo doblando la esquina estaba mi trabajo. Mientras esperaba que cambiase a verde tome mi termo y bebi un sorbo, separe el termo de mi boca por escaldar mi lengua a causa de lo caliente que aún se mantenía. Un fuerte golpe me impulso hacia adelante haciéndome atravesar el parabrisas. Sali volando por el aire, mientras lo hacia los segundos parecían transcurrir más despacio como si mi alrededor se congelara de pronto, jamás había tenido tanta lucidez como en aquel momento mientras sentía como penetraban mi piel los fragmentos de cristal. Las miradas de asombro a mi dirigidas, por aquellas personas inmóviles me paralizaban, pero no tanto como el hecho de no moverme solo mis ojos iban de aquí para allá sin poder hacer más al respecto, mi mente divagaba <<Diablos, tenía que llegar a agendar los descansos, y hacer los reportes de seguros. Seguramente me despedirán, eso pasa por no usar el cinturón>> -pensé.

- Eso es lo que te preocupa ahora.

Miré a mi alrededor, era desesperante no podía moverme, los vidrios se encajaban lentamente en mi rostro, y así como por arte de magia por fin pude liberarme un poco de mi detenido tiempo, giré mi rostro y pude vislumbrar un hombre vestido de negro, recargado en el poste encendiendo un cigarrillo que pendía de sus labios.

- Bueno, actualmente me pregunto ¿Por qué sigo suspendida en el aire en lugar de estrellarme contra el pavimento? ¿Por qué las personas de mi alrededor parecen congeladas? Pero sobre todo ¿Quién eres tú?

El hombre me miro, clavo sus ojos como 2 puñales sobre mí, sus ojos grandes y dorados resaltaban sobre el resto de su rostro marchito, debajo de esos grandes ojos se enmarcaban pronunciadas ojeras, con un cigarro encendido entre sus labios.

- Vaya hasta que haces una pregunta más inteligente, preciosa. – dijo mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. - Aunque creo que es obvio, soy la muerte y he venido por ti. – dijo mientras hacia una reverencia ocasionando que la ceniza de su humeante cigarrillo cayera.

¿Muerta? ¡muerta! Esas palabras retumbaron en mi mente, pero me era imposible pensar con el dolor de los cristales enterrándose en mi rostro, una lagrima rodo por mis mejillas.

- ¡Oh vamos! Morir no es tan malo, te vas a morir del encanto. -dejo salir una larga carcajada, y luego la seriedad volvió a gobernar su rostro. – además todos mueren.

- No es por eso. – interrumpí.

Me hecho una mirada pesada, como examinándome y dejo los ojos en blanco.

- Oh, eso.

Chasqueo los dedos y como por arte de magia aparecí a su lado con mis ropas y mejillas integras.

- Siento las molestias ocasionadas. -dijo con sarcasmo.

Yo estaba junto a él, pero frente a mí, se mantenía mi cuerpo ahí suspendido por el aire mientras la gente de alrededor seguía paralizada.

Me quede mirando al suelo unos instantes, no quería sostenerle la mirada, pero quería hacerle muchas preguntas, en realidad miraba al suelo porque era mucho por asimilar, mirar adelante era mirarme a mi misma a punto de morir, mientras que mirar alrededor vería a la gente fisgona que veía estupefacta mi próxima muerte, y a mi lado se encontraba algo que si me lo hubieran platicado sería un mito.

Las Delicias De DanzarCon La MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora